En su larga pero no muy prolífica trayectoria como realizador (cinco largometrajes de ficción en 35 años), el belga Jaco Van Dormael ha ido enriqueciendo una maravillosa forma de ver el mundo, que inauguró en Toto, el héroe (Toto le héros, 1991). Desde una perspectiva infantil, fascinada y a menudo intimidada, ha dado cuenta de los miedos de convertirse en adulto (Mr. Nobody), de las bondades y de las contrariedades de salir de uno mismo y encontrarse con el otro (El octavo día, Toto el héroe). En El nuevo testamento (Le tout nouveau testament, 2015) amplía con fortuna el abordaje sobre estos temas.
En su más reciente entrega el belga acompaña a Ea (Pili Groyne), una niña de diez años que es hija de Dios (Benoît Poelvoorde). Vive, sin poder salir, en un departamento ubicado en el paraíso terrenal, en Bruselas, desde el cual su padre manipula los destinos de los humanos. Harta del encierro y de la odiosa autoridad paterna, decide contrariar a Dios y huir. Aconsejada por su hermano, J. C. (David Murgia), se da a la tarea de buscar seis apóstoles, cada uno de los cuales habrá de narrar su evangelio.
Van Dormael propone una puesta en cámara provocativa y evocativa que enrarece el punto de vista (mención aparte merece el uso del steadycam que acarrea el mismo actor; así se lleva a cabo un “marcaje personal” de él y el seguimiento acentúa la grisura del personaje) y que avanza a un ritmo apacible pero ágil. En la puesta en escena y en la música redondea un acercamiento para el que no cabe mejor calificativo que fantástico y conducen al espectador al encantamiento. La extrañeza del relato es firmemente construida desde el estilo, lo cual es congruente con lo que el cineasta se propuso desde sus inicios: “Lo que me gusta”, comentaba a la revista francesa Cahiers du cinéma en 1992, “es que el estilo corresponda perfectamente a la historia”. (Y las historias “no vienen” de él, sino “a través” de él: provienen de otras películas, de lo que le han contado o ha vivido.) Y así los poridigios comienzan a hilarse, y cohabitan pasajes que van de la sugerencia a la literalidad, que alternan humor cándido y humor negro y que provienen tanto de un ámbito onírico como de un realismo enrarecido, dando imagen y sonido a una especie de fantasía realista (¿o realismo fantástico?). Se materializa así, por lo demás, un universo infantil rico en metáforas.
A Van Doramel le gusta remitirse a un inicio (no es raro que sus cintas inicien con “en el principio…”), y su mirada es prístina. Desde ésta acompaña a un grupo de adultos que viven en la rutina y el desamparo por haber traicionado al niño que fueron, por no haber podido superar impresiones abrumadoras recibidas a edad temprana. Todo esto se hace patente cuando Ea comete la travesura de revelar a los humanos el tiempo de vida que les queda. Ante la muerte, cercana o lejana, los apóstoles se plantean qué quieren hacer. Algunos deciden no hacer nada; otros se dan a la tarea de retomar lo que es importante y se vuelve urgente.
Van Dormael concibe un recordatorio y hace un diagnóstico. Nos invita, con un ánimo similar al que habita a El principito (The Little Prince, 2015), a llevar a cabo una conciliación con la esencia de cada quien, a romper con la amargura que se acrecienta con la rutina. Planteado en términos metafísicos, nos invita a alejarnos de las amarguras del Dios hostil del Viejo Testamento, machista y malintencionado, y reinventar el futuro a partir de la creatividad e imaginación femeninas. Así se cambiaría una inercia que lleva a la infelicidad por el un futuro colorido.
El nuevo testamento entrega así pasajes gloriosos, como el que protagoniza Pascal Duquenne –quien padece síndrome de Down y ha aparecido en todas las ficciones de Van Dormael– o el de El asesino –el apóstol melancólico– o la danza de una mano, que remite al largo anterior del realizador, Kiss & Cry (2011). Pero también hay momentos que coquetean con el ridículo y que son más irreales (y chocantes) que fantásticos, como la historia del apóstol-ama de casa consumista interpretada por Catherine Deneuve. El nuevo testamento no alcanza las alturas de Toto, el héroe, El octavo día o Mr. Nobody. Con todo y sus bemoles, el balance es bastante positivo.
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