Desde sus primeros cortometrajes –algunos de los cuales vimos en diferentes ediciones del Festival Internacional de Cine de Guadalajara– se percibía en el veracruzano Ernesto Contreras una mirada atenta a la singularidad de lo ordinario. Esta perspectiva creció y se afianzó en Párpados azules (2007), su primer largometraje, en el que daba cuenta del vacío que encuentran los que se buscan para complementarse. Seguir siendo: Café Tacvba (2010), en el que comparte los créditos de la realización con José Manuel Cravioto, fue su segundo largo. Es un documental que sigue a la banda del título, y si bien aparecen algunos pasajes afortunados, no fluye muy bien que digamos: parece un tanto “encorsetado”. Las oscuras primaveras (2014) es su segundo largo de ficción y deja ver una madurez valiosa. En la filmografía de Contreras aparecen como constantes la pareja, el trabajo y la familia. En ella muestra una rara habilidad para hacer aparecer la paradoja: bajo su óptica la planitud adquieren relieve y la oscuridad se ilumina.
Escrita por Carlos Contreras (hermano del realizador y también autor del guión de Párpados azules), Las oscuras primaveras reúne los destinos de cuatro personajes: Igor (José María Yazpik) y Flora (Cecilia Suárez), marido y mujer, y Pina (Irene Azuela) y Lorenzo (Hayden Meynberg), madre e hijo. En el inicio fue un encontronazo, fugaz y candente entre Igor y Pina. En adelante se buscan queriendo encontrarse, y en la ruta se distancian de pareja e hijo respectivamente.
Contreras propone atmósferas invernales, de una gelidez tangible y una grisura insidiosa –y que anteceden a la fantasiosa primavera, que es todo un cliché– como fondo para una galería de personajes en la que no hay buenos ni malos (mas si hubiera que hacer un balance desde la moral, tenderían más a lo segundo que a lo primero); más bien se ubican en un abanico de diferentes grados de lo miserable. Porque aquí nadie se salva. Igor es infiel recurrente; Pina, igualmente, no duda en abandonar a su pequeño para encontrarse con aquél; Flora es obsesiva y parece más preocupada por el dinero que por otra cosa; Lorenzo posee una luciferina lucidez y no duda en contrariar a su progenitora (como Kevin en Tenemos que hablar de Kevin de Lynne Ramsay). Unos por inconscientes (a veces y nomás poquito), otros por candentes y otros por joder, terminan haciéndose daño involuntaria pero sobre todo voluntariamente. A la larga el deseo –que es como una adicción y concreta la insatisfacción crónica de los que no saben ni quieren resistir sus embates– condiciona el destino de los cuatro, y no necesariamente para unirlos. Ya lo anticipa el tráiler, en el que puede leerse una condensación del asunto abordado: “A veces la persona que más amas simplemente no es suficiente”.
Contreras materializa en una fotocopiadora el absurdo y el cansancio de la vida en pareja. Esa máquina, que Igor lleva a su casa, ante el desconcierto, la desazón y la frustración de Flora, se convierte en un pretexto pero también en un símbolo del distanciamiento de los que decían amarse, del peso del desgaste y la rutina: las repeticiones; las copias de lo mismo, de lo que se repite, de la reincidencia, también provocan que se vaya diluyendo, borrando, el afecto que había en la vida en común. (En algún momento la mecánica de la copia sirve además para establecer un paralelismo entre los personajes.) El cineasta imprime un ritmo que tiende a la lentitud y consigue así dar densidad a la cotidianidad. La música, cortesía de Emmanuel, Ramiro y Renato del Real (el primero es miembro de Café Tacuba), aparece con discreción en escasos momentos para subrayar las emociones y las miserias que experimentan los personajes principales. La austeridad estilística es pertinente para crear tensiones que crecen con una cámara que se mueve de forma inquisitiva y reveladora. Este acercamiento se rompe sólo en un momento que hay un desliz a la tragedia que parece fuera de lugar.
Con Las oscuras primaveras Contreras muestra que los abordajes a la pareja y la familia pueden ir más allá de la banalidad que a menudo caracteriza al cine mexicano. Presenta una antropología a partir del desencanto que rebasa las convenciones políticamente correcta a las que por lo general se sujetan los cineastas mexicanos, lo mismo los de aquí que los de allá. Confirma, en suma, que es una de las voces imprescindibles del cine mexicano actual.
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