En Kick-Ass (2010), el inglés Matthew Vaughn hizo una propuesta que estaba a medio camino entre el drama de crecimiento y la aventura de artes marciales, entre la comedia y el cine de súper héroes. Su acercamiento irreverente arrojó un balance contrastante: el humor y la desmitificación se traducían en risas y frescura; no obstante, en algún momento se perciben pretensiones serias y, peor, el registro termina por hacer un cuestionable embellecimiento de la violencia. Dejó constancia, eso sí, de una habilidad para filmar la acción con fluidez, claridad y elegancia. Estas virtudes vuelven a estar presentes en Kingsman: el servicio secreto (Kingsman: The Secret Service, 2014), el quinto y más reciente largometraje del realizador británico.
La historia inicia con lo que, pronto descubrimos, es una misión secreta en Medio Oriente encabezada por Harry Hart (Colin Firth), un agente secreto mejor conocido como Galahad. El resultado es fallido, y uno de sus hombres muere. Años después Egsy (Taron Egerton), el hijo del difunto, es convocado para hacer el entrenamiento de la organización para la que trabaja Hart: Kingsman. Ésta no rinde cuentas a ningún gobierno y se involucra en casos singulares. Pronto habrá de ponerse todo el talento del grupo para detener a Valentine (Samuel L. Jackson), un aparente filántropo que piensa que la humanidad es un virus dañino y tiene planes para remediar la sobrepobalción en la Tierra.
Vaughn se inspira en la novela gráfica de Mark Millar (autor estrella de Marvel Comics) y Dave Gibbons (escritor y dibujante, conocido por su contribución desde este último rol para Watchmen). El cineasta deja constancia en pantalla del arsenal prodigioso del cómic y concibe una propuesta que no oculta su deuda. Con un ritmo por momentos frenético y un dinamismo que rara vez decae (y con algunos vistosos pasajes de parkour) se mueve entre la rancia elegancia al más puro estilo británico y la desfachatez juvenil. La apuesta es pertinente para impresionar al ojo, imprimir dosis de humor y generar un rico abanico de emociones.
Después de un inicio engañoso, en el que parecía que se haría referencia a un momento histórico y una ubicación geográfica puntual, así como un abordaje realista, Kingsman: el servicio secreto inicia su ascenso con lo más selecto del bagaje del cine de espías, muy cercano a la fantasía. Así, seguimos a caballeros que no pierden la compostura, se expresan con corrección y respetan los más exquisitos modales aun cuando despachan a sus contrincantes con hábiles golpizas. Poseen una inteligencia sobresaliente y un montón de juguetes ingeniosos para hacer frente al mal. La referencia es directa, como es fácil observar, a la filmografía habitada por James Bond. Los referentes juegan a su favor, y más cuando en la trama se hacen guiños velados o descarados al cine del 007. Kingsman rejuvenece y aligera al género, entre otras cosas por el ánimo lúdico que predomina y las dosis de humor mencionadas, rasgo que rara, muy rara vez aparece con Bond.
Pero así como Vaughn importa las virtudes de la novela gráfica, también reproduce algunas limitaciones que a menudo habitan ese género. Y si la cinta llama la atención sobre temas graves como la crisis ecológica, la sobrepoblación, la humana dependencia de los gadgets con pantalla y la mezquindad de los políticos; y si, por otra parte, ensalza el trabajo en equipo, la tenacidad y la disciplina, todo esto es visto desde una perspectiva simplificadora y con un alcance poco profundo.
Mención aparte merece la presencia en el reparto de los veteranos actores británicos Colin Firth y Michael Caine; asimismo, del norteamericano Samuel L. Jackson, quien pareciera caricaturizar al villano al que prestó su facha en El protegido (Unbreakable, 2000) de M. Night Shyamalan.
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