Mucho se ha hablado de Rubia (Blonde, 2022) y mucho se le ha reprochado. Ha recibido censuras incluso de personas que ni siquiera se tomaron la molestia de verla (¿para qué?, si hoy día estamos tan enojados que cualquier pretexto es bueno para alimentar la rabia, la cual se expresa y “se explica” con términos y palabrejas que a veces ni siquiera entienden los y las que las enuncian). No faltan los reparos desde trincheras ideológicas o descalificaciones desde las inexactitudes históricas que supuestamente presenta la cinta; corrección política mediante, abundan opinantes y opinantas que lanzan la primera, la segunda y las demás piedras. Pareciera que hay sufrimientos que hoy no pueden tocarse ni con el pétalo de un largometraje. No extraña que las desacreditaciones vengan de todos los frentes; menos aún que la “crítica cinematográfica” tampoco hable en términos cinematográficos, pues paradójicamente no es su hábito. Tengo la impresión –aun más, la certeza– de que se ha hablado poco de la película en términos cinematográficos; que se han impuesto interpretaciones desde trincheras que hacen hincapié en la hoja y no quieren ver el bosque, y que se han hecho desde visiones reduccionistas e ideológicas o coyunturas y oportunismo. Ante este paisaje es conveniente intentar un acercamiento –o alejamiento– a la película como película y desde la película, intentar una visión más amplia.
Rubia es el cuarto largometraje de ficción del neozelandés Andrew Dominik, responsable de Chopper (2000), El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford, 2007) y Mátalos suavemente (Killing Them Softly, 2012); asimismo, realizó un par de documentales protagonizados por Nick Cave: One More Time with Feeling (2016) y This Much I Know to Be True (2022). Su entrega más reciente es una producción de Netflix, se inspira en una novela de la escritora Joyce Carol Oates –publicada en 2000– y recoge las vicisitudes de una chica llamada Norma Jane y un personaje llamado Marilyn Monroe (Ana de Armas): va de su infancia a su muerte y da cuenta del maltrato y abandono de sus padres, sus amoríos, sus resbalones, su fama y su debacle.
Dominik propone un dispositivo audiovisual, lucidor por revelador, que es rico en contrastes y da claridad a la vida en ciertos límites, en agudos extremos. Va del blanco y negro al color y utiliza diferentes cámaras y diferentes formatos (1.0:1, 1.37:1, 1.85:1, 2.39:1), con lo que la pantalla se ensancha o se reduce; con lentes de distancia focal media y larga se privilegia el frente mientras el fondo va perdiendo claridad progresivamente. De esta forma las imágenes en pantalla ofrecen respiros profundos, pero también subrayan la claustrofobia. El montaje alterna tiempos y momentos que poseen algunas dosis de dulzura con otros que son registrados con cierta crudeza, y es rico en matices: es pertinente para contrastar alegrías y tristezas, desconciertos y aciertos. En este punto hace una valiosa contribución la luz, cortesía del canadiense Chayse Irvin (responsable de la cinefotografía de El infiltrado del KKKlan), que apuesta a menudo por el contraluz y es pertinente para hacer más patente el desconcierto y agobio de la protagonista. En la banda sonora aparecen las músicas de Nick Cave y Warren Ellis, que lo mismo aportan ternura que extrañeza (hay incluso pasajes que son videoclips medianamente experimentales). Mención aparte merece la cubana Ana de Armas, cuyo desempeño alcanza para dar un abanico amplio de matices a la vida interior de un personaje escindido.
Todo este despliegue formal es valioso para dar cuenta de extravío mental y afectivo (¿moral?) de Norma Jane, quien es consumida, vampirizada, por su personaje, Marilyn Monroe. Progresivamente y conforme avanza en su carrera, va perdiendo el control de su vida, y mientras se convierte en un símbolo sexual para el gran público (que exige a gritos más y más de ella), es explotada por productores aviesos. Dominik da cuenta de cómo la persona crece con “fallas de origen” y cómo influye el maltrato que recibió desde su infancia al decurso del personaje.
En su brillante ensayo, Sur l’affaire humaine, Luc Dardenne anota que para lidiar con el miedo de morir, que sería acaso el miedo más profundo, es deseable tener una especie de amortiguador, el cual se crea, para decirlo en forma sintética, con el amor recibido en las etapas tempranas de la vida. Norma Jane no sólo no tuvo ese amor, sino que fue abandonada por el padre y recibió grandes dosis de desamor de su madre (quien incluso trató de matarla, pues “le arruinó la vida”). La ausencia paterna se convirtió en un vacío y un anhelo, por lo que resulta natural, así, que Norma Jane se casara con hombres mayores que ella y que los llamara “Daddy”.
La verdad de una película biográfica de ficción no reside en la fidelidad con los acontecimientos que vivió la persona que inspira la película (los reclamos irían, en este caso, no sólo sobre el esbozo de Marilyn, sino de otras personas; y resulta un tanto mezquino el retrato que se hace de Billy Wilder, por ejemplo), sino en la apropiación que los autores de la cinta hacen de ellos, en la agudeza para iluminar aristas del fenómeno humano en la época en que se produce la obra. Rubia es una película inspirada en la vida de Norma Jane/Marilyn Monroe, no sobre Marilyn Monroe. Más allá de las coincidencias o diferencias con la Norma Jane/Marilyn Monroe de carne y hueso, la cual murió en 1962, la cinta es valiosa para reflexionar, hoy, sobre la dicotomía entre persona y personaje, la cual supone, en este caso, la coexistencia de un personaje de talla enorme con un ser humano diminuto e indefenso que es rebasado por una creación que en algún momento escapó de sus manos y termina tragándoselo.
La debacle de Norma Jane me hace pensar en otras personas geniales que fueron devoradas por su personaje, que no pudieron resistir la efervescencia, a veces violenta, de las personas que atestiguaban su genio y exigían que les dieran cada vez más, para su perjuicio (al ser humano le apasiona enaltecer a la talla de ídolos a otros seres humanos, endiosarlos y quemarles incienso… para luego sacrificarlos en el incendio): en el genio del sax Charlie Parker –cuya vida fue una sucesión de largos sufrimientos y breves paroxismos–; y en el genio de la patada, Diego Armando Maradona, quien en un partido de homenaje decía una frase que iba más allá del fervor de los hinchas que lo ovacionaban y aplica para toda su vida: “esto es demasiado para una persona”.