El conjuro 3: el diablo me obligó a hacerlo (The Conjuring: The Devil Made Me Do It, 2021) aporta poco a una franquicia que inició bien (considerando la pobreza que el cine de terror ha dejado ver en las últimas décadas). En sus orígenes se presentaba una casa habitada por una familia numerosas …y por algunos demonios; cobraba protagonismo una muñeca diabólica (Annabelle) y resultaba verosímil la permanencia de la familia, pues las economías hacían impensable la mudanza (lo sensato es cambiar de domicilio cuando los fantasmas se empeñan en permanecer en la casa, ¿no?).
Como en la primera entrega, en el tercer rollo seguimos acompañando a los Warren, Ed (Patrick Wilson) y Lorraine (Vera Farmiga). Ambos contribuyen al exorcismo de un chamaco poseído por un demonio terrible pero generoso, pues acepta dejar al puberto para mudarse a un joven. Más adelante este último comete un asesinato, y los Warren buscan pruebas para ayudarlo en el juzgado.
El conjuro 3: el diablo me obligó a hacerlo es el segundo largometraje de Michael Chaves, quien debutó con La maldición de La Llorona (The Curse of La Llorona, 2019). El cineasta se surte con cierta mesura del rancio arsenal del cine de terror. Así, no faltan los sobresaltos cortesía del nivel de la música; los engaños y “las fintas”, las pausas que preceden al susto; tampoco falta la estupidez, ingrediente imprescindible del terror adocenado actual. Poco hay que consignar con relación al manejo de cámara o la puesta en escena, que dedica buena parte de su labor a la construcción de la época: la historia se ubica en los años ochenta del siglo anterior. La película es bastante convencional, empezando por lo formal. Así las cosas, Chaves entrega resultados aceptables, pero nada excepcionales.
En algún momento, la historia pone sobre la mesa un asunto que es valioso, pues ante el mal –el asesinato– se piensa en alguna enfermedad mental antes que en algún demonio. Cierta ambigüedad se instala y es provechosa. Pero luego se abandona y se regresa a lo que, para mí, es un escenario tranquilizador: los demonios son los artífices del mal; de hecho, en el título de esta cinta aparece el endoso al diablo, que “obligó” a asesinar. Los humanos tienen la mala suerte de ser poseídos, y así se explican sus felonías en el cine de terror y en la nota roja de los noticieros (que hoy son pura nota roja). El practicante del mal queda así eximido de su responsabilidad.
Acaso el comentario más valioso pasa por una constatación… que es un recordatorio. Las pesquisas de los Warren apuntan a un sacerdote en retiro que investigó años atrás a una secta satánica y que conservó en el sótano de su casa el material que les decomisó. Resulta que el pillín tuvo una hija, que creció oculta y sin la debida atención entre todos esos artefactos. Y “se convirtió” al mal. El cura explica que su chamaca heredó su pasión, pero por supuesto que cabe y se hace evidente otra explicación: si alguien necesita a los demonios es la Iglesia, pues así justifica de alguna manera su labor, ¿su existencia?: en su ausencia, ¿a quién buscamos para un exorcismo? ¿O ya existe alguna aplicación para teléfono celular? En conclusión: con películas como ésta, la industria cinematográfica de alguna manera le echa una mano a la industria religiosa.