Gojira: el monstruo que da qué pensar

Hasta hace algunos días sólo había visto a Godzilla en producciones norteamericanas. Éstas formaron parte de diferentes temporadas veraniegas, que esencialmente entregan mucho ruido y muy poca sustancia. En estas propuestas la bestia de marras invariablemente es una iracunda amenaza para la humanidad y, en el mejor de los casos, es utilizada para dar un mensaje con elementales tintes ecologistas. En algunas de ellas el mismísimo King Kong, el otrora emblema del machote alfa (que ha “evolucionado” para convertirse en un defensor de la humanidad y es capaz de comunicarse con señas), se echaba unos rounds monumentales con el amenazante reptil gigante. De estas películas, con o sin el simio rey, no guardo prácticamente ningún recuerdo. Sólo tengo presente la más reciente que vi, en la que Godzilla tiene un paso destructivo por Europa (¡cómo disfruta el cine norteamericano destruyendo ciudades del viejo continente!) y hace su camita en el mismísimo Coliseo romano. Pero recientemente vi dos producciones japonesas que son, justo es anticipar y para variar, dos buenas películas.

La primera es la primera aparición de Godzilla en la pantalla grande, que tuvo lugar en 1954. Esta cinta fue dirigida por Ishirô Honda –quien fue asistente en más de una película de Akira Kurosawa– y lleva por título el nombre del monstruo: Gojira. Seguimos aquí a algunos científicos que explican la aparición de Gojira como consecuencia de las pruebas que, con armas nucleares, llevan a cabo los norteamericanos en el Océano Pacífico. Por esa razón se libera la bestia, quien estaba enterrada en el subsuelo. Su aparición no sólo siembra destrucción, sino que alimenta la curiosidad y el afán por el conocimiento. Uno de los científicos es una eminencia de edad madura y ve la posibilidad de estudiar etapas pretéritas del mundo y su fauna. Pero la destrucción que Gojira deja a su paso por Tokio hace que dos jóvenes discípulos piensen diferente y se concentren en buscar formas para destruir al destructor. Al final la solución supone un sacrificio con ánimo pacifista: el científico que encuentra la fórmula sabe que ésta puede ser usada como arma, y no está dispuesto a permitir que eso suceda.

Casi setenta años después tuvo lugar el estreno de Godzilla: Minus One (Gojira -1.0, 2023), cortesía de Takashi Yamazaki. Ésta ubica la acción a finales de la segunda guerra mundial y sigue a un piloto kamikaze cuyo avión tiene problemas mecánicos y hace una parada en una base ubicada en una isla del Pacífico. Por allá irrumpe Gojira, sembrando destrucción… y haciendo evidente la cobardía del piloto. Días después éste llega a la casa de sus padres y descubre que no sobrevivieron a los bombardeos norteamericanos (que provocaron una destrucción real, ésta sí, que consigna la historia y no sólo la ficción cinematográfica). Es recibido con rechazos y reproches (un kamikaze vivo es un kamikaze traidor). Conforme pasan los días encuentra posibilidades y pretextos para seguir viviendo, hasta que se enrola en un trabajo peligroso: navegar en un barco que busca minas en el mar. Pronto aparece de nuevo Gojira, y entonces se presenta la ocasión de encarar los fantasmas del pasado.

Ambas producciones ofrecen un espectáculo audiovisual sensacional; en ambas la bestia cobra verosimilitud por el uso extraordinario de los efectos en imagen y sonido: en la primera es evidente el buen uso de maquetas; en la segunda, el de las herramientas digitales (con resultados tan virtuosos que, justo es recordar, alcanzaron para obtener el Óscar a mejores efectos especiales). Los detalles en el diseño de Gojira, su talla y la fluidez de su movilidad, su cuerpo escamado, no sólo resultan creíbles, sino que contribuyen de buena manera a dar fuerza a su presencia, a hacer sensible la amenaza que representa. En una y otra el registro de la acción es afortunado, pues seguimos con claridad el curso que tienen los eventos y contribuye a la generación de valiosas dosis de emoción; una y otra ofrecen incursiones destructivas en Tokio que resultan verdaderamente aterradoras. Las dos películas ofrecen dramas y conflictos con giros atendibles y material para la fascinación… y para la reflexión.

En este último punto, acaso, reside el mayor valor de Godzilla y Godzilla: Minus One. En la primera se abre todo un abanico para cuestionar el progreso y las consecuencias del desarrollo militar. Honda no es optimista: de la escalada militar sólo cabe esperar más y más destrucción, el despertar de los enterrados demonios del caos. Y si la amenaza ofrece aristas que vale la pena estudiar, las circunstancias hacen impensable cualquier acercamiento científico. Yamazaki concibe una crítica robusta contra un gobierno que expuso a sus hijos a la muerte con armamentos endebles y con el peso de la cultura kamikaze. Éstos cargan con el desasosiego de un pasado sin gloria, y tienen que ingeniárselas solos para lidiar con el reproche de sus conciudadanos, con la carga emocional que representa el no haber hecho lo que se les hizo creer que era su deber hacer. En ambas propuestas el sacrificio de algunos individuos, éste sí voluntario, representa la última esperanza –la única– de una especie fallida que ha probado con creces su capacidad para la destrucción.

Para decirlo brevemente: el acercamiento del cine norteamericano es tan pueril y vacuo como la mayor parte de la producción veraniega que se genera en esas latitudes; en Japón el monstruo da qué pensar: ofrece pretextos para iluminar pasajes oscuros de la historia, para explorar las complejidades que caben en algunos seres humanos, para la denuncia y la exposición de culpas.

Para Yoshi, que me prestó el DVD de Godzilla (1954)

e insistió para que viera Godzilla: Minus One


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