Jan Kounen nació en Países Bajos, estudió cine en Niza y es un realizador francés con una filmografía ecléctica (va del videoclip al documental y a la serie de televisión) y no muy notable que digamos. En México lo conocimos por Dobermann (1997), cinta de acción con algunas dosis de provocación (más que las hazañas de los asaltabancos que recoge la historia recuerdo la utilización de la revista Cahiers du cinéma como papel de baño). Una década después (en 2007) se inspiró en una célebre novela de Frédéric Beigbeder, que originalmente tuvo como título 99 francos y luego, con la conversión, 13,99 euros. Acaso su cinta más conocida es Coco Chanel & Igor Stravinsky (2009), cuyo origen está en una novela de Chris Greenhalgh y que se nutre de la biografía romántica de la conocida diseñadora y del músico genial. Mi primo (Mon cousin, 2020) es su quinto largometraje y, fiel a él, no es una gran película, pero alberga momentos brillantes.
Mi primo sigue las vicisitudes de Pierre Pastié (Vincent Lindon), quien dirige una poderosa empresa vitivinícola. Para concretar sus planes de expansión, necesita que su primo Adrien (François Damiens), quien vive en una residencia para enfermos mentales e idolatra al otro, firme un compromiso de no vender sus acciones. Todo está listo para firmar el contrato en la notaría, pero Pierre llega tarde y Adrien se va. Después pide cenar con su primo. En adelante “el loco” se las arregla para convivir con Pierre, y en la ruta se multiplican los accidentes y los encontronazos.
Kounen entrega brillantes cuentas en lo relativo a la puesta en cámara. Ésta se mueve con una agilidad plausible que resulta bastante lucidora y significativa, se diría que sustantiva. En conjunto, los movimientos van dando cuenta del estado mental de Pierre. Pues, justo es comentar, desde el inicio va quedando claro que éste, por más que se sujete al lugar común del director de empresa, no anda muy bien que digamos en el terreno de los afectos y de los piensos. La utilización de lentes de distancia focal corta, que ofrecen muy buena profundidad de campo y agudizan la perspectiva, contribuye de buena forma a matizar el punto de vista. La luz, cortesía de Guillaume Schiffman –cuya labor no sólo ofrece la claridad que por lo general caracteriza a la comedia–, subraya sentimientos que no siempre expresan los actores. En la misma ruta se suman las músicas, que a menudo aportan un tono nostálgico revelador. Así las cosas, el resultado es una comedia elegante.
Si bien por momentos Kounen tiene deslices al registro del pastelazo y la exageración (en específico, gestos y acciones de Adrien) el dispositivo estilístico ofrece un valioso contrapeso a las lagunas argumentales, los pasajes sensibleros y los clichés que abundan en la historia. Al final es valioso el balance que ofrece Kounen: no es sano renunciar al origen, al afecto que se tiene (¿se tuvo?) por la parentela cercana (en este caso, el primo), pero tampoco hay una condena al hombre que dedica su vida a la empresa, pues en él existen valores afectivos que, en este caso, se traducen en rasgos prácticos. Asimismo, hace el elogio de la locura, que aquí es en esencia amor y respeto por la vida (también de la flora y la fauna). Así pues, si Mi primo no escapa al imaginario cinematográfico tradicional de la familia ni del afán de calidez un tanto forzada, sí ofrece buenos momentos y buenas cuentas.
Mención aparte merece la escena en el hospital siquiátrico, en la que aparecen tanto Kounen como el actor Albert Dupontel y el realizador Gaspar Noé. Es claro que se divirtieron de lo lindo. Asimismo, llama la atención la dedicatoria final a la memoria de Carlo de Boutiny y Éric Névé, colaboradores y amigos de Kounen.