Como a menudo ha sucedido en entregas anteriores de Woody Allen, recientes y no tan recientes, Un hombre irracional (Irrational Man, 2015) parte de una hipótesis que ha de ser puesta en cuestión a lo largo de la cinta. El presupuesto pasa ahora por la concepción de la moralidad según Kant y su contraste –o franca contradicción– con lo que de hecho acontece en la realidad. Para no variar, el asunto avanza con ligereza y con agudeza y, por momentos, hasta con presteza. Y el diagnóstico, también para no variar, es certero.
Un hombre irracional recoge las contrariedades de Abe Lucas (Joaquin Phoenix), un académico de la filosofía que llega a la universidad Braylin como docente. Lo precede una fama de conquistador de alumnas y de hombre atormentado. En el campus despierta algo más que curiosidad, particularmente en Jill (Emma Stone), su futura alumna, y Rita (Parker Posey), una colega. Abe sufre el sinsentido de la existencia y se instala en una espiral de inoperancia, lo mismo en la cama que en el escritorio: sus intentos por tener relaciones sexuales son fallidos; vive un bloqueo para escribir un libro, otro, sobre Heidegger y el nazismo. Sin embargo el azar le depara un giro a su vida. El asesinato abre la posibilidad de encontrar la energía perdida y hasta de dar un sentido a su existencia.
Allen concibe una puesta en imágenes discreta pero sugerente. La puesta en escena presenta tintes de elegancia, a lo que contribuye de buena manera el trabajo con la luz del que ya es su cinefotógrafo de cabecera, Darius Khondji. Asimismo propone una provechosa alternancia entre cámara estática y en movimiento para subrayar los estados de ánimo de sus protagonistas. El marco así creado es pertinente para esbozar la cotidianidad dentro de la universidad, que ofrece un paisaje apacible entre los chismorreos lo mismo de alumnos que de profesores, la cortesía y la falsedad, la admiración y las pulsiones de todos.
El interés de Allen, no obstante, va más allá del cotilleo universitario. Se ubica, como anotaba al inicio, en la oposición entre los presupuestos filosóficos y la vida cotidiana. Y si Abe comenta, apenas en su primera clase, que “la mayor parte de la filosofía es masturbación mental”, y vive convencido del peso del azar, descubre en el asesinato una forma de retomar el control de su vida. El realizador neoyorquino sigue en buena medida la ruta trazada por Fiódor Dostoievski en Crimen y castigo y plantea la posibilidad de hacer un bien concreto a partir del asesinato de un ser humano nefasto. El impulso es vital para Abe, pero a la larga cobra mayor fuerza la concepción pragmática y la moralina de Jill. La aventura trae a cuento –y es casi una “autocita”– una de las obras maestras de Allen, Crímenes y pecados (Crimes and Misdemeanors, 1989), en la que también se plantea la eliminación del otro como un beneficio pragmático. Con Abe, Allen reivindica el valor de la irracionalidad para impulsar la cotidianidad, su poder para hacer correr otra vez los jugos vitales. Con Jill, por su parte, cobra valor la reflexión acomodaticia, la adhesión a principios perturbadores de dientes para afuera. Mientras la irracionalidad de él avanza, ella nunca deja de ser muy racional. En la distancia entre ellas y ellos cobra vigencia el discurso que recientemente ha desarrollado el cineasta.
Allen retoma en Un hombre irracional la posición y las ambiciones de hombres y mujeres jóvenes involucrados en relaciones sentimentales, y refrenda el diagnóstico sobre el comportamiento que tienen hoy día, mismo que expuso en Vicky Cristina Barcelona (2008), entre otras. Jill tiene un novio estable que aspira al romance a la vieja usanza y asume su noviazgo como un compromiso, mientras que ella, por su parte, busca experimentar con otros hombres. Este escenario supone una inversión de lo que otrora sucediera. Lo que no cambia es que ella se siente y se sabe el permanente centro de atención, por lo que recibe como halago cada comentario o gesto positivo tanto de Abe como de su novio. Pero su experimentación tiene límites y no sale de su “área de confort”: realmente no quiere correr verdaderos riesgos, encarar la transgresión del orden; apenas siente que su seguridad está en riesgo, no duda en volver con su novio, siempre al alcance de su mano y de su manipulación. Sobre esta actitud convenenciera habría incluso un atisbo de crítica. Más congruente es la madura Rita, que sí está dispuesta a renunciar a su seguridad en un arranque de romanticismo (que tampoco es muy espontáneo).
Las películas de Allen que parten de hipótesis son tan afortunadas como la historia diseñada para revisarlas (es lo que, por lo demás, sucede con cualquier película: el tema funciona tan bien como la historia que lo porta). Por ejemplo, Match Point (2005), que no es tan distante de Un hombre irracional en el plano discursivo, funciona bien como intriga. No puede decirse lo mismo de Magia a la luz de la luna (Magic in the Moonlight, 2014). Un hombre irracional se siente apresurada y demostrativa; a ratos caricaturesca y hasta ridícula. No obstante, avanza y progresa. No es una de las mejores películas del gran Woody, pero es mejor película que el estándar que nos reserva la cartelera comercial. Y lo mejor: da mucho que pensar para quien está dispuesto a hacerlo y a observar la realidad que le rodea, más allá de que conozca de filosofía.
https://www.youtube.com/watch?v=2rDI8Nr91Xw
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