Conforme avanza Luca (2021), la más reciente entrega de Pixar, se van sumando diferentes referencias y autorreferencias. Al final queda la sensación que más que una summa, la cinta es un muestrario, un compendio de asuntos e historias propias y ajenas: lo mismo de puñado de títulos que el estudio ha concebido para su gloria y nuestro beneplácito, que de películas célebres de otros orígenes. En la ruta hay trazos de La sirenita (The Little Mermaid, 1989) y Ponyo (2008), pero también de Buscando a Nemo (Finding Nemo, 2003), Coco (2017), Toy Story (1995) y Monsters, Inc. (2001). No obstante, el balance final es positivo.
Luca es el primer largometraje del italiano Enrico Casarosa, quien hace diez años dirigió para el estudio de la lamparita el corto La luna (2011). Sigue las vicisitudes del personaje epónimo, un híbrido de pez y serpiente marina que al salir del agua se convierte en un chamaco de alrededor de 13 años. En casa le prohíben salir del mar, pero su curiosidad lo hace desobedecer. Así conoce a Alberto, quien tiene más o menos la misma edad y es también un “monstruo marino”/humano. Éste le transmite su amor por las motos Vespa, la libertad y el ánimo de viajar. Para materializar sus metas, ambos visitan un poblado costeño. Ahí conocen a Giulia, una chamaca coetánea que busca ganar un triatlón singular y que hace equipo con ellos.
Luca, justo es anticipar, no tiene la brillantez en el diseño de imagen, color y movimiento (tampoco en el diseño de la narrativa) de otras entregas de Pixar. Si bien algunos pasajes marinos son fascinantes, la configuración de monstruos y humanos es más bien convencional, lejos de las maravillas que a menudo concibe este estudio. La puesta en escena, en consecuencia, tampoco tiene los matices imaginativos de costumbre: los espacios son un tanto rancios; la recreación del fondo marino y del pueblito costero no reservan mayores esplendores. En la banda sonora hay una serie de canciones –tal vez demasiadas (el soundtrack reúne ¡30 canciones!)– que subrayan de forma transparente los estados de ánimo que experimentan los protagonistas.
Casarosa da voz e imagen a los “renegados”, los que son diferentes y son víctimas de menosprecio o abuso. Tiene la virtud de presentar un abanico atendible de necesidades a partir de sus personajes principales, que son niños de la misma edad pero que no necesitan lo mismo. Si seguimos la clasificación que propone el psicólogo norteamericano Abraham Maslow en su famosa pirámide, es posible observar que Alberto estaría en el tercer “piso” (afiliación, pertenencia), Giulia en el nivel siguiente (reconocimiento) y Luca en el más alto (autorrealización). La amistad, que aquí se materializa en solidaridad y hasta en sacrificio, muestra ser un factor decisivo para solventar sus carencias y para permitir el crecimiento, que es uno de los múltiples temas que aborda la cinta.
Pixar apuesta por dar tintes encantadores a su cinta. Para ello retoma rutas previamente transitadas, como anticipaba en el párrafo inicial: los miedos paternales de Buscando a Nemo, el afán de conseguir las metas propias en contra de los designios familiares –y el folklore– de Coco, el elogio de la amistad de Toy Story, la revelación de en qué consiste la verdadera monstruosidad, al estilo de Monsters Inc.; y rasgos de La sirenita y de Ponyo: las bestias marinas quieren ser humanas y vivir como ellos. (Alguien dijo alguna vez que el gran tema del cine es la identidad; Pixar lo confirma con creces.) Mención aparte merecen los homenajes a Marcello Mastroianni y la apología de la moto Vespa (¿cuánto habrá pagado Piaggio, su fabricante, para este mega spot comercial). Y Luca es encantadora, mas redunda en una feel-good movie de corte clásico con los infaltables matices de autoayuda que caracterizan a este género-para-sentirse-bien. La muestra más clara de esta poco imaginativa ruta está en la existencia de un villano –a menudo el antagonismo en Pixar no se concentra en un sujeto “malo”, como es el caso–, que es más digno de una telenovela que del historial de Pixar: es un malo insalvable, sin matices positivos, un bully que es puro estereotipo. Eso sí, la paciencia es bien recompensada para el espectador con el chistecito que aparece al final de los créditos.
Lejos de la singularidad y agudeza, Pixar hace una apuesta segura con Luca. Una apuesta sin riesgos para un estudio que habitualmente asume riesgos; una apuesta que sabe a poco, a déjà vu.