Para algunos deportistas profesionales el segundo año suele ser el más difícil. Particularmente cuando el debut fue afortunado, pues inevitablemente se generan expectativas. Algo similar cabe observar en el cine con el segundo largometraje: a menudo en la ópera prima, que se ha cocinado por años, se vierten la pasión y la urgencia, el discurso. En la siguiente entrega puede perderse frescura y no estar a la altura de lo que se espera: puede ser una decepción. Felizmente no es el caso del tapatío Samuel Kishi Leopo, quien entregó buenas cuentas con Somos Mari Pepa (2013) y ahora asistimos a su confirmación con Los lobos (2019).
Los lobos acompaña a Lucía (Martha Reyes Arias) y a sus hijos, Max (Maximiliano Nájar Márquez) y Leo (Leonardo Nájar Márquez), desde su llegada a Albuquerque, Nuevo México. Mientras ella trabaja, los niños la esperan en el desespero del departamento que habitan. Las horas se estiran y los corajes se acumulan entre la lejana esperanza de ir a Disney World (“one ticket, please”) y las aventuras en el edificio. La imaginación ayuda a mitigar el desánimo, pero no alcanza para evitar la exasperación de los chamacos.
Kishi Leopo apuesta por un estilo que a menudo echa mano del contrapunto. Cámara en mano, alterna las alturas de los planos. En la puesta en escena los cielos cálidos no terminan por dar calor a espacios fríos, sórdidos y claustrofóbicos. Y si para los niños las horas son largas, el relato fluye a buen ritmo. La banda sonora, en la que es perceptible un notable trabajo de diseño, se articula a partir de detalles nimios, sutiles pero funcionales; a menudo se escuchan las músicas de Kenji Kishi –hermano del realizador–, que hacen aportes al tono (también en contraste: ante imágenes o pasajes en los que reina el desánimo las músicas aportan calidez, algunas dosis de esperanza) y sirven como puntuación del relato. Vemos además algunos pasajes de animación, que dan cuenta de lo que pasa por la cabeza y el alma de los niños, de lo que no verbalizan pero sí expresan en imágenes.
Kishi Leopo entrega una película fresca, sencilla pero no simple. Nos lleva a una jaula que no es de oro, a un encierro precovid sin internet, sin televisión y sin padres, a un mundo sin alegrías (las sonrisas, como la solidaridad, acá son escasas); a una sociedad de inmigrantes en la que domina la suciedad, que luce en el abandono, a la deriva. El cineasta teje un relato que se ubica a medio camino entre la subjetividad y la objetividad, en el que no predomina una perspectiva en particular pero sí se hace presente un ánimo: las alturas de cámara y el registro en mano (y las animaciones) son una proyección del caudal emocional de los personajes, pero también se presentan imágenes urbanas y retratos frontales (en los que una persona mira a cámara) que son habituales en el documental.
La convivencia de estos lobos, con sus virtudes y sus contrariedades, alcanza para hacer un buen desarrollo del tema del crecimiento, para hacer comentarios al desasosiego y las miserias de la inmigración, a los contrastes de la fraternidad –que a menudo se padecen y a veces se agradecen–, a los esfuerzos infatigables, nunca suficientemente reconocidos, de la maternidad. Sin discursos proselitistas a la familia, Kishi Leopo reflexiona sobre el fundamento de ella. Estos lobos pueden distanciarse, romper las reglas, pero tienen la capacidad y el cariño suficientes para la comprensión. Y ver al otro, comenzando en casa, pero también afuera (como sugiere el pasaje final) es fundamental para comprender. En la ruta el realizador tiene la virtud de dar verosimilitud a sus personajes. Hace mucho tiempo que no veía en una película mexicana niños que realmente parecen niños (en el cine y en la televisión nacionales abundan los adultitos locuaces, no los niños), con su candor y sus sospechas, sus alegrías y sus malestares, su generosidad y su mezquindad. Y parecer, en cine, es ser, y esta cinta se siente auténtica. Bien por Kishi Leopo. Ya esperamos la tercera.
Los lobos obtuvo el Grand Prix de la sección Generación en el festival de Berlín, entre otros premios.