El llamado salvaje (The Call of the Wild, 2020) es una de esas películas que se pueden ver en la televisión los domingos por la mañana. Es protagonizada por un animal doméstico que goza de singulares simpatías; alberga buenos sentimientos y mejores intenciones; es una propuesta familiar: porque hasta cierto punto tiene a la familia como tema, su acercamiento nos resulta conocido y va dirigida a la familia. Estas películas no dudan en subrayar las maravillas caninas, su inteligencia y simpatía, el bien que hacen a aquellos con los que conviven –a menudo sus amos–; utilizan estrategias que buscan mover la sensibilidad del espectador y a veces resultan sensibleras; abundan así las gracias de las bestias dóciles, que reproducen gestos y conductas humanas, pues la antropomorfización es obligada. No obstante, El llamado salvaje presenta algunas aristas atendibles.
La cinta se inspira en La llamada de lo salvaje, la célebre novela de Jack London, y es dirigida por Chris Sanders, quien dirigió con Dean DeBlois Lilo y Stitch (2002) y Cómo entrenar a tu dragón (How to Train Your Dragon, 2010), y con Kirk DeMicco Los Croods (The Croods, 2013). El llamado salvaje es su primera entrega en solitario y en live action (bueno, es una mezcla de puesta en escena con actores y algunas animaciones). La historia sigue las contrariedades de Buck, un perro San Bernardo que vive como rey en una granja californiana. Hasta que es robado y enviado al frío Yukón, donde abundan los buscadores de oro. Por allá tiene experiencias contrastantes y establece relaciones provechosas con un repartidor de correo (Omar Sy) y un hombre que huye de sus fantasmas (Harrison Ford).
Sanders propone una puesta en cámara lucidora, con amplias panorámicas que dan presencia al espacio y dan un toque espectacular a algunos pasajes de aventuras. La puesta en escena es correcta y reproduce las escenografías y vestuarios del viejo oeste. En este renglón merece atención la animación, pues por el movimiento deficiente queda claro que los animales son construidos y movidos en animación 3D. Ya decía John Lasseter (capo de Pixar) en su elogio a Hayao Miyazaki: una de las cosas más difíciles en la animación es construir sujetos con talla y peso constantes, con movimientos que resulten verosímiles. Lamentablemente en Llamado salvaje movimientos, tamaños y pesos no lucen naturales. Mención aparte merece en este renglón la cinefotografía del polaco Janusz Kaminski, colaborador de cabecera de Steven Spielberg. En la banda sonora habría que anotar las músicas de John Powell, quien a menudo colabora en películas de animación (La era del hielo, Río, Kung Fu Panda) y aporta calidez, tonos épicos.
Sanders concibe una película para todo público y para sentirse bien. Así, su propuesta no es muy salvaje que digamos: queda claro que evade la violencia, los momentos álgidos y desagradables (al registrarlos por medio de sombras o sólo con sonido, en off). Ofrece una versión edulcorada de la vida salvaje, en donde no hay sexo ni sudor, pero sí algunas lágrimas. No obstante, hay apuntes valiosos en la ruta que sigue Buck. De ser un animal mimado, una buena mascota, descubre su lado indómito. Al tener noción de su propia fuerza, renace su lado salvaje y pasa de ser una mascota a un líder. En la ruta, rica en pulsiones (sugeridas, por supuesto) recibe numerosas lecciones de humildad que lo llevan a descubrir su verdadero poder. Sería sano que tomaran nota esos humanos que tratan a los perros como muñecas o juguetes, que los malcrían y los convierten en artefactos ruidosos y odiosos.