Paradise Lost: La piel dura (1976)

CINESCOPÍA/José Javier Coz

Después de un fuerte drama de desamor y locura, Diario íntimo de Adèle H. (L’Histoire d’Adèle H., 1975), François Truffaut, tan versátil y abierto a temas varios, se aventura a rodar La piel dura (L’Argent de poche, 1976) cuyo guion lo venía trabajando desde 1972 en colaboración con Suzanne Schiffman.

Ganó cuatro galardones: Premio de Recomendación OCIC (Orden de la Iniciación Cristiana de los Niños, por sus siglas en inglés); premio Jurado Lector del diario Berliner Morgenpost; mejor película extranjera por el Círculo de Críticos de Cine de Kansas City (Kansas City Film Critics Circle Awards) y Mejores Películas Extranjeras por el Consejo Nacional de Crítica de Cine (National Board Review).

L’Argent de poche se traduce literalmente como “el dinero de bolsillo”, lo que llamamos en México suelto, cambio, feria o morralla. En España la titularon La piel dura, supongo que como broma a La piel suave (La Peau douce, 1964), también de Truffaut. O tal vez en alusión a los moretones de uno de los protagonistas, el niño Julien (Philippe Goldmann).

Cuando La piel dura llegó a los Estados Unidos, las distribuidoras quisieron evitar la traducción literal del título porque ya existía una película llamada Pocket Money (1972). Consultaron a Steven Spielberg, amigo y admirador incondicional y recíproco de Truffaut, que sugirió el título genial Small Change que también significa suelto o cambio, pero literalmente se traduce como pequeño cambio, ese cambio al que asistimos en nuestros protagonistas que están en vísperas de dar el paso de la primaria de varones a la secundaria mixta, de la pubertad a la adolescencia. Al año siguiente, Spielberg invitaría a Truffaut a actuar en Encuentros cercanos del tercer tipo (Close Encounters of the Third Kind, 1977).

De corte costumbrista, La piel dura es, más que otra cosa, el retrato de la vida cotidiana de un personaje colectivo: los niños del pueblito de Thiers, específicamente los niños que están cursando el último año de primaria. Las escenas en el aula, en sus casas y en los callejones, están hiladas por la historia paralela y marginal de Julien, un alumno nuevo enviado por el gobierno desde un orfanatorio o un tutelar. Julien personificará el lado ciego de la estela de esa eternidad que es la infancia. Julien arriba ya empezado el año escolar. Es pobre, vive al pie del río que atraviesa el pueblo, tiene hambre constantemente, roba, se la pasa el resto de la tarde en las calles y se queda dormido en clases. Es parco, huraño y desconfiado. Sus compañeros no le dan un trato diferencial, pero tampoco reparan en su situación precaria. El niño Patrick Desmouceaux (Georges Desmouceaux) trata infructuosamente de entablar amistad con Julien.

Truffaut hace algunos acercamientos puntuales a situaciones que definen la transición por la que atraviesan estos niños, por ejemplo, cuando abordan a las niñas, las primeras salidas con ellas al cine, el primer beso. Otras situaciones las compone el profesor Richet (Jean-François Stévenin) al regañar a sus alumnos que hacen un repertorio variopinto de travesuras, hoy señaladas de manera punitiva como antesala a la delincuencia. La piel dura está salpicada de momentos involuntariamente felices y divertidos en las rechiflas, las novatadas y el pitorreo, ahora satanizados bajo el rótulo de bullying.

Antes de finalizar la película, se devela públicamente la violencia de la que Julien era objeto en su casa. Julien no vuelve a la escuela porque el gobierno retoma su guarda y custodia al retirarle la patria potestad a la madre.

La película cierra con el último día de clases ya para iniciar las largas vacaciones de verano. El profesor Richet les dirige a los niños unas palabras breves, claras y profundas, muy conmovedoras, sobre la justicia para la infancia a propósito del niño Julien y en torno a la importancia de amar y sentirse amados por los padres a fin de facilitar el paso por la escuela y lo que sigue en la vida.

A través de esta cinta es posible mirar críticamente la actual tiranía del sistema educativo que se ha adjudicado atribuciones que la familia y la religión inexplicablemente han cedido, como el control emocional de los hijos y la transmisión de valores morales, respectivamente.

La piel dura es una de las películas que más me ha llegado al corazón, que me ha trasladado sin escalas a una irremediable nostalgia por un paraíso que perdí: mi infancia en Ottawa, cuando era libre, cuando iba y regresaba a la escuela caminando solo sin el fantasma del secuestro ni el del violador, cuando la peor fechoría en la escuela era castigada con una suspensión de pocos días, cuando los profesores toleraban insultos y peleas entre los compañeros durante el recreo sin esa consigna del discurso hipócrita sobre la tolerancia ni con estar convocando a un tribunal compuesto por padres, maestros y psicólogos, cuando no nos exigían participación en clase ni trabajo en equipo pues los tímidos no éramos obligados a socializar ni a ser colaborativos o proactivos. En suma, cuando respetaban nuestra personalidad y, en fin, cuando nos trataban como lo que éramos: niños.

,

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *