¿Existe alguna buena película cuya historia se ubica en la época navideña o gira alrededor de la Navidad? ¿Es posible que una película navideña sea además una buena película? La respuesta es negativa, me temo. O al menos lo era. Así lo prueba Los que se quedan (The Holdovers, 2023).
Los que se quedan es la más reciente película del norteamericano Alexander Payne, quien entregó muy buenas cuentas con Entre copas (Sideways, 2004), Los descendientes (The Descendants, 2011) y Nebraska (2013). La historia se ubica en 1970 e inicia en el momento en el que personal y estudiantes de una preparatoria de élite, cercana a Boston, se aprestan a partir para las vacaciones de fin de año. Pero algunos alumnos, por diversas razones, se quedan. El encargado de cuidarlos es el profesor Paul Hunham (Paul Giamatti), responsable del curso de civilizaciones antiguas, quien es odiado de forma unánime por el alumnado y el profesorado de la institución. Es un cascarrabias y, como buen alcohólico, dice casi siempre la verdad.
Payne apuesta por una puesta en cámara eficiente y elegante que contribuye a la sorpresa y a la revelación. Con movimientos de cámara y del zoom out, así como por medio de cortes, concluye más de una escena de forma inesperada, de tal forma que mientras amplía el campo visual también le da vigor al campo narrativo. En la banda sonora llaman la atención algunas canciones que no sólo subrayan la época en la que se ubica la película, sino que matizan las emociones de diversas situaciones (como The Wind de Cat Stevens, que contribuye a dar esperanzador aliento a la escena en curso).
Payne consigue imprimir a su cinta una calidez plausible. Con solvencia, valiosas dosis de humor y sin afanes grandilocuentes va dando emotividad a las relaciones que crecen entre los que al final se quedan en la escuela (además del profesor odioso y odiado, el estudiante Angus y la cocinera Mary). La amistad va ganando terreno mientras van conformando algo parecido a una familia funcional. Este proceder trae a la memoria las buenas artes del nipón Hirokazu Kore-eda (más que por los nexos de sangre, la familia que funciona como tal se construye en virtud de los afectos y tiene sentido porque los involucrados contribuyen y asumen voluntariamente un rol, como sucede en Un asunto de familia, entre otras) y el norteamericano Jim Jarmusch (las relaciones valiosas son fugaces: los que se encuentran sin buscarse transitan una parte de la ruta juntos para luego separarse; verbigracia: Down by Law).
Los encuentros y desencuentros que presenta Los que se quedan son pertinentes para el crecimiento. Gracias a la sinceridad que se establece entre los personajes, Huhnam encontrará, acaso sin buscarla, la oportunidad para salir de sí mismo y del estancamiento en el que lleva años; Angus tomará con responsabilidad y con mayor seriedad las riendas de su propia existencia; y Mary descubre que el futuro puede ayudar a lidiar con el pasado y que puede encontrar soporte incluso entre los que no la han valorado. Todo esto se conjuga para desarrollar y dar verosimilitud al caudal emocional que dan por descontado las películas navideñas convencionales, esas que se construyen con puestas en escena que parecen spots publicitarios de insana bebida refresquera (en la que no faltan las nevadas, las cajas con moños, las chimeneas encendidas y la proliferación de abrazos y buenos deseos) y que son ricas en demostraciones de “amor” (que se ha de comprar en el centro comercial, por supuesto).
Los que se quedan refrenda esa sana tradición del cine clásico: el buen resultado de una película depende en buena medida del desarrollo de personajes, tema e historia. A diferencia de las cintas que proliferan hoy día, que son demostraciones de las consignas de la sosa y bienintencionada agenda de la corrección política, que no ofrecen mayor progresión y en las que por mandato se llega a finales que no obedecen a un desarrollo dramático (como Wish, de Disney), la cinta de Payne construye un drama tan emocionante como edificante.