El estreno del documental Beatles: Eight Days a Week – The Touring Years (2016) significa una puesta al día de la historia The Beatles. Es una especie de película de divulgación para los jóvenes; ofrece pocas novedades para el que está medianamente enterado de la vida y milagros del grupo; escasas, para los beatlemaniacos. La riqueza está en la música y las personalidades de Lennon, Harrison, Starr y McCartney, en la simpatía individual y la que aparecía en su convivencia.
Beatles: Eight Days a Week – The Touring Years es la segunda incursión en la no ficción y la más reciente entrega del norteamericano Ron Howard, un artesano eficaz que posee una filmografía con marcados altibajos (entre otras, de la notable Rush: pasión y gloria a la mediana El Grinch). Sigue ahora al cuarteto más famoso de todos los tiempos, desde su pasaje por Hamburgo, donde tocaban varias veces al día, hasta su última presentación en vivo: el memorable concierto en la azotea de Apple Corps (compañía productora del documental de marras). En la ruta se recuerda su ascenso y gloria, el fenómeno masivo y las repercusiones que todo ello tuvo, en la música y en los jóvenes, en los años sesenta. Para ello se convocan diferentes testimonios: Elvis Costello habla de su música, Richard Lester de las primeas dos películas protagonizadas por la banda y dirigidas por él, Sigourney Weaver del impacto entre las jóvenes, Whoopi Goldberg y Kitty Oliver del aire fresco, igualitario y liberador que supuso la irrupción del cuarteto.
Howard hace un recorrido compacto y vertiginoso por la historia de The Beatles. En particular da cuenta de la repercusión que tuvieron en Estados Unidos. Desde el punto de vista informativo el realizador aporta bastante poco. No arroja mejores cuentas en lo relativo a los temas que aborda –renglón en el que cabe observar cierta dispersión–, ni construye una reflexión atendible sobre lo que el grupo fue o lo que ha representado a lo largo de los años. Básicamente se queda en el lugar común. Su cinta, así, no sólo es convencional, sino que es una especie de déjà vu. A diferencia de los monumentales documentales de Martin Scorsese sobre Bob Dylan y George Harrison, Howard parece no poseer un punto de vista propio –ni, de lejos, original– sobre el fenómeno que registra. Más allá de la sorpresa por las masas –a menudo histéricas, incontrolables– convocadas en tiempos en los que no había internet y la singularidad de la personalidad de los oriundos de Liverpool, hay poco que consignar en cuanto a la sustancia que ofrece el documental.
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