Kiarostami en Tokio: Como alguien enamorado (2012)

CINESCOPÍA/José Javier Coz

Después de una larga carrera cinematográfica iniciada en 1972, con 17 largometrajes, 6 documentales y 16 cortos, el célebre director persa Abbas Kiarostami (1940-2016) dirige su segunda película fuera de su país: Como alguien enamorado (Raiku samuwan in rabu, 2012), título inspirado en la canción popular Like Someone in Love, compuesta por Jimmy Van Heussen, que se convirtió en un estándar del jazz. La primera que no filmó en Irán se titula Copia certificada (Copie conforme, 2010), rodada en Francia.

Son muchas las cintas de Kiarostami que han sobresalido a nivel internacional: Close Up (Klūzāp, nemā-ye nazdīk, 1990); El sabor de las cerezas (Taʿm-e gilâs, 1997); la trilogía de Koker: ¿Dónde está la casa de mi amigo? (Jâne-Ye Dust Koŷâst?, 1987), Y la vida continúa (Zendegi o digar hich, 1991) y A través de los olivos (Zir-e derajtân zeytun, 1994); El viento nos llevará (Bâd mâ râ jâhad bord, 1999); Shirin (2008); y, sin duda, Copia certificada.

En un plano fijo y prolijo estamos frente a unas mesas de un pequeño bar nocturno en Tokio. Los márgenes del encuadre coinciden con el techo, las paredes y el piso. Se oye el murmullo de los clientes. Como emanando de ese rumor, se escucha una voz femenina que discute y que inicialmente creemos que proviene de una de las mesas. Revisamos los labios de las comensales. Repasamos la imagen e invariablemente se nos revela que ella está fuera de cuadro. Se acerca a nosotros (a la cámara) un señor, después una chica. Nos dirigen palabras. En breve, nos enteramos de que se dirigen a la voz que buscábamos y cuya fuente está en el contraplano que estamos asistiendo. Siguiente plano: la chica, de nombre Akiko (Rin Takanashi), discute en su celular con su novio, Noriaki (Ryo Kase), que pretende verificar si ella dice la verdad de dónde está y con quién. Después de colgar, se acerca el señor Hiroshi que le insiste en que debe arreglar su situación sentimental. Le sugiere que corte la relación, que no debe desatender sus obligaciones. Le dice que tiene un trabajo esa noche. Ella se excusa porque su abuela ha venido a Tokio a visitarla solamente por el día, además de que tiene un examen a la mañana siguiente. Hiroshi insiste en que el encargo de esta noche es importante, pues se trata de un amigo suyo de muchos años, alguien importante y con prestigio. Ella le grita que no y sale del bar. Está un taxi afuera. Hiroshi le entrega un papelito al conductor con una dirección y un número telefónico mientras ella se sube.

El trayecto de una hora hasta la periferia de Tokio me remitió a algunas escenas nocturnas de Perdidos en Tokio (Lost in Translation, 2003) y Noches púrpuras (My Blueberry Nights, 2007) en los primeros planos de ella traslucida en los parabrisas que reflejan la iluminación nocturna característica de Tokio. Dos planos en uno que Kiarostami resuelve sin dificultad alguna en el que nos acerca a nuestra protagonista y a la inconmensurable Tokio. Akiko escucha el cúmulo de mensajes de su abuela a quien no le contestó una sola llamada por no saber qué le depararía el final del día. Se siente mal. Culpable tal vez. En el parabrisas y el vidrio lateral también se reflejan el paso de los puentes, un desfile de rascacielos y los anuncios de neón como liquidificados, escurridizos e hiperreales, que prodigan las avenidas de esa megápolis que es Tokio, la más extensa y poblada de todas y que milagrosamente no sufre de embotellamientos porque goza del mejor sistema de líneas de metro. Le pregunta al taxista si puede desviarse un poco hacia una glorieta. Ahí está la abuela de pie con una maleta a cada lado. Akiko le pide otra vuelta. La ve de nuevo con una expresión de profunda tristeza y suelta unas lágrimas. Está la inconmensurable urbe y el celular, tan lejos y tan cerca, entre ella y quien la crió.

