“Descubrí” a Dave Chappelle gracias a la recomendación que de su espectáculo The Closer hizo Terry Gilliam, el Monty Python norteamericano. Esa recomendación, no está de más recordar, provocó al director la cancelación de un contrato laboral por parte de un teatro británico (y la posterior “cancelación” de él, cómo no). Gilliam, irreverente desafiador de la corrección política, escribió sobre el estandupero: “Para mí, es el más grande comediante vivo de standup: increíblemente inteligente, socialmente consciente, peligrosamente provocativo y desgarradoramente gracioso”. El standup no me gusta particularmente, pero después de ver The Closer le di la razón a Gilliam: con un cinismo desfachatado y un estilo mesurado, con gestos mínimos y modulaciones de voz sugerentes, Chappelle es tan inteligente como hilarante.
Sin ánimo de hacer comparaciones, Chappelle es tan corrosivo como en su momento fueron los Monty Python. Ambos, Monty y Dave, enfocan su arsenal crítico al establishment, revelan la hipocresía y la estupidez humanas, demasiadas y demasiado humanas; ejercen la comedia con rigor y riesgo. Y si en su momento la acidez y valentía de los comediantes británicos tenía mucho valor, ahora eso tiene muchísimo valor. Subrayo el afán crítico de Chappelle; y hago una distinción entre ser criticón y ser crítico. El primero es dogmático y obediente, va con la corriente y suele desacreditar y hasta insultar a los que no comparten sus posturas y opiniones, así como mostrar una voluntad incondicional a sumarse, al grito de la empatía, a las causas de moda que dicta la corrección política: quiere quedar bien hablando mal de aquellos a los que la corriente señala con su dedo inquisidor como malos, y queda bien poniendo sentidos likes (porque tiene claro que la empatía no supone mayor adhesión, que tampoco se trata de abrazar la compasión y sufrir de más, como sufre el otro); es el linchador por excelencia. El crítico observa, analiza y piensa. Piensa. Y encuentra contradicciones y aberraciones en las censuras y adhesiones que hacen los otros; toma distancia con conductas que luego de revisarlas le resultan sospechosas; revierte aquello de “primero fusila y después virigua”, frase que le atribuían a Pancho Villa, quien supuestamente mandaba al patíbulo a los presuntos enemigos y después investigaba qué habían hecho. Antes de creer (y matar o cancelar, que simbólicamente es casi lo mismo), el crítico virigua. Y así resulta que puede tomar distancia con posturas con las que antes podía simpatizar: antes que empático el crítico es… crítico.
No todos los shows de Chappelle que aparecen en la plataforma de Netflix tienen la estatura de The Closer (que es genial, frontal y brutal), pero tienen el valor (en su doble acepción) de cuestionar asuntos que se han vuelto intocables para esa parte de la humanidad que ha hecho de su fragilidad e hipersensibilidad una bandera política, una prerrogativa; de abordar directamente y con irreverencia temas a los que hoy hay que acercarse con un lenguaje relamido; de exhibir la falsedad y el oportunismo de percepciones e ideologías que han cobrado vigencia. En el centro del discurso de Chappelle aparecen el racismo, la comunidad gay, las personas blancas. Él entiende la comedia como una poderosa herramienta reflexiva que confrontando hace reír, y haciendo reír hace ver y hace pensar, como lo han hecho los grandes comediantes de todos los tiempos. Como él dice: “los comediantes tienen la responsabilidad de hablar con imprudencia, y a veces lo más gracioso es decir algo cruel. Pero recuerden, no lo digo porque es cruel, sino porque es gracioso.” La comedia y el humor no son inofensivos, es decir, poseen la capacidad de ofender. El quid de la dinámica humorística pasa por detectar el umbral en el que el chiste deja de serlo y se convierte en una ofensa, en el que, para el que escucha, la broma es recibida como un insulto personal. Vivimos en una época de egos y narcisismos exacerbados, como bien ha señalado Han Byung-chul; en una época de gravedad y melodrama, cabría añadir. Y cuando se pierde la capacidad de reír de uno mismo, nos dirigimos a terrenos que colindan con la tragedia.
Un nivel debajo de Chappelle está Chris Rock, a quien “descubrí” por recibir la célebre cachetada de Will Smith en la entrega del Óscar. Con un estilo en el que es perceptible la influencia de Chappelle, pero que es un tanto estridente y con tendencia a gritar más que a susurrar, Rock también es frontal y directo. Y valioso. Sus cuestionamientos sobre la escuela y el bullying son certeros, así como sus cuestionamientos alrededor del aborto. En su más reciente espectáculo, Indignación selectiva, expone “las formas más fáciles para llamar la atención” hoy día. En el cuarto lugar ubica “ser una víctima”. Al mencionarla, la respuesta de la audiencia es el desconcierto, el silencio. Más adelante afirma que “hay verdaderas víctimas en el mundo” que “hay gente que pasó por experiencias traumáticas graves”, pero que “en este momento vivimos en un mundo donde la sala de emergencia está llena de hijos de puta con raspones”. Aquí sí recibe algunas carcajadas, no muchas. Luego remata: “Todos intentan victimizarse. Gente que tiene clarísimo que no es ninguna víctima”. En el remate del espectáculo trae a cuento la cachetada de Smith. Y, lejos de poner la otra mejilla, declara el malestar que ha acumulado por el golpe recibido. Y también es hilarante.
La presencia y el tono de los shows de Chappelle y Rock en una plataforma como Netflix es posible porque son talentosos, pero también porque son negros. Es decir, forman parte de una comunidad que en Estados Unidos tradicionalmente ha sido víctima del odio racial. Ninguno de ellos se victimiza –por el contrario, son cínicos en algunos puntos, como en lo relativo a su riqueza económica–, pero sí aprovechan la oportunidad que tienen desde esta trinchera para ventilar, con humor y a menudo con autocrítica, algunos dolores y rencores. Es impensable que hiciera algo similar algún comediante que no perteneciera a una minoría. Esta circunstancia hace posible que aparezcan dosis apreciables de humor negro, ése que suele enfocarse en las cosas que duelen, que reúne situaciones que es peligroso unir. En una época en que la comedia está en crisis, ¿el standup negro es el último reducto del humor incorrecto?