Después de ocho rollos –de ocho películas que han ido en una línea evidente– sería ingenuo pensar que la franquicia Rápidos y furiosos entregaría algo sustancialmente diferente o ligeramente sustancioso: ha seguido la ruta que normalmente se ofrece cuando se van sumando secuelas, es decir, más de lo mismo, multiplicar lo que ha resultado exitoso: esta saga ha incrementado y diversificado el número y la calidad de las persecuciones –por muchas ciudades, pero también por cualquier tipo de terreno–, las aventuras que desafían las leyes de la Física, los diálogos no muy inteligentes con algo de humor, la moralina a montones. Las películas son un reto a la verosimilitud –y terminan siendo inverosímiles–, pero no importa (es como esperar alguna dosis de realismo en Tarantino, que es pura fantasía); y así como en el cine porno cuando aparecen dos “actores” cabe esperar una escena de sexo, en Rápidos y furiosos ver a alguien en automóvil hace prever una persecución. Este paisaje crece en la novena entrega, justo era predecir y justo es constatar.
Rápidos y furiosos 9 (F9, 2021) es el más reciente largometraje de Justin Lin, responsable de la mitad de las entregas previas de la franquicia (los rollos 3, 4, 5 y 6). Sigue a Dominic Toretto (Vin Diesel), quien pretende llevar una vida tranquila, alejado de la ciudad. Pero el retiro dura poco, pues Mr. Nobody (Kurt Russell) ha sufrido un accidente y lanza mensajes a los que Toretto no se puede resistir. Lo que sigue es una persecución tras otra, cada una más grande e inverosímil que la anterior, lo mismo en parajes naturales que en Tokio, Edimburgo, Londres y Tiflis… y en el espacio exterior. En la ruta reaparecen personajes que habitaron otras entregas de la saga. (Y es oportuno comentar que conocer lo que ha sucedido en las ocho entregas previas ayuda, pero si no se han visto no hay problemas mayores para comprender lo que sucede.)
Lin entrega buenas cuentas. Concibe un estilo no muy lucidor pero efectivo para no perder el hilo del relato y de las escenas de acción, y para dar emoción a éstas. En la puesta en escena llaman la atención los vestuarios –diseñados para hacer lucir las musculaturas de hembras y varones– y las luces, elementales, para subrayar emociones. Mediante el montaje se imprime un ritmo rápido –pero no furioso– que resta pesadez a las casi dos horas y media que dura la F9.
Rápidos y furiosos 9 cumple en términos de acción y entretenimiento. Si acaso Lin se hubiera limitado a encadenar persecuciones el resultado hubiera sido mejor. Pero en la ruta hace repetidos elogios a la familia, a lo que debe de ser. En particular busca ensalzar la figura del padre (por medio del padre de Dominic, un sujeto no menos musculoso que el hijo, pero bastante cuestionable), y en las pausas entre escenas de acción y peleas aparecen frases dignas… de la franquicia. La problematización del rol que cada uno juega en la familia es atendible (siempre y cuando se haga una revisión rigurosa, una crítica honesta a la familia, y no un halago irreflexivo, una apología automática), y el cine de acción es un vehículo propicio, pero para ello se necesitan guionistas más ambiciosos, capaces de ir más allá de la regurgitación del cine norteamericano más simplón de todos los géneros. Estos discursos, con harta moralina, pretenden ser iluminadores y terminan siendo indigestos: como la comida rápida, que demanda una digestión furiosa.