¿Es el matrimonio el lugar común por excelencia? (en su doble acepción: porque es un espacio privilegiado para la construcción en común y porque es una fuente infinita de repeticiones). La sencilla doble respuesta, me temo, es afirmativa. No es extraño, así, que las películas que abordan las vicisitudes del matrimonio terminen por recoger pasajes similares, respuestas y sentimientos afines. Las semejanzas aparecen invariablemente en el momento de la ruptura. Así, no es extraño que Historia de un matrimonio (Marriage Story, 2019), la más reciente entrega de Noah Baumbach, se parezca a Escenas de un matrimonio (Scener ur ett äktenskap, 1974) de Ingmar Bergman y a Triste San Valentín (Blue Valentine, 2010) de Derek Cianfrance.
Historia de un matrimonio, que tal vez debería llevar por título Historia de un divorcio, acompaña el desmoronamiento del matrimonio de Nicole (Scarlett Johansson) y Charlie (Adam Driver). Ambos viven, con su hijo, en Nueva York. Él es director de teatro y ella es su actriz estrella. Cuando la cinta inicia, están ya en el proceso de separación. Ella decide viajar a Los Ángeles, donde vive su familia, para participar en un programa piloto televisivo. Y se lleva a su hijo. Entonces las cosas van cada vez peor, sobre todo para Charlie, que inicia una dinámica no buscada de viajes constantes para ver a su hijo… y atender el divorcio.
Baumbach propone una puesta en cámara discreta: atenta, dispuesta a seguir el juego actoral. Éste, como la puesta en escena, deja ver profundas raíces teatrales. No es raro, así, que aparezcan abundantes escenas con largos diálogos (y con valioso simbolismo), en los que el peso fundamental está en los actores, cuyas posturas, gestos y movimientos cobran especial relevancia, pues ellos hacen sensible lo que viven los personajes, el drama. (No sería raro que más de un actor apareciera en nominaciones a diversos premios: hagan sus apuestas.) Asimismo, cobra valor y emoción la luz –cortesía del cinefotógrafo irlandés Robbie Ryan– que no sólo matiza las dos ciudades en cuestión, sino que subraya la emotividad en espacios y personajes. Con el mismo objetivo funcionan las músicas de Randy Newman –el animador musical de Pixar– que refuerza y abre el abanico emotivo.
Esta apuesta técnica es pertinente y conveniente para sufrir esta historia de (un) matrimonio. En su filmografía Baumbach ha dado cuenta de las diferentes etapas de la vida –de su vida, cabe suponer–: en Historias de familia (The Squid and the Whale, 2005) acompañaba a dos jóvenes que sufrían la separación de sus padres; en Mientras somos jóvenes (While We’re Young, 2014) mostraba las mieles y los sinsabores del crecimiento y decrecimiento en pareja; las vicisitudes de familia y en familia hacen avanzar el drama de The Meyerowitz Stories (New and Selected), 2019. En Historia de un matrimonio Baumbach parecería hacer una especie de mea culpa: el artista absorbido en sus obsesiones que pierde de vista a su pareja (que es actriz y luego realizadora: sí, como Greta Gerwig, su pareja).
Baumbach, autor del guión, inicia de forma inteligente su apuesta: con las virtudes que Charlie y Nicole ven en su cónyuge. Pronto asistimos a la debacle de aquello que parecía maravilloso. La cinta acompaña ese proceso en que ambos dejan de ver al otro para enfocarse en sí mismos. En particular ella, que, de hecho, reclama a Charlie que sólo pensaba en él y sus proyectos. La ruta es rica en pasajes irritantes (¿como todo matrimonio?), da cuenta de toda la mezquindad que puede caber en un divorcio –sobre todo si intervienen abogados–, de toda la violencia que el sistema y la sociedad tienen en sus alforjas para la ocasión, del daño que se son capaces de hacer(se) los que otrora decían amarse. Las situaciones seguramente resultarán familiares para los que han vivido en matrimonio (en curso, decurso o desuso). Es lo que hay. Y hay algunos momentos de una emotividad plausible (en los que queda claro que la separación, que prodiga dolores y rencores a montones, no termina por apagar los afectos: y eso también duele). Ellos le dan fuerza al relato, por ellos vale la pena –porque, insisto, es una película que se sufre– llegar al final de la cinta. ¿Por esos momentos vale la pena el matrimonio?