Minari (2020) encaja de buena forma en el mapa del cine norteamericano: tradicionalmente Hollywood ha sido un impulsor y defensor –garante– de la familia, que, para él, es el pilar incuestionable de la sociedad; existe además un ingrediente coyuntural y medianamente oportunista, pues los protagonistas forman parte de “un grupo racial subrepresentado” (de hecho, se ha hecho particular hincapié en que el actor principal es el primer asiático-americano y el primer descendiente del este asiático en ser nominado), uno de los criterios de inclusión que Óscar contempla para que una película aspire a la estatuilla a mejor película. ¿Minari es una gran película? No lo creo.
Minari es el cuarto largometraje de ficción de Lee Isaac Chung, quien también es autor del guión. Acompaña a una familia de coreanos que se instala en la campiña de Arkansas en los años ochenta. De entrada, constatamos que hay un desacuerdo y un conflicto entre papá y mamá, pues ella no está muy contenta con la idea de vivir fuera de la ciudad y él tiene el plan de iniciar una granja. Las cosas cambian cuando llega la abuela a vivir con ellos.
Chung da forma a un estilo discreto, apacible. Toma cierta distancia de sus actores (los planos cerrados no son muy abundantes), pero los resalta –con discreción, justo es reiterar–con ligeros desenfoques en el segundo plano, cortesía de lentes de distancia focal larga. La puesta en escena no sólo construye la época con solvencia, sino que hace visibles los estados de ánimo de los protagonistas. Las músicas de Emile Mosseri amplían el abanico emocional y empujan cierta tensión, algunas dosis de esperanza.
Chung entrega una cinta que funciona bien, para empezar, en los terrenos de la etnografía. No hay un tono realista o un ánimo documental, pero surgen las singularidades de la cotidianidad de los inmigrantes coreanos, sus formas de relacionarse y apoyarse y hasta de pelearse. Asimismo, se asoma a un paisaje laboral que todavía luce prometedor: aquí sí hay espacio para el sueño americano a la vieja usanza. El cineasta hace esbozos que pueden llamar la atención sobre la familia y sus características agridulces. No es particularmente revelador, pero alcanza para invitar a la reflexión sobre las vicisitudes de la familia. En la ruta echa mano de algunos simbolismos que resultan un tanto simplones (como el fuego o el minari, la planta que da título a la película y que ilustra cómo echan raíces, sobreviven, prosperan y proliferan los coreanos): son más demostrativos que emotivos.
Algunos comentaristas y opinadores han tratado de establecer paralelismos entre Minari y el cine de Hirokazu Koreeda. Es cierto que los hay, pero Chung no tiene el rigor ni la agudeza del nipón; no tiene la profundidad. Chung expone las vicisitudes de la familia; Koreeda reflexiona sobre el fundamento.
Nominaciones al Óscar:
Mejor película, actor (Steven Yeun), director y guión (Lee Isaac Chung), actriz de reparto (Yuh-Jung Yuon) y música (Emile Mosseri).