A lo largo de las tres y media décadas que tiene de vida, la franquicia de Terminator ha ido en franco declive. Sin ser precisamente obras maestras, las dos primeras entregas –cortesía de James Cameron– ofrecían brillantez visual, hacían buen uso de la ciencia ficción y exploraban con solvencia futuros posibles mientras revisaban aspectos plausibles y censurables de la humana condición. Las tres entregas siguientes –en cuya confección no participó Cameron– se caracterizan por un reciclaje poco afortunado, por una apuesta por los efectos visuales y la acción por la acción. Con Terminator: destino oculto (Terminator: Dark Fate, 2019) el realizador y productor canadiense vuelve a los controles (como productor y coguionista); no obstante, la cinta aporta poco a la saga.
Terminator: destino oculto es el segundo largometraje como realizador de Tim Miller, responsable de Deadpool (2016). La historia sigue a la mexicana Daniela Ramos (interpretada por la colombiana Natalia Reyes), quien es la víctima en turno del terminator de rigor que viene del futuro para eliminar amenazas por venir. Ella vive en Ciudad de México, y la llegada del exterminador la obliga a embarcarse en una aventura por cielo y tierra en la que cuenta con apoyos inesperados (pero esperados por la audiencia). Al final descubre que hay peligros mayores que vivir en el otrora Deefe.
Miller entrega una cinta que previsiblemente se sustenta en la acción. Apenas corren los primeros minutos y ya asistimos a persecuciones, balaceras y golpizas a montones. El trabajo con la cámara no es sobresaliente, pero es solvente: si bien el registro no es claro todo el tiempo, alcanza para establecer un ritmo fluido, para que el espectador se entretenga. La puesta en escena es funcional, pertinente sobre todo para ofrecer un paisaje de fondo verosímil. Al buen curso rítmico (y a ratos emocional) contribuyen las músicas del holandés Junkie XL, quien se hizo cargo de las partituras de Mad Max: furia en el camino (2015).
El dispositivo, que ofrece algunas dosis de humor, es pertinente para empujar una película de acción convencional. Miller lleva a cabo una puesta al día de la franquicia. Queda claro que una de las prioridades era cumplir con los mandatos de la corrección política. Así, la cinta da protagonismo a una mujer, que además pertenece a una comunidad maltratada y considerada por el presidente norteamericano como una amenaza; una mujer que, para acabar, se niega a que decidan por ella y toma en sus manos su destino (¿entiendes Donaldo?). Asimismo, para evitar las quejas de los criticones con agenda –que desde la pereza de las redes sociales exigen que el cine tenga una agenda y dé cabida a los roles que la mujer empoderada juega en los tiempos moderno– se nos hace ver que Dani es valiosa por lo que es y hace como individuo, y no como madre (potencial), como lo fue la venerable Sarah Connor (Linda Hamilton), personaje que viene de otras épocas y que con más de 60 años sigue tirando balazos. La historia sabe a reciclaje, pero aún más el mensaje, que tiene un brillante antecedente reciente en Blade Runner 2049 (2017) y que hace eco de otras decenas de películas que nos recuerdan que somos nuestras decisiones. ¿Cabía esperar otra cosa? Yo creo que no: Terminator: destino oculto termina por entregar lo que se podía esperar que entregara. Creo que los fans de la franquicia saldrán decepcionados como en otras ocasiones.