Al llegar al departamento del cliente, Akiko inmediatamente se relaja y esboza una sonrisa. Sólo con ver que se trata de un anciano bonachón, dócil, tierno y a primera vista muy decente que la hace pasar mientras atiende una llamada, con una amabilidad reverencial, diríamos que casi ancestral y típicamente japonesa, ella se encuentra sorprendida a sus anchas. Akiko revisa los libros de la biblioteca, los cuadros, algunas fotografías. Entablan una breve y ligera conversación en la que ella se desenvuelve de manera inesperada. Él es el ex catedrático de sociología, escritor y traductor Takashi Watanabe (Tadashi Okuno). Le insiste que tome asiento para cenar. Ella pide ir al baño, pero se acuesta en la cama a dormir para alistarse al examen de mañana. El profesor Takashi va a la recámara y se sienta en una silla al lado de una pantalla plasma que refleja a Akiko en la cama. En un solo plano fijo, vemos a Takashi que trata de convencerla para que cene algo y se tome una copa –todo está servido– y a ella reflejada de manera borrosa semidesnuda. En un tono de confianza total y amodorrada, le dice que se va a dormir, que si no se quiere acostar a dormir con ella. Se cubre con la sábana y queda dormida. Él se regresa al comedor, termina unos cuantos pendientes y regresa a apagarle la lámpara a Akiko, un gesto paternal con el que el director termina por zanjar el tema de la prostitución.

En la mañana, la lleva a la universidad. Se dispone a esperarla en el coche. De pronto el novio Noriaki la intercepta y discuten. Él es del tipo celoso, obcecado y violento. Se acerca al profesor Takashi y se invita a entrar al coche. Noriaki es suspicaz pero sus sospechas parecen recaer especialmente en la infidelidad, fundada según él en lo que hay detrás del silencio de Akiko ante sus preguntas necias y también en las llamadas perdidas. Cree que el profesor Takashi es abuelo de ella. Takashi no vacila y se deja pasar como tal para encubrir su condición de cliente. Esta mentirilla condicionará de aquí en adelante toda la segunda mitad de la película. Kiarostami, con un pie en su tierra natal y musulmana, extrapola a una tierra lejana y ajena una perspectiva que preocupa a la moral coránica. Pone a prueba el que no esté tan castigado levantar falsos en un contexto urbano de un país de primer mundo que tuvo dos fuertes coyunturas en las que en menos de un siglo rompió fuertemente con muchas tradiciones: la Era Meiji a partir de 1868 y la Segunda Guerra Mundial.

Se da inicio a una plática tensa pero pausada entre el novio Noriaki y el profesor Takashi. En su manera rudimentaria y directa, Noriaki le pide la mano de su nieta. El profesor le pregunta qué estudia y si trabaja. El joven desdeña el estudio. Prefirió trabajar que leer un montón de libros inútiles. Es mecánico. Sin juzgar las palabras inoportunas de Noriaki, el profesor le hace saber que fue catedrático de sociología durante décadas en esta universidad. El novio se avergüenza y calla. Takashi le insiste que no se case sin antes resolver las diferencias que tienen. Noriaki se defiende, se queja de que ella no responde a sus llamadas, que apaga el teléfono y cree que con un matrimonio las tensiones se acabarán. Que, casándose, ella no le ocultará nada. Takashi le sugiere esperar hasta que aprenda de la experiencia actual, que le está diciendo que si ella miente es mejor no hacerle preguntas. Ella sale del examen y ve a Noriaki en el asiento del copiloto. Con un ademán, Takashi le indica que se suba atrás. Unas pocas palabras le dejarán claro que Noriaki cree que es su abuelo. A éste lo vemos siempre tenso, sudoroso, con la mirada sin descansar, temeroso, las manos inquietas. Es joven, de complexión delgada y correosa. Su aspecto es menos de mecánico que de pandillero de barrio bravo. Saca del bolsillo una tarjeta con la foto de una chica que se parece a Akiko que ofrece sus servicios y un teléfono. Comenta que sus amigos coinciden en que se parece demasiado a Akiko. Luego hace la observación de que el tablero le alerta de que algo está fallando. Solícito, se ofrece a arreglarlo. Los conduce al taller. Ahí, el profesor Takashi se topa con un exalumno. Terminando, el profesor y ella se retiran. Él le pregunta qué le ve (qué le atrae) de Noriaki. Sólo responde que antes lo quería. El profesor le hace saber que le parece violento. Ella agrega que es cinta negra en karate.

