Cuando aparecen los créditos finales de Selma: el poder de un sueño (Selma, 2014) es inevitable la confirmación: Martin Luther King Jr. fue un gran hombre. Como líder, una inspiración. De lo demás poco sabremos, pues la película apenas se asoma a su intimidad. King es grande, y la película le hace honor, pero ni ofrece facetas nuevas ni incrementa la consideración de la que ya gozaba. Nos recuerda el valor de un líder comprometido con la causa que defiende, la claridad de sus principios: la posibilidad de sumar la adhesión del otro por el ejemplo… y por conmoverlo. Tal vez ahí está el mayor mérito de la cinta.
Selma: el poder de un sueño es la tercer largometraje para la pantalla grande de la realizadora negra Ava DuVernay, quien tiene una extensa filmografía haciendo labores de publicidad. La historia se ubica en 1965, en el poblado del título –en Alabama–, donde el reverendo King (interpretado por David Oyelowo) lleva a cabo una labor de convencimiento para emprender una marcha de protesta cuyo objetivo es obtener el derecho al voto de los negros. La oposición en el lugar es proporcional a la violencia que sufren King y los suyos; el presidente Lyndon B. Johnson (Tom Wilkinson), por su parte, mantiene una posición entre la ambigüedad y la indiferencia.
DuVernay propone un melodrama histórico al más puro estilo de Steven Spielberg. Deja ver un acercamiento de corte clásico en el que predomina la solemnidad. Cada pasaje es filmado con parsimonia y veneración, como si temiera mancillar un poco la imagen de su personaje. Asimismo, es posible observar un registro de la violencia que es más ilustrativo que impresionante o congruente: como Angelina Jolie en Inquebrantable (Unbroken, 2014), DuVernay evita que los encontronazos y las golpizas sean desagradables (y por eso dejan de ser impactantes); en algunos momentos incluso utiliza la cámara lenta, lo que imprime cierto embellecimiento de la atrocidad. No faltan, tampoco, los pasajes en los que se apuesta por una dramatización recargada. Como la escena que al inicio protagoniza la conductora Oprah Winfrey, que es excesivamente ceremoniosa, sobre todo por el escaso aporte que se hace a la historia.
No obstante, Selma: el poder de un sueño transmite la energía de King, particularmente en algunas escenas. Y pone al día su valor real y simbólico (y su fuerza emotiva, cómo no: es un orador conmovedor). En momentos en los que la nota roja no deja de consignar casos ominosos en los que los negros son víctimas, la gesta del reverendo es desafortunadamente vigente. King pone en alto el valor de la no-violencia como una herramienta de resistencia y una estrategia de cambio: su pertinencia crece en momentos en que los ánimos se exasperan con facilidad y se privilegia el uso de la violencia. Aquí está, insisto, lo mejor de Selma.
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