Nomadland (2020) es una especie de En el camino de la tercera edad. En la célebre novela de Jack Kerouac acompañábamos a jóvenes rebeldes; ahora los reencontramos en la vejez, nómadas no menos rebeldes –en algunos casos con causa– pero más consecuentes, más congruentes. Y si en general no necesariamente tienen un objetivo específico sí tienen una meta clara: seguir en la ruta. La cinta ofrece la posibilidad de asomarnos a la América sin domicilio fijo (como los franceses denominan eufemísticamente a sus vagabundos) pero con hogar sobre ruedas, la que vive en el camino sin un destino preciso.
Nomadland es el tercer largometraje de la realizadora de origen chino Chloé Zhao. Se inspira en un libro de la periodista Jessica Bruder y sigue las vicisitudes de Fern (Frances McDormand). Ella es una mujer mayor que tenía domicilio en Empire, una población de Nevada que es abandonada cuando es cerrada la empresa que daba empleo a los habitantes. Ahora vive en su camioneta van. Se niega a tomar alguna de las posibilidades que se le presentan para establecerse y volver a ser sedentaria y, como otras mujeres y hombres mayores, transita por las carreteras y gana dinero en diferentes y distantes trabajos eventuales.
Zhao da forma a una road movie por necesidad y apuesta por una entrega a medio camino entre el documental y el cine de ensayo, con puentes estilísticos o temáticos con Jim Jarmusch y su seguimiento a personajes que coinciden por una temporada en el camino, a los hermanos Dardenne y sus “marcajes personales” (el puente con Rosetta va más allá de la obviedad de seguir a un personaje que vive en un parque para casas rodantes) y Terrence Malick, con su construcción libre y lírica del relato y ver más allá del culto a la naturaleza. Zhao le da presencia permanente al paisaje, al que le otorga protagonismo y al que vemos con nitidez, con buena profundidad de campo. Con no pocos movimientos de cámara (algunos un tanto redundantes, dicho sea de paso), particularmente travels, y frecuentes registros con cámara en mano, establece un ánimo apacible con algunas dosis de tensión (que transmiten la incomodidad de Fern, su constante zozobra). La puesta en escena tiende a ser naturalista y sólo en algunos pasajes la luz contribuye a establecer cierta calidez, lo cual genera un contrapunto al apoyar la inquietud de la protagonista (en particular en una escena familiar protagonizada por un amigo suyo y su hijo). Los paisajes tienden a ser significativos y lucidores: es apreciable el trabajo del cinefotógrafo Joshua James Richards, colaborador de cabecera de la realizadora. Mención aparte merece el desempeño de la siempre lucidora Frances McDormand, quien entrega una actuación convincente, sobria, contenida, con expresiones duras y gestos mínimos pero reveladores. (La actriz también tiene crédito en la producción.) Habría que subrayar, también, el buen desempeño de algunos de los actores no profesionales que dieron vida a personajes secundarios: por esta vía se aportan dosis de sinceridad y se da forma a un híbrido entre la artificiosidad del cine convencional y la transparencia de un cine naturalista (al estilo de Kiarostami o Reygadas). El montaje es contrastante y establece un ritmo entre la celeridad y la lentitud: encadena los eventos con cierta rapidez, pero en más de una ocasión cae en la llaneza. Más que invitar a la contemplación, la cinta propone algunas pausas que resultan más explicativas que emotivas; se gana así más en los terrenos de la exposición que en los de la profundidad. En la banda sonora se escuchan principalmente los nostálgicos tecleos al piano –a veces acompañados por cuerdas– del italiano Ludovico Einaudi, que por momentos resultan un tanto machacosos. La música no es propiamente un score, pues no fue compuesta ex profeso para la película sino que aparece en discos previos del compositor.
Zhao concibe una propuesta expositiva que funciona por acumulación –de lo que realiza Fern en un año– más que por un desarrollo: básicamente, como se sugiere en algún diálogo, Fern lleva a cabo un ciclo, y termina donde inicia, si bien nosotros la conocemos más, que no mejor. La cineasta explora la cara B del sueño americano, protagonizada por norteamericanos de origen, no por inmigrantes. De entrada, ésta es una singularidad notable: la realizadora da voz e imagen a algunos de los marginados del sistema que habitualmente no tienen protagonismo en el cine. En la ruta coinciden personas que son una especie de deshechos, que trabajaron una buena parte de sus vidas, pero no tienen una pensión que les permita vivir con solvencia. Distanciados de sus familias y ninguneados por las autoridades, se involucran en actividades laborales eventuales que les permiten “ir tirando”. Algunos lo hacen por convicción y se escuchan ecos de los ideales hippies; en mayor o menor medida todos son sensibles a la vida en comunidad en grandes espacios naturales, son empujados por el aliento de la libertad y se rehúsan a terminar sus días en un asilo o una cama de hospital (eso sí, justo es precisar, todos son capaces de moverse por sí mismos y de conducir y mantener un vehículo automotriz). Zhao establece un paralelismo con la vida en el desierto, con su flora que resiste con entereza a la aridez, a la adversidad.
Fern pierde sus raíces y se une a un grupo de hombres y mujeres que no tienen posibilidades o no tienen deseos de volver a echar raíces. Fern es lúcida en lo relativo a los otros, pero con dificultades verbaliza lo que pasa con ella, en ella. Sabe lo que no quiere, y mantenerse en movimiento le permite mantenerse viva… pero la errancia también hace posible aplazar el momento de dar una respuesta afirmativa a su existencia. A partir de su aventura, Nomadland hace el esbozo de un estilo de vida que va a contracorriente del american way of life y del cine de Hollywood, habitado por personajes que tienen metas claras y que se empeñan en conseguirlas; construye la defensa de una forma de vida adolescente en la vejez, que se acoge voluntaria o involuntariamente y ofrece matices agridulces. Porque si hay alegrías y gestos solidarios, la posibilidad de plenitud (¿de felicidad?) parece haber quedado atrás; porque si los personajes se permiten renunciar a las directrices que el sistema impone (como medir el éxito por medio de las metas conseguidas; de ser alguien porque se tiene algo), también parece que más que dirigirse a un destino elegido por ellos, los personajes huyen de algo.
Entre otros premios, Nomadland obtuvo el León de oro en Venecia.
Nominaciones al Óscar
Mejor película, actriz (Frances McDormand), directora, guión adaptado y edición (Chloé Zhao), cinefotografía (Joshua James Richards).