La deja en una librería y regresa a su departamento. Al poco rato, ella llama llorando. El profesor la recoge cerca de la librería. Está sangrando de la boca. Sin explicación alguna, sabemos que el novio se enteró de la mentira a través del exalumno de Takashi. La lleva a su departamento. Le proporciona un botiquín y Noriaki no tarda en presentarse. Timbra y Takashi teme responder. Akiko está aterrada, al parecer menos por ella que por lo que le pueda pasar al veterano Takashi. Noriaki le grita desde abajo al profesor que sabe que está ahí, que es un mentiroso. Vuelve a timbrar, vuelve a vociferar. Takashi se está asomando con cautela de vez en vez y en una de esas un objeto rompe la ventana y Takashi cae al suelo. Fin de la película.

Una de las particularidades de Kiarostami es ofrecer una continuidad ordinaria y que, a cada paso, es totalmente impredecible a la más mínima expectativa que el público pueda formarse. A veces con desconcierto, otras con gratitud, pero nunca sin asombro. También, entre muchas virtudes más, brinda el recurso de narrar con dos miradas, o dos planos en uno, sin tener que manipular la imagen. Mencioné el parabrisas que refleja la ciudad y trasluce a nuestra protagonista. Otro ejemplo clásico: el retrovisor visto desde el asiento trasero en el que se ve al conductor y a la persona que va sentada atrás al mismo tiempo que vemos las avenidas de la ciudad. O el primer plano con alguien a un lado de un escaparate y cuyo reflejo en el vidrio nos narra lo que está del otro lado del sujeto y fuera de cuadro y a la vez trasluce lo que está detrás del vidrio.

Como alguien enamorado plantea la necesidad de ocultar ciertas cosas que no se pueden compartir y la presión por mentir cuando se censura la opción de no querer hablar sobre ello. La insistencia de Noriaki no orilló a Akiko a la confesión sino al silencio. Akiko sabe que su novio la rechazaría si le confiara que se prostituye para pagar sus estudios. Con el trato, seguramente Akiko descartó la posibilidad de hacerlo. Más aún, la obstinación y los celos de Noriaki imposibilitan siquiera romper la relación. Akiko puede sincerarse, pero la sinceridad no es comunicable porque siempre existe la posibilidad de la mentira. Takashi intentó aleccionar a Noriaki que aceptara la falta de respuestas a sus preguntas. Vaya, que aceptara a Akiko tal y como se conducía. ¿Por qué querer saberlo todo de la otra persona? ¿Qué sabemos sobre los motivos de no hablar en torno a algunos asuntos? Más peligroso es cuando en una pareja se quiere saber sobre el pasado del otro, un pasado que el inquisidor asume que contamina el presente. Y entonces surgen los celos retroactivos, celos que actualizan el pasado y pueblan el presente con más fantasmas.

Kiarostami inicia con un ardid con el que distrae a un público actual condicionado a condenar o desnormalizar (debemos sintonizarnos con el caló puritano de hoy) la relación entre un hombre mayor y una joven universitaria, más aún si ella ejerce el oficio en cualquiera de sus eufemismos: prostituta, trabajadora sexual, sexoservidora, dama de compañía, escort. El tema de Como alguien enamorado no es la prostitución ni el proxenetismo.

Acostumbrados a que Kiarostami siempre fuera bien recibido y premiado, esta película sólo fue nominada en cinco categorías en tres festivales.

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