En la serie de relatos que congrega El libro de las tierras vírgenes del Nobel de literatura, Rudyard Kipling, aparecen algunos pasajes de una brutalidad muy natural. En alguno, por ejemplo, Mowgli está dolido con los humanos y pide a los elefantes que arrasen la aldea; en otro, el chamaco se encarga de ahogar a una jauría de perros salvajes. Cuando Disney hizo su célebre adaptación en animación –El libro de la selva (The Jungle Book, 1967)– transformó la propuesta literaria en una fábula bienintencionada para niños. Ciertamente la entrega es divertida y su alegría es contagiosa (y más en español, con las fenomenales interpretaciones musicales de Tin Tan y Flavio Ramírez, así como las voces de Luis Manuel Pelayo y Alfonso Arau), sin embargo es una propuesta maniquea y simplificadora.
Ahora Disney regresa con una entrega en “acción viva”, y si bien no se acerca mucho a Kipling, sí se aleja de la animación. En términos generales la historia es similar: Mowgli (Neel Sethi) es acogido por una manada de lobos y tiene que emigrar cuando el tigre Shere Khan emite una sentencia de muerte para él y para los que lo protejan. Camino a la aldea de los hombres se separa involuntariamente de la pantera Bagheera, su fiel protector. Entonces conoce al oso Baloo. Lo demás ya es historia.
El responsable de la realización es Jon Favreau, quien ha entregado buenas cuentas como realizador, en particular en Iron Man 2 (2010). En El libro de la selva (The Jungle Book, 2016) propone una puesta en escena lucidora que por momentos es espectacular: luz y escenarios se conjugan para dar majestuosidad a la naturaleza. Asimismo deja ver una puesta en cámara notable: para no ir muy lejos, el movimiento con el que inaugura la cinta es memorable; más adelante registra persecuciones y acción en general con claridad y solvencia, o condensa el paso de las estaciones con elocuencia y brillantez. Reduce de forma significativa los números musicales, los cuales se integran a la historia y no son pasajes al margen, como sucede a menudo con los musicales animados de Disney. La animación de los animales en general es buena, si bien hay algunos pasajes en los que el movimiento no es muy convincente. Mención aparte merecen las voces: Héctor Bonilla hace un buen esfuerzo con Baloo; buenas cuentas entregan también Víctor Trujillo con Shere Khan y Enrique Rocha con Bagheera.
Este acercamiento es provechoso para hacer visible un simbolismo atendible. Y lo mismo se presenta al rey Louie como un King Kong, al que se hacen sacrificios y personifica la ambición por el poder y la acaparación de la riqueza, que se hace de Mowgli una especie de Prometeo inconsciente que roba el fuego sin tener noción de lo que ello supone. Baloo encarna la irresponsabilidad y Bagheera es su lado oscuro, es decir, el que se ocupa de la seguridad; Shere Khan cae casi en el maniqueismo (es malo, malo), si bien se apega al respeto a la ley: ¿la intención es hacer ver la maldad que cabe en la legalidad? Si es así, bravo. Lo mejor de todo es que se da un giro al cine de crecimiento y nos muestran cómo Mowgli se hace hombre. La aventura le sirve no sólo para sobrevivir sino para afirmar su esencia. En la ruta Favreau retoma algunos pasajes violentos propuestos por Kipling. Si bien no alcanza el nivel de violencia presente en el libro, sí acerca al público a un paisaje más natural. Hasta cierto punto este Libro de la selva emula la visión de Tim Burton en el sentido de acercar a los niños a la maldad del mundo.
https://www.youtube.com/watch?v=F4QO2Ys5i7s
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