Martin Scorsese tenía y sigue teniendo razón: las entregas de Marvel se ubican mejor en los terrenos del parque de diversiones que en los del cine. Y que conste, el más reciente capítulo protagonizado por Doctor Strange está por encima de lo que la corporación ha concebido en los últimos tiempos. Ahora se nutren con creces del videojuego, y hacen un producto audiovisual bastante cercano a él.
Doctor Strange en el multiverso de la locura (Doctor Strange in the Multiverse of Madness, 2022) da cuenta de las contrariedades que el extraño Doc (Benedict Cumberbacht) sufre cuando aparece en su vida (primero en sueños, luego en “la realidad”) América Chávez (Xóchitl Gómez), una chica que puede transitar de un universo a otro, pero sin control. Ambos se ven en la necesidad de colaborar, primero, para salvar sus propios pellejos; después, para establecer cierto orden en más de un universo. En su ruta aparece Wanda (Elizabeth Olsen), una heroína cuyos poderosos poderes son aprovechados por la maléfica Bruja Escarlata.
El responsable detrás de la cámara es Sam Raimi, un virtuoso del terror serie B, quien entregó buenas cuentas en las tres películas que realizó de Spider-Man en la primera década de este siglo. Ahora aporta a un héroe medianamente pedante algunas dosis de ligereza y humor (pues el cineasta sigue alimentando ese género bastardo que es la épica cómica). La puesta en cámara es funcional, pertinente para alternar pasajes de acción frenética (sí, al estilo videojuego) con pausadas escenas dialogadas en las que se explican las reglas del juego (o qué se busca y por qué; cuál es el poder de un libro o un artefacto). La puesta en escena, con abundantes toques de artificialidad (y falsedad: Riami no oculta su gusto por la serie B), es conveniente principalmente para identificar los diferentes universos por los que transitan los personajes y las particularidades de ellos.
Raimi entrega algunos pasajes notables, como el que da cuenta del tránsito acelerado de los héroes por diferentes universos. Como se mencionaba párrafos arriba, consigue imprimir a toda la cinta dosis valiosas de humor, pertinentes para erradicar la gravedad que en algunos momentos se insinúa. El realizador empuja así una reflexión que tiene matices atendibles. Para empezar, explora los meandros de la maternidad y la paternidad. Wanda quiere ser madre aquí, allá y en el más allá, para lo cual no duda en acoger la irrealidad con vehemencia (eso que en los hospitales psiquiátricos diagnostican como locura). Eso sí, sólo nos presentan los momentos lindos de su relación con sus encantadores hijos (ya la viéramos con un berrinche de los chamacos). Por otra parte, Strange se ejercita en la paternidad involuntaria: es, para América, lo que se espera de un padre según Hollywood, es decir, un sujeto que brinda apoyo y cuidados y que alimenta la confianza de la cría en sí misma. No es despreciable el mensaje que se vehicula por medio de América: la voluntad de ser resiliente (a lo que muchas personas hoy y siempre, en este universo y en los demás, son resistentes), la capacidad de hacerse cargo de ella misma, de crecer. La sustancia no escasea, pues. No obstante…
Ninguno de los temas es abordado con profundidad y, lo peor, el asunto del multiverso resulta una multipayasada. Asistimos a una mescolanza infame de magia, hechicería y poderes mentales en la que se pierden las fronteras entre lo posible y la fantasía, la ciencia y la superchería, la magia blanca, la roja y la negra. Abundan los actos con matices satánicos (que, en serio, tampoco habrá que tomar muy en serio). La cinta va, así, de lo que sería un Inception chafa a una película de terror no menos chafa. Todo esto no sería tan grave si se asumiera la multipayasada en su totalidad, pero hay matices trágicos con Strange que son insostenibles.
Nadie descubre el hilo negro al constatar que el multiverso (o los multiversos: ¿es uno o son muchos?) y su procuración obedece más a la multiplicación de las películas y las utilidades que al afán de dar mayor complejidad a las aventuras protagonizadas por los múltiples personajes de Marvel, o a la apuesta por profundizar sus conflictos: la ganancia mata a la sustancia.