Marie y el hombre que no sabe de miedos: La reina del hampa (Casque d’Or, 1952)

CINESCOPÍA/José Javier Coz

Conocida en México como La reina del hampa (un título bastante desafortunado) y en España como París, bajos fondos, Casque d’Or (casco de oro) fue dirigida y coescrita por Jacques Becker. El título en francés se refiere a los altos y elegantes peinados de la rubia Marie (Simon Signoret), una de las protagonistas.

Durante la década de los treinta, Becker trabajó como asistente de dirección de Jean Renoir con quien adquirió todos los conocimientos para iniciar su carrera en 1942. La reina del hampa figura entre las películas más apreciadas por François Truffaut, quien destacaba la escena final como una solución para destrabar un desenlace, y, sin duda, es una de las grandes películas que dio Francia durante los cincuenta.

De sus escasas 13 películas, además de La reina del hampa, Becker dirigió otras dos obras maestras: Touchez pas au grisbi (1954), en castellano “no toquen el botín”, y que en España se estrenó como No toquéis la pasta, y Le trou (El hueco, 1960), quizá la mejor película sobre la planeación de una fuga en la cárcel que jamás se haya hecho.

El estilo de Jacques Becker tiene que ver más con el desarrollo de personajes que de tramas. Casi se podría afirmar que las historias en sus películas son un pretexto para la creación de caracteres. Este punto de su estilo lo lleva a su culmen en Touchez pas au grisbi.

La historia de Casque d’Or está inspirada en hechos reales acaecidos en 1900. Narra las vicisitudes del amor a primera vista de Marie. Ella es una irresistible prostituta de cuerpo generoso y tez hermosísima, a las órdenes de una mafia. Posee un carácter de matrona que infunde respeto hasta en el más bravucón de la banda. Es también astuta, coqueta, decidida y de expresión agraciada y traviesa.

En un baile dentro de un mesón al pie de un río, se deja flechar sin miramientos y delante de su amante Roland (William Sabatier) por Georges Manda (Serge Reggiani), un carpintero delgado, bigotón, que no sabe de miedos. Marie no vacila en conquistarlo y lo saca a bailar. Para quienes gustan de la pintura, imposible que la locación de esta escena no nos remita al cuadro El baile en el molino de Galette (Bal du moulin de la Galette), obra de Pierre-Auguste Renoir de 1876, padre de Jean Renoir, quien, como ya dijimos arriba, apadrinó a Jacques Becker.

El jefe de la mafia, Félix Leca (Claude Dauphin), quiere mantener a Marie a la mano, pero ve por un lado su determinación y, por otro, sopesa la obstinación de Roland y también que el carpintero es un hombre fuerte, valiente y leal, en suma, un candidato ideal para enlistarlo en sus filas o acaso como un relevo de Roland. Una noche, Leca y sus hombres acorralan a Georges. Leca pone a prueba a Georges y le ordena a que se bata con Roland. Ambos toman cierta distancia y se lanzan a puño pelado. Leca clava en el suelo un cuchillo y los reta a un duelo. Georges alcanza primero el cuchillo. Roland y Georges se traban. Muere Roland. Esta escena es sólo equiparable a los duelos entre compadritos en El fin, El sur, El encuentro y La noche de los dones, de Borges, narrados con vertiginosa economía, característica que también comparte Becker en sus largometrajes.

Georges es invitado a formar parte de la banda, pero declina. Lo que sigue de la historia se compone de citas furtivas de Marie y Georges, de trampas que les tiende Leca y el desafortunado rastreo policiaco de Georges, a quien el destino hizo un criminal, intercalado por una breve estancia en una casa de campo que ofrece un remanso bucólico de las postrimerías del romanticismo.

El guion de la película no adolece de un solo renqueo. El vestuario, la utilería, la escenografía, a cargo de Jean d’Eaubonne, y los altos “cascos de oro” de Simon Signoret, a cargo del estilista Alex Archambault, no nos hacen dudar que estamos en La Belle Époque, ese cambio de siglo marcado entre el fin de la guerra franco-prusiana (1871) y el inicio de la Primera Guerra Mundial (1917).


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