La pérdida de la inocencia: El ídolo caído (1948)

CINESCOPÍA/José Javier Coz

El ídolo caído (The Fallen Idol, 1948) es la vigésima película dirigida por el británico Carol Reed y la segunda después de terminada la Gran Guerra. La rodó antes de la que para la mayor parte de la crítica es no sólo su mejor película, sino una de las grandes obras maestras del cine: El tercer hombre (The Third Man, 1949). Los guiones de ambas fueron escritos por Graham Greene, el eterno candidato al Premio Nobel de Literatura, y basados en historias propias.

Reed fue muy prolífico, aunque no muy afortunado en su carrera cinematográfica. Actuó en teatro primero y luego en cine antes de emprender la dirección. El ídolo caído es una adaptación que hace Greene de un cuento suyo titulado La habitación en el sótano (The Basement Room, 1936) inspirado a su vez en un episodio autobiográfico que fue recordado gracias a la lectura de la novela Lo que Maisie sabía (What Maisie Knew, 1897) de Henry James. Antes de El ídolo caído Carol Reed filmó Larga es la noche (Odd Man Out, 1947) que figura entre las grandes joyas del cine negro. En menos de cuatro años hizo tres de las películas que lo encumbraron. Al parecer, el fin de la guerra le vino bien.

Larga es la noche ganó la categoría de mejor película en la primera edición de los Premios de la Academia Británica de Cine (BAFTA) en 1949. El ídolo caído recibió la presea por mejor película no estadounidense en los premios Bodil, en Copenhague, mejor película en los BAFTA y en el National Board of Review (Consejo Nacional de Crítica de Cine) entró en el top diez de las mejores películas, ganó mejor actor (Ralph Richardson) y mejor guion adaptado. Y El tercer hombre ganó el Oscar a la mejor cinematografía en blanco y negro y la Palma de Oro en Cannes.

La carrera de Carol Reed no volvió a levantar vuelo hasta 1968 con su musical Oliver!, basado en la novela de Charles Dickens Oliver Twist, y fue multipremiada. Ganó varios Oscar: mejor película, mejor director, mejor dirección de arte, mejor banda sonora, mejor sonido y el premio honorífico, además de varias nominaciones. También ganó mejor película y mejor actor en los Globos de Oro y premio especial y mejor actor en el Festival Internacional de Cine de Moscú.

La brillante cinematografía de El ídolo caído corre a cargo de Georges Perinal, magistral en los encuadres con cámara en picada y contrapicada, planos inclinados –algunos planos holandeses– y angulosos que, como dice el crítico Geoffrey O’Brien, nos advierten siempre de que alguien nos está observando o escuchando. Una iluminación nocturna en exteriores e interiores con toda la tradición del expresionismo alemán de sombras alargadas y reptantes sin dejar un solo rincón invisible, aunque sea en penumbra. También planos abiertos que ubican con precisión al espectador en el espacio, alternados con primeros planos de rostros que reflejan la emotividad de los personajes.

El protagonista de El ídolo caído es un niño de 8 años. Carol Reed no quiso contratar a un niño actor profesional. No quería lidiar con el acartonamiento, la sobreactuación y las fórmulas rígidas en la formación de los niños actores. El resultado fue de una eficacia inesperada.

Por décadas El tercer hombre cernió su vasta sombra sobre El ídolo caído. La crítica la ha rescatado del olvido. Ahora nos toca a nosotros espectadores revalorar esta joya del cine y ponerla en alto.

Phile (Bobby Henrey) es hijo del embajador de Francia en Londres. Como se acostumbraba antes, las oficinas de la embajada se ubicaban en la planta baja de la residencia del embajador. En la película, el inmueble es un híbrido entre palacete y mansión victoriana en pleno centro de la capital, de techos altos y una escalera amplia de balaustres al pie de un distribuidor central abierto a los barandales interiores del primer y segundo piso. En el sótano viven el mayordomo Baines (Ralph Richardson) y su esposa (Sonia Dresdel), que coordinan a la servidumbre –afanadoras y cocineros, entre otros–. El pequeño Phile está de vacaciones y su padre se encuentra fuera de la ciudad de visita a su esposa que convalece en un hospital en Francia desde hace ocho meses y con la posibilidad de que la den de alta.

