Había una vez dos hermanos que se divertían haciendo películas, y divertían al que las veía. Y hacían buenas películas. En su primer largometraje* incursionaron en el cine criminal con frescura, desfachatez, humor y un manejo elegante del lenguaje y los recursos cinematográficos. Corrían, además, riesgos plausibles. El segundo** fue una gran sorpresa para todos, salvo tal vez para ellos. Le dieron un impulso plausible a los efectos visuales e hicieron que éstos sirvieran a la historia y al tema por ella abordado de forma prodigiosa. Su propuesta ofrecía tanta sustancia que no faltaron los libros que se dedicaron a establecer los nexos entre su cinta y la filosofía y algunas otras esoterías. Considerarla un parteaguas –acaso más por razones técnicas que narrativas– no parecía entonces una exageración. Después dijeron que originalmente se trataba de una trilogía, y en los seis años siguientes se dedicaron a engrosar la franquicia: con las dos películas faltantes e incursiones en videojuegos. Cuando dejaron atrás este período realizaron una película en la que la fantasía adquiría vistoso colorido mientras la física era un referente más que una limitante***. No era una maravilla, pero tampoco un adefesio. Pero entonces se disgustaron y uno de ellos decidió cambiar de sexo; ambos la tomaron contra la crítica y en su largo siguiente**** le dieron su merecido a ella, dejando caer a un odioso exponente de ese gremio desde las alturas de un edificio. El resultado no es, con todo, desafortunado. Ahora firman las películas que filman como The Wachowskis y a juzgar por su largo más reciente parece que ya no se divierten tanto (y el espectador menos)… y que ya perdieron el toque.
En El destino de Júpiter (Jupiter Ascending, 2015) Lana (otrora Larry) y Andy Wachowski siguen las aventuras de Jupiter Jones (Mila Kunis), quien se gana la vida –que dice odiar– como afanadora hasta que de algún rincón del universo llega un licántropo intergaláctico (a quien da vida Channing Tatum) a rescatarla de unos homúnculos alienígenas. Luego descubrimos que ella es una reina (al principio parecería que es la abeja reina –por su poder sobre estos bichos– pero luego nos enteramos que su reino no es de este mundo). Entonces, entre vuelo y vuelo (en los brazos del lobo o en nave espacial), su vida se vuelve excitante y sus responsabilidades se multiplican.
Los Wachowski se sirven con la cuchara grande de las referencias y, entre otras, reciclan detalles o hacen guiños a la franquicia de Narnia, Ciudad oscura (Dark City, 1998), Hombres de negro (Men in Black, 1997), Brazil (1985), Crepúsculo (Twilight, 2008), las trilogías de La guerra de las galaxias, Thor (2011), Furia de titanes (Clash of the Titans, 2010), Gravedad (Gravity, 2013) y Viaje a las estrellas (Startrek, 2009). Pero al final la ruta privilegiada es la del crecimiento: el protagonista vive una aventura inesperada, descubre que está llamado para realizar grandes cosas (como salvar a la Tierra y su fauna, en particular la humana), madura y se hace responsable. Como un montón de películas recientes que es ocioso mencionar.
De principio a fin los Wachowski nos endilgan una parafernalia que resulta más confusa y barroca que imaginativa o espectacular: formalmente es como Matrix recargado y revolucionado elevado al cuadrado; pero el resultado es más bien Matrix desinflado. Para empezar, por la acción, que si a ratos es lucidora se dilata hartos minutos y produce más fastidio que emoción. A continuación por la enorme cantidad de información, más bien inútil, que no deja de entregarse y que genera más pereza que interés; para acabarla, con el ánimo forzado de insertar dosis de sabiduría y un comentario sobre el curso actual de las cosas en el mundo y más allá (hay una crítica al capitalismo voraz, un reconocimiento del tiempo como el gran valor universal, una exhibición de la codicia, una exaltación del valor y, por supuesto, del amor), que es tibiamente apoyado por el argumento, la cámara y el diseño (en el otro extremo de lo que sucedía con Matrix). Pero tanto oropel y tanto discurso demostrativo apenas sacuden la indiferencia y no esconden la quasi vacuidad de la entrega. Al final queda la sensación de que la propuesta es un resbalón, que rebasa el umbral del ridículo, que es mucho ruido y muy pocas nueces (uno se pregunta por qué, para qué y para quién realizaron esta cinta). Los comentarios negativos de la prensa especializada, en consecuencia, han sido abundantes. ¿Habrá que esperar una muerte violenta de otro crítico –o de una legión de ellos– en la siguiente película del tándem?
*Complices (Bound, 1996)
**Matrix (The Matrix, 1999)
***Meteoro, la película (Speed Racer, 2008)
****Cloud Atlas (2012)
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2 respuestas a “Matrix desinflado”
Chaleee, y yo que tenia ganas de verla, jeje
buena critica, al menos ya me la pensare si verla o no xD
Qué pena no haberte leído antes. Ayer me chuté la película y me pareció eterna. Jamás entendí la resequedad de los hijitos de doña Júpiter.