Dar la otra mejilla, dar batalla o huir: Amakusa Shirô Tokisada (1962)

CINESCOPÍA/José Javier Coz

Amakusa Shirô Tokisada (1962) es el sexto largometraje de Nagisa Oshima, coescrito con Toshirô Ishidô. Oshima es célebre sobre todo por El imperio de los sentidos (Ai no Korīda, 1976) y Feliz Navidad señor Lawrence (Senjō no Merī Kurisumasu, 1983) También destacan Violencia a pleno sol (Hakuchû no tôrima, 1966), El ahorcamiento (Kôshikei, 1968), El muchacho (Shônen, 1969), La ceremonia (Gishiki, 1971) y El imperio de la pasión (Ai no bôrei, 1978).

Amakusa Shirô Tokisada en el mundo anglosajón se conoció como The Rebel (El rebelde), The Revolutionary (El revolucionario) y Shiro Amakusa, The Christian Rebel (Shiro Amakusa, el cristiano rebelde). Shirô Amakusa (Hashizô Ôkawa) es el nombre del personaje principal, Shirô su nombre de pila y Amakusa su apellido que es el nombre del dominio feudal del que era originario. Tokisada puede traducirse como severo, determinado, decidido y puro.

Oshima se basa en un hecho real y pone en jaque al cristianismo a través de un trilema: obedecer las prescripciones religiosas y dar la otra mejilla, defenderse de la violencia tiránica respondiendo con violencia o huir. La película se sitúa en 1637 cuando el Shogunato Tokugawa, el gobierno militar central con sede en Edo (hoy Tokio), promulgó leyes que restringieron la práctica del cristianismo en Japón y contuvieron su propagación que inició con los misioneros católicos que arribaron junto a los comerciantes portugueses en el siglo XVI al sur de Japón. Narra desde sus inicios la Rebelión de Shimabara, conocida así por la península que junto con Nagasaki, Shirato, Kyūshū y las islas Amakusa comprenden la región donde se enfrentaron los campesinos cristianos y las fuerzas del señor feudal al que se unieron comerciantes holandeses de denominación protestante.

Shirô fue un líder carismático que los propios campesinos erigieron como profeta y encabezó la rebelión final contra el señor feudal Matsukura y, por extensión, contra el Shogunato de Edo. No es propiamente el protagonista pues el protagonismo está repartido entre otros personajes claves: Shinbei (Ryûtarô Ôtomo), un funcionario católico que tiene en secreto su credo e informa a los sublevados; Yozaemon (Tokue Hanazawa) quien razonablemente apelará a no luchar y mejor diseminarse y huir; el amo feudal de Shimabara, el Señor Matsukura (Mikijirô Hira); Mondo (Kei Satô), un enviado de Edo a poner mano dura a la indulgencia con que Matsukura confiscaba los bienes de los campesinos cristianos para fines de recaudación de impuestos; un rōnin (Rokkô Toura), que es un samurái que quedó sin amo, que nunca revela su nombre, no profesa credo alguno, se une a la causa y le disputa el liderazgo a Shirô retándolo a duelo; Emosaku (Rentarô Mikuni), un pintor que es obligado a trabajar para la corte y que después de una larga y tormentosa tortura cede a la delación, y su hija Okiku (Junko Matsukawa) que quiere casarse con Shirô.

La película está narrada desde un punto de vista omnisciente. Intercala escenas de conspiración de ambos bandos con otras escenas épicas de alcances homéricos. En unas y en otras, Oshima tiende a mantener la perspectiva de la acción desde un solo lado, es decir, casi no hace uso de planos y contraplanos. Esto compensa un tanto la omnisciencia narrativa y coloca al espectador en un solo lado del escenario. La mayoría de las veces, los campesinos cristianos aparecen en planos generales, convirtiéndolos en un personaje colectivo, con ligeros y lentos acercamientos de la cámara. Los levantamientos, los desplazamientos y las batallas son impresionantemente multitudinarias y filmadas en un solo plano o pocos plano secuencias de una extensión espacial y temporal que suscita preguntas de cómo o con cuánta cinta y horas de ensayo las hizo Oshima. No se atisban efectos especiales por lo que, 62 años después, tal realismo es apenas verosímil para un espectador actual. Esto se debió al trabajo coordinado del coreógrafo de luchas Reijiro Adachi, el montador Shintaro Miyamoto y el fotógrafo Shintaro Kawasaki.

Los campesinos se enfrentaron con piedras, guadañas, horcas, azadones, una que otra lanza y espadas de los samuráis y los rōnin que se les unieron. La revuelta fue sofocada totalmente el 28 de febrero de 1638. Murieron más de 38,000 labriegos cristianos, incluido su líder Amakusa Shiro, cuando irrumpieron en el castillo de Shimabara.

Nagisa Oshima es muy conocido y por alguna extraña razón Amakusa Shirô