El pequeño Phile es hijo único, no tiene vecinitos, tampoco compañeritos del colegio ni hijos del cuerpo diplomático con quien jugar. Dispone a sus anchas de los espaciosos dormitorios, los largos pasillos, los amplios salones, la habitación de huéspedes (las habitaciones tenían el tamaño de una vivienda de interés social de hoy), entradas majestuosas y dos salidas de servicio, una con escaleras por fuera mirando la calle que después se incorporaron en los edificios de departamentos como escaleras de emergencia en caso de incendio. El caserón es un escenario propicio para esconderse, espiar y –sobre todo– ser espiado, así como enfatizar la soledad del pequeño Phile. Como escribió Borges en El encuentro (1975): “Un caserón desconocido y oscuro significa más para un niño que un país ignorado para un explorador”.

Phile le tiene un cariño y una admiración –que son correspondidos– al señor Baines. La esposa de Baines tiene ese tipo de carácter amargado que ha acumulado demasiadas frustraciones. Además, siente celos del pequeño Phile. Ella no deja pasar oportunidad para regañarlo por nimio que sea el motivo. En cambio, el señor Baines es para Phile un suplente de su padre o el tío permisivo que todos hubiéramos deseado tener.

En un momento cerca del inicio de la película, Baines le dice a Phile: “Es emocionante que tu madre vaya a regresar”. A lo que Phile responde espontáneamente: “Sí, pero no me acuerdo muy bien de ella”. El espectador puede inferir de esa cruda frase que su madre es distante y está constantemente ocupada en los cocteles de recepción a los nuevos miembros del cuerpo diplomático en el Reino Unido, una mujer que trabaja de tiempo completo en el protocolo, como es o era el trabajo de la esposa de un embajador.

Una mañana, la señora Baines reprende a Phile y le inflige el peor de los castigos: no acompañar al señor Baines a su caminata vespertina por los parques majestuosos de alrededor. Al poco rato de que Baines se marcha, Phile escapa por la escalera externa de servicio e intenta ganarle el paso. Lo pierde de vista hasta que lo ve a través de un aparador dentro de una cafetería con Julie (Michèle Morgan), la secretaria de la embajada, tomados de la mano y conversando en actitud confidencial. El señor Baines se sorprende nervioso y después de preguntar a Phile qué hace ahí e invitarle un bollo y un té, él y la joven continúan platicando sobre la inminente ruptura de noviazgo entre una amiga de Julie y su novio. Pasan algunos segundos cuando el espectador advierte que están hablando en clave y que Julie es amante de Baines. Alcanzamos a ver que Phile aparentemente no se sorprende, tampoco pregunta como el niño curioso, conversador y preguntón que es. Después le inquiere a Baines si Julie es su sobrina, pero Baines está distraído. Phile lo toma como un sí y se quedará en que Julie es sobrina de Baines. De regreso, Baines le pide a Phile que no mencione a su esposa que vio a Julie: “será nuestro secreto”. Saber guardar un secreto –esconder y sortear cualquier interrogatorio al respecto– será el meollo en esta película, como lo es en la novela Lo que sabía Maisie.

Poco después, la señora Baines va al cuarto de Phile y lo interroga incisivamente acerca de qué hicieron en el parque. Phile cae en la trampa: Phile en lugar de decir “él” (Baines), dice “ellos” (Baines ¿y …?). Phile le explica que estaba con Baines y su sobrina. La señora Baines sólo le hace prometer a Phile que no dirá nada al señor Baines sobre esta conversación. Le dice que “será nuestro secreto” a cambio de completarle un juego de Meccano. Phile tendrá que guardar (y cuidarse) ahora de ¡dos secretos! En menos de un día, ambos cónyuges convierten a Phile en un agente doble.

Enseguida, Phile es testigo oculto de un altercado de Baines con su esposa. El emplazamiento de la cámara, el ángulo del plano y la profundidad de campo, hacen del todo verosímil que se pueda asistir a una escena privada desde un rincón de esa casa inmensa. También atestigua una llamada que Baines hace a Julie a escondidas rogándole verla una vez más antes de su partida (ella está decidida a vivir en el extranjero porque se siente incapaz de sostener esa clandestinidad). Phile pone atención cuando Baines le dice a Julie: “Da igual el niño… desde luego, él no entiende”. En efecto, Phile no entiende, pero con esta frase ese “niño” da un salto agigantado en su maduración. Ahora ese niño entiende que no entiende y siguiendo su natural actitud de niño al margen de las conversaciones de adultos, pone desde este momento una atención cuidadosa y va descubriendo cosas, no necesariamente una relación de amantes, pero cosas sobre la base de que Julie es sobrina de Baines y la señora Baines no quiere a esa sobrina.

La señora Baines le inventa a su esposo que se irá un par de días a visitar a su tía que está enferma. Incluso envía un falso telegrama para que no haya duda. Baines invita a Julie a pasar el día y la noche. Van al zoológico a pasear a Phile mientras ellos conversan. Él trata de convencerla de que continúen la relación, pero ella le pide a cambio que le diga la verdad a su esposa.

Hasta este momento, Phile acomodó lo poco que observó conforme a su mundo: la señora Baines no quiere a la sobrina del señor Baines.

En la noche cenan los tres juntos y ya Phile en su dormitorio y Baines y Julie en la habitación de huéspedes, hace aparición la señora Baines. Se dirige primero con Phile para preguntarle dónde están su esposo y Julie. En su intento de callar la verdad (o de inventar una mentira) Phile es violentado por la señora Baines. Phile se zafa de las garras de la señora Baines y huye por las escaleras de servicio y gana la calle. Mientras baja, presencia interrumpidamente en dos actos (dos plantas: primer piso donde está la habitación de huéspedes y la planta baja) un fuerte altercado entre los Baines en el primer piso cerca de la escalera en el que ella le exige que le diga dónde está Julie y, en la planta baja, la señora Baines tendida en el distribuidor central.

Entre el primer piso y la planta baja –punto ciego para Philes en su descenso por las escaleras– el señor Baines había entrado a la habitación de huéspedes y la señora Baines había subido la cornisa de un ventanal de la habitación que mira hacia el distribuidor central. La señora Baines intenta abrir el ventanal, resbala y de caída libre muere en el distribuidor al pie de la escalera.

Entretanto, Phile después de correr entre confundido y asustado en piyama por las calles de noche y recién llovidas del centro de Londres, es interceptado por un policía que lo lleva a la comisaría. Phile está decidido a defender y encubrir a Baines. Después de responder con un “no” a toda pregunta, entra una llamada sobre un accidente mortal en la embajada. Phile se delata como hijo del embajador.

La policía se dirige a la embajada con Phile que sigue convencido de que Baines arrojó a su esposa por las escaleras. Baines por su lado no quiere involucrar a Julie. Ya en la embajada, Phile continúa colmando a los policías asignados a investigar el caso con el mutismo de la negativa para blindar el secreto, pero como buen niño se delata cuando miente. Se acerca la primera hora del día, llega Julie a la embajada y es llamada a testificar. En el momento de ser interrogada se da cuenta que Phile sólo está complicando las cosas (y obstruyendo la justicia), ella dice todo lo que ocurrió realmente y habla aparte con Phile para convencerlo de que tiene que decir sólo la verdad. El niño regresa y empieza a decir las verdades, pero ya nadie le presta atención, primero porque le perdieron la confianza y, segundo, porque encuentran una evidencia material que exonera a Baines de toda sospecha.

El ídolo caído aborda tres asuntos: guardar secretos, tener que mentir y maquillarlos con otras mentiras y lo enredoso y suspicaz que resulta desmentirlos. Estos tres asuntos ponen el destino del señor Baines en una situación urgente y decisiva cuando está siendo interrogado por la policía en torno a la muerte accidental de la señora Baines, una muerte que tiene toda la pinta de asesinato pasional.

Todo lo que sucede en la película evidencia las complicaciones que puede haber en torno a la mentira: cómo sostenerla, cómo una mentira lleva a otra, lo difícil que es sostener una mentira sin cambios, recordarla sin remiendos, rectificaciones y nuevas versiones, todas delatadoras. También las complicaciones en la omisión, en ocultar la verdad, en encubrir y en tener que recurrir al soborno y a la extorsión. Finalmente, en la cómplice lealtad de mantener el silencio.

El ídolo caído retrata la ingenuidad que los adultos atribuimos a los niños. Esta atribución es un problema de observación. El ídolo caído es apenas un esbozo que exhibe la desestima que tenemos hacia la inteligencia de los niños. Saca a relucir nuestro desconocimiento o, mejor dicho, el olvido de cómo funcionaba la mente cuando éramos niños. Desechamos la capacidad mnémica en la infancia, la reelaboración del recuerdo, cómo se entrecruzan asociaciones, combinadas con una percepción y una intuición agudas que ponen a trabajar a los niños con las mentiras de los adultos. Y al final, la dificultad que supone desenmascarar una feliz mentira que un niño tuvo como verdad, esa verdad que no es la misma en los adultos. Esa verdad que es intrínseca a la fe y sólo posible en la infancia. Ellos no predican la fe ni la reflexionan. Ellos son verdaderos creyentes. Nosotros terminamos siendo los ingenuos en creer que creemos.


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