Los primeros minutos de Respira (Respire, 2014) traen a la memoria el inicio de La vida de Adèle (La vie d’Adèle, 2013), con la que Abdellatif Kechiche obtuvo la Palma de oro hace dos años. En ambas, una joven preparatoriana se encuentra con otra chica. Y es en una clase, a la que asistimos en los primeros minutos de proyección, donde se esboza el principio que habrá de regir el porvenir de la película. Aquí es: ¿la pasión nos hace más o menos libres? La respuesta se verbaliza en ese momento; y la historia por venir habrá de materializarla.
Respira es el segundo largometraje de la francesa Mélanie Laurent, quien posee una respetable trayectoria como actriz (recientemente la vimos en Los ilusionistas: nada es lo que parece). La cinta se inspira en una novela de Anne-Sophie Brasme y recoge las experiencias de Charlène o Charlie (Joséphine Japy), quien sufre por la separación de sus padres. Pero en la escuela una compañera recién llegada, Sarah (Lou de Laâge), alivia hasta cierto punto la desazón: con ella inicia una relación estrecha, por momentos bastante estrecha. Todo apunta al romance, pero Sarah es bastante voluble y manipuladora: ora afectiva, luego distante. Pronto el lazo se vuelve nocivo. Pero la dulce Charlie, cada vez más silenciosa, aguanta.
Si bien hay una estilización en la luz y un tratamiento sonoro que por momentos coquetea con el terror convencional, Laurent propone un estilo realista, con su infaltable cámara en mano, para asomarse al mundo de los adolescentes con una mirada atenta, inquisitiva. Asistimos así a una convivencia que entre la euforia y la calidez también pasa por la violencia. Del egoísmo –que se traduce en indiferencia– de los padres (que están demasiado ocupados en sus asuntos como para poner atención e involucrarse en lo que le pasa a sus hijos) a la escasez de recursos de los jóvenes para hacer frente a la hostilidad de los otros, se incrementa la carga de sufrimiento: como a menudo nos lo recuerda el cine francés, el paso por la adolescencia es sumamente complicado, rico en matices contrastantes. No obstante, Laurent se mueve en un terreno muy visitado –y mejor perfilado–, y cuando hace aportes propios cae en un maniqueismo cuestionable, efectista, muy al estilo de Hollywood.
Porque Respira se mueve en una línea medianamente demostrativa, alejada de la sutileza que habitualmente entrega el cine francés más… francés. A modo de ejemplo es pertinente traer a cuento Joven y bella (Jeune et jolie, 2013) de François Ozon, que sugiere e ilustra los conflictos internos de su personaje antes que subrayarlos o remarcarlos. La cinta de Laurent es hasta cierto punto “machacona”. Es claro que la idea es provocar malestar, y por supuesto que lo genera: no puede uno ser indiferente a la crueldad de Sarah; resulta indignante y hasta incomprensible la pasividad de Charlie. Pero el planteamiento avanza más como la exposición y demostración de un caso, de una patología, que como un drama que desarrolla los diferentes matices de lo que aborda. La Laurent exhibe la vorágine de maldad que cabe en edades tempranas (si bien no tan tempranas como lo visto en Tenemos que hablar de Kevin de Lynne Ramsay, en la que se manifiesta desde la tierna infancia) y en nexos que se conciben como amistosos (acaso la mayor crueldad es la del amigo); da cuenta de su crecimiento exponencial, que se explica por la pertenencia a un medio insalubre y por la incomunicación, como sucede en Después de Lucía (2012) de Michel Franco, con la que tiende un puente. Por otra parte, apenas hace hincapié en el hecho de que los adolescentes terminan por emular lo que cuestionan a sus padres (lo que les critican y les reprochan), de forma más o menos consciente, como permiten inferir dos frases dichas por Charlie.
Al inicio de Respira el maestro explica que de acuerdo con Platón la razón está en la cabeza y la pasión está en el estómago, en las tripas. Laurent privilegia la primera: si bien su cinta es por momentos asfixiante, procede como quien hace una demostración matemática. Y al final se antojaban más vísceras.
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