En el cine del indio M. Night Shyamalan las revelaciones juegan un rol fundamental. Sus historias giran alrededor de sucesos extraordinarios que crecen para llegar, en el clímax, a la infaltable revelación: los personajes y las historias en las que se involucran progresan y alcanzan su punto más alto en el evento esclarecedor-iluminador; de esta forma se incrementa la emoción y se da valor al tema abordado. En sus primeras películas –El sexto sentido (1999), El protegido (2000)– el curso de la cinta y su culminación ofrecían un balance positivo. En otras, el curso de la historia resulta anecdótico de cara a la revelación. Al menos para mí: recuerdo pocos detalles de algunas de sus cintas, pero tengo presentes esos giros, a veces por ser ingeniosos o más o menos inesperados. Con Viejos (Old, 2021), su más reciente entrega, me pasa lo mismo.
Viejos se inspira en una novela gráfica del cineasta francés Pierre-Oscar Lévy (ilustrada por Frederik Peeters). El argumento recoge el viaje de un grupo de vacacionistas a una playa singular que no pueden abandonar. Después de una serie de eventos sorprendentes descubren que ahí el tiempo transcurre con celeridad: una hora equivale a dos años de vida de cada uno de ellos. Los que buscan irse por tierra son impulsados de regreso; cuando intentan hacerlo por mar la consecuencia es peor. Todo apunta, pues a un final inevitable… y acelerado.
Shyamalan apuesta por jugar con el punto de vista, por lo que la cámara revela y oculta, aclara o esconde. De esta forma, vemos algunas cosas –a veces desde la perspectiva de algún personaje– y somos testigos, con él, de tal o cual evento; en otros pasajes sólo vemos las consecuencias. La puesta en escena tiene un rol protagónico: desde el maquillaje se construye el envejecimiento de los personajes y la luz apoya la emotividad y el curso de las horas: desde ella se apoya la verosimilitud en lo relativo al paso del tiempo (todo transcurre en un día, pero pasan años de vida). Las actuaciones tienden a ser enfáticas, a veces demasiado.
Este dispositivo tiene la virtud de generar sorpresas frecuentes. Pero si éstas abundan, el drama y la sustancia escasean. El punto de partida de la cinta es valioso y ofrece un abanico amplio de posibilidades: ¿qué harías tú si estuvieras con las personas que te importan en un lugar del que no puedes escapar, sabiendo que tus horas y las de ellas están contadas? Shyamalan se dispersa en gestos y conductas que van generando cierta incomodidad e intranquilidad, pero no saca mayores conclusiones sobre el ser humano en crisis y con plena conciencia de la inminencia de la muerte. La trama se orquesta principalmente alrededor de dos familias, lo cual ofrece múltiples aristas para abordar con amplitud temas relacionados con la familia: la convivencia, la comunicación, la confianza, etc. Sin embargo, estos asuntos son apenas esbozados y no se ofrecen mayores comentarios al respecto. Incluso el giro final abre terreno fértil para la ética, pero no hay ambición alguna para reflexionar desde ella. Para acabarla, escuchamos una cantidad de diálogos que pretenden dar a los personajes matices inteligentes y ciertas dosis de extrañeza (lo cual es atendible, pues algunos padecen enfermedades), pero más bien provocan distanciamiento con aquéllos, indiferencia.
Con motivo o sin él, Shyamalan es un blanco habitual de la mala leche de la crítica (al menos de una clase o estilo de crítica). No sería raro, así, que de aquí salgan algunos quesos emponzoñados.