En septiembre de 1963 Jacques Rivette publicó en la revista Cahiers du cinéma el artículo titulado “De la abyección”, un texto fundamental para explorar las relaciones entre estética y ética en el cine. En él hace una reflexión sobre Kapo (Kapò, 1960) de Gillo Pontecorvo, cinta que da cuenta de lo que sucede en un campo de concentración. Rivette anota que cuando se aborda un tema como ése, habría que plantearse algunas cuestiones de orden formal (porque por la forma se hace visible una moral). Se ocupa en particular de una escena, en la que una mujer desesperada decide morir y corre hacia una valla de alambre electrificada. Entonces la cámara hace un movimiento (un travel). “El hombre que decide en ese momento”, anota Rivette, “hacer un travelling hacia adelante para reencuadrar el cadáver en contrapicada, cuidándose de dejar la mano levantada en un ángulo de su encuadre final, este hombre sólo tiene derecho al más profundo desprecio”. De acuerdo. Porque buscando mayor intensidad dramática consigue falsedad, porque pasa una realidad abyecta por el filtro de una estética que la suaviza, porque es condescendiente con un espectador al que se quiere emocionar pero no molestar.
Similares cuestiones tendría que haberse planteado Angelina Jolie en Inquebrantable (Unbroken, 2014), su segundo largometraje de ficción como realizadora. La cinta, que se inspira en un libro de Laura Hillenbrand y en cuyo guión participaron Joel y Ethan Coen, registra un caso real: sigue las contrariedades que Louis Zamperini (Jack O’Connell) vive como soldado en la segunda guerra mundial, cuando sufre un accidente de aviación y queda durante casi 50 días a la deriva en el mar. Su situación cambia tan sólo para empeorar, pues luego de ser “rescatado” por los japoneses va a un campo de prisioneros donde recibe el trato que merece un “enemigo de Japón”.
El caso que ventila la Jolie es en verdad extraordinario. Su cinta, no. Resulta desconcertante que sigamos por más de dos horas a un personaje del que a la larga sólo conocemos su resistencia física al maltrato. ¿De dónde saca fuerzas para soportarlo? ¿Por qué tiene una moral tan resistente? En una pregunta, ¿quién es Louis Zamperini? La película no ofrece respuestas. Sólo datos. Por otra parte, hay inconsistencias estructurales: en algunos momentos hay saltos al pasado que describen a Louis (un niño rebelde, un corredor que compitió en Berlín en las Olimpiadas de 1936), pero no es clara la causa narrativa que los empuja, pues tratan asuntos que no es imperioso o pertinente aclarar; después los saltos cesan. Uno se queda con la sensación de que no habría grandes diferencias si el relato fuera lineal. (También surge la duda sobre la pertinencia de volver sobre estos asuntos justo ahora: toda película de época habría de hacer un comentario sobre el tiempo en el que se hace. Al menos eso creo.) Pero esto es lo de menos…
Jolie elude el realismo y nos endilga largos y redundantes pasajes de tortura que filma casi con pudor. Sistemáticamente evita captar los momentos más álgidos, lo mismo las golpizas que reciben los norteamericanos que la excrecencias que ellos generan. Pareciera que no quiere incomodar los ojos ni el estómago de sus espectadores. Así hace digerible el sufrimiento de su personaje y diluye la posibilidad de sacudir al que mira y escucha en la sala oscura, quien no ve inconveniente alguno para dejar de comer sus palomitas y sorber su refresco. En la ruta la fortaleza de Zamperini consigue despertar la admiración, pero la emoción resultante es débil. Y no es que uno vaya a la sala con ánimo masoquista, pero se antoja que el asunto que aborda merecía otro tratamiento. En todo caso, esto sería relativamente censurable.
Pero lo más grave está en que su propuesta no sólo reduce la intensidad de la violencia, sino que de alguna manera la embellece (no termino de entender cómo los cinefotógrafos de la Academia nominaron a Roger Deakins, cuyo desempeño es notable sólo si se hace caso omiso de lo que está fotografiando, es decir si se valora su quasi preciosismo al margen de lo que capta, postura que va en contra de lo que tradicionalmente defiende el gremio: la foto debe estar al servicio de la historia). Es algo así como La pasión de Cristo (The Passion of the Christ, 2004) de Mel Gibson sin el desliz al gore; casi light, se diría. Incluso en algún momento, en el paroxismo del maltrato que pretende ser la cumbre de la heroica resistencia, filma un travel lateral a contraluz que recuerda a Pontecorvo. Una chulada, cómo no. Hasta dan ganas de retomar a Rivette y decir que una mujer que hace un registro como éste sólo tiene derecho…
Jolie entrega una película que pudiera servir como herramienta motivacional o inspiracional. Eso si uno contiene el tedio y el fastidio (porque tampoco hay muchas molestias que superar ni muchas emociones que consignar) y tiene la paciencia de llegar hasta el final.
https://www.youtube.com/watch?v=0b02gW9KPJs
De la abyección. Texto en inglés:
http://www.dvdbeaver.com/rivette/ok/abjection.html
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