A propósito de Emilia Pérez (2024) de Jacques Audiard se ha acumulado una enorme cantidad de despropósitos. En México han dado pretexto a la denostación lo mismo el acento de las actrices que la supuesta frivolización de asuntos trágicos que asolan el suelo patrio. No se perdona que se haya otorgado los roles principales a actrices extranjeras (así como causó escozor en su momento que un actor español diera vida a Cantinflas) o que se haya realizado en Francia una película cuya acción se ubica en un contexto mexicano. El patrioterismo se ha desbordado (ojalá y por acá hubiera una millonésima parte de patriotismo). Son abundantes los comentarios de las y los que no la han visto: para censurar una película parecería innecesario verla. La cinta ha dado pretextos para insultar (ese gran deporte nacional), que al cabo es bastante barato (no se necesita ni pensar tantito), como sucede con asuntos futbolísticos o políticos, por ejemplo. Las redes sociales –que han democratizado la estupidez y la ignorancia– son un vertedero de vilipendios que tienen su origen en el estómago del o la opinante. Este paisaje, me parece, ha obstaculizado el abordaje de Emilia Pérez de forma pertinente, como lo que es: una película. Para empezar…

Consideraciones preliminares
Con el afán de establecer las coordenadas necesarias para el abordaje cinematográfico es justo y necesario hacer una serie de consideraciones preliminares. El cine, en particular el cine hecho en Hollywood, nos ha acostumbrado a no exigir realismo (o congruencia con el mundo real) en lo que vemos en pantalla. Así, la verosimilitud no está en juego cuando escuchamos a romanos hablar en inglés con acento neoyorquino (tal vez si en Emilia Pérez se hablara inglés recibiría menos insultos), a franceses cantar en inglés; a nadie pareció importarle que los norteamericanos no salieran de California para filmar Casablanca (1942), como recordó Lars von Trier cuando le reprocharon que ubicara en Estados Unidos la acción de su película Bailando en la oscuridad (Dancer in the Dark, 2000), la cual grabó en Suecia. No fueron muchos ni muchas quienes se indignaron que Napoleón fuera interpretado en la reciente cinta de Ridley Scott por un actor norteamericano que nació en Puerto Rico; o que Marco Aurelio tuviera rasgos británicos, hablara en la lengua de Shakespeare y le diera vida un actor nacido en Irlanda en Gladiador (2000), del mismo director. Aunque parece una obviedad, es necesario tener presente que esas cintas ubican la acción en un tiempo y un lugar, en un contexto, propicio para contar una historia y desarrollar el drama. El contexto es funcional.

Así, Casablanca no es sobre la situación de Marruecos en la segunda guerra mundial, pero ofrece un contexto provechoso para el reencuentro de los amantes que ha separado el conflicto bélico. Si bien Emilia Pérez transcurre en un contexto mexicano, la película no es sobre México. Por otra parte, el musical es un género que, de entrada, nos saca de la realidad. Como dice Guillermo Cabrera Infante, “la comedia musical nació irreal”. Es cierto que el musical va más allá de la comedia, pero no más acá de la realidad. En la mencionada Bailando en la oscuridad, por ejemplo, von Trier transita por la ruta del drama y la tragedia. Vale la pena tomar esta película como referencia para contrastarla con Emilia Pérez. El danés diferencia la realidad de la fantasía, como Audiard, pero aquél sí busca dar realismo a su propuesta (y hacer una crítica a fondo a America sin acento), de lo cual se encarga la puesta en cámara (en mano y caótica) y la frialdad de la luz. Los números musicales (que son pura fantasía), en contraste, son registrados con cámara estable y calidez en la paleta de color. En Emilia Pérez no es perceptible un acercamiento realista, no ofrece matices realistas. El musical ofrece virtudes para alimentar el discurso y el drama: desde él es posible dar cauce al monólogo interior, a la repetición de frases que llegan a ser mantras; con él es posible dar densidad a los conflictos que viven los personajes y potenciar la emoción. En la cinta de Audiard hay pasajes musicales que son casi digresiones en las que se hace posible contrastar posturas, o hacer todo un comentario sobre los asistentes a una gala de beneficencia (Rita “sale” del espacio físico donde tiene lugar el evento, le “pone pausa” a la realidad para exhibir la calidad moral de los asistentes, para “quitar máscaras”). Musical no es sinónimo de frivolización. ¿O acaso Jesucristo superestrella (Jesus Christ Superstar, 1973) de Norman Jewison frivoliza los evangelios? ¿Los miserables (Les misérables, 2012) de Tom Hooper cuyos personajes, por cierto, cantan en inglés, frivoliza la revolución de París de 1832?

Para cerrar este apartado es conveniente subrayar que toda película porta en sí, voluntaria o involuntariamente, el “manual de lectura” (en Emilia Pérez, por ejemplo, se explica el acento de Rita; ¿no cabría inferir que el personaje al que da vida Selena es una mexicana que nació en Estados Unidos o que vivió por allá, como sucede con algunos deportados recientes que nacieron y crecieron en ese país y tienen un acento similar?). Y, al final, no está de más romper esa igualdad que tendemos a hacer entre gusto y calidad (sobre todo si el que evalúa películas en medios de comunicación lo hace desde su gusto). Pudo no haberte gustado Emila Pérez (a mí el musical, en general, me disgusta bastante), pero eso no la hace una mala película. Dicho lo anterior, hablemos de cine.

Emilia Pérez, la película
Emilia Pérez es el largometraje más reciente de Audiard, quien obtuvo la Palma de oro en Cannes con Dheepan (2015) y entregó muy buenas cuentas en Metal y hueso (De rouille et d’os, 2012) y Un profeta (Un prophète, 2009), cinta que obtuvo el gran premio del jurado en el mentado festival. El guión se inspira en la novela Écoute de Boris Razon, es también cortesía de Audiard y acompaña a la abogada Rita (Zoe Saldaña). Ella hace carrera en Ciudad de México defendiendo a los poderosos contra los menesterosos. Un mal día se involucra con el temido delincuente Manitas, quien la contrata para que haga lo necesario para ser operado y cambiar de sexo. Una vez realizados los cambios, el otrora delincuente, ahora Emilia Pérez (Karla Sofía Gascón), regresa a México y se muestra sensible a los familiares de los desaparecidos. Rita y Emilia, entonces, encabezan una organización para brindarles apoyo.

Audiard apuesta por la constante movilidad de la cámara (a menudo en mano), la cual es bastante provechosa para empujar los números musicales. Con la puesta en escena –en particular, la luz y el color– va de la sordidez a la calidez. En la banda sonora, previsiblemente, abundan las músicas, las cuales dan fuerza al relato. (Comentarios aparte, me parece que en el renglón musical hay un gran acierto: las melodías tienen brío y punch, a diferencia de las que escuchamos en Wicked, para mencionar un musical reciente). Como lo dijo Guillermo del Toro, quien lo explica de mejor forma, por supuesto: “El uso de la luz y de la cámara se vuelven musicales aunque no haya momentos musicales”. (Este elogio, no está de más, recordar, le valió más de una cancelación al cineasta, otrora orgullo nacional.) El ritmo que así se construye, hace que la cinta fluya de buena forma.

Audiard establece un tono con tintes intimistas, que cabría endosar a la perspectiva de Rita: la presencia del musical inicia con ella, quien a la larga cobra tanto protagonismo o más que el personaje del título. El acercamiento, por esta vía, toma distancia con la objetividad… y con la crudeza. Con el uso del musical lo que la cinta “pierde” en realismo, lo gana en economía narrativa (propósito al cual también sirve, de inicio, el uso de estereotipos; lo grave no es echar mano de ellos, sino quedarse ahí) e intensidad dramática, como queda patente, por ejemplo, en el primer número musical, en el cual Rita transita por la calle y en pocos minutos establece un contexto contrastante y convincente: mientras camina por un tianguis un grupo de personas celebra un gol frente a la televisión en un antro y, más adelante, un hombre es apuñalado. En pocos minutos se esboza un contexto que es comentado por la letra de la canción: aquí, en este mercado, “la justicia se compra”.

Este acercamiento es provechoso en el terreno narrativo, reitero, sin embargo es agridulce en lo relativo al asunto principal de la cinta, el tema. Éste gira alrededor de la posibilidad de llevar a cabo un cambio de vida, un cambio radical. Este cambio cobra densidad por medio de la elección de personajes (un narco, una abogada) y del contexto donde son ubicados (México). Manitas “quiere ser una mujer”, pues para él no hay diferencia entre cambiar de vida y cambiar de sexo. Más adelante, ya como Emilia, lleva a cabo otro cambio extremo: si en el pasado fue un asesino inclemente, ahora busca apoyar a los deudos de los desaparecidos. Acaso el cambio mayor está en el campo moral: pasar de ser un hombre criminal a un ser una mujer “buena”(no hay que perder de vista que su “bondad” es cuestionada en la película por Rita). En la ruta de la historia –que se alinea en los derroteros de los tiempos que corren, en los que se ha dado relevancia a la transexualidad– pareciera irrumpir cierta ingenuidad. No obstante, el tercer acto de la cinta muestra la imposibilidad de romper del todo con el pasado y ser efectivamente otro ser humano. El médico que opera a Manitas afirma: “Si él es un él, ella será un él”. ¿Será?

Entiendo que para ganar peso en ese cambio la historia se ubica en un contexto hostil, violento y machista, pues el cambio emprendido ofrece así polos tan claros como distantes: la abogada que defiende causas injustas pero lucrativas y el narco asesino dan un giro en el sentido opuesto, en el apoyo a los que sufren los abusos y las injusticias. Percibo cierta ingenuidad en esta apuesta, reitero, pero no estoy seguro de que sea irrespetuosa. A mí no me lo parece.
En más de un pasaje Audiard va de la sugestión a la literalidad y no sólo explora el asunto de ser otra persona al cambiar de sexo y pronombre, sino que se asoma a los diferentes matices afectivos en la vida de ellas: Emilia, Rita y Jessi (quien es esposa de Manitas). Luego aparece el pasaje musical en el que se hace una crítica verbal, que es más bien simplona (pero no mentirosa), a la clase política mexicana. Se multiplican así los temas, y al final unos pierden peso frente a otros. En el afán que, al parecer, se hace visible para cumplir con las modas y la agenda de la corrección política Audiard peca de exceso.
En conclusión, Emilia Pérez no es una obra maestra, pero tampoco es una mala película. En Cannes, el festival de cine y la competición más importante del mundo, obtuvo el premio a mejor actriz (compartido por las cuatro actrices principales) y el Premio del jurado. Fue nominada en 10 categorías de los Globos de oro; obtuvo cuatro premios, entre ellos a mejor película musical o comedia y a película no hablada en inglés. Ha sido nominada en 13 categorías de Óscar, premios que otorga la industria norteamericana y que, al parecer, son los únicos que le importan a mucha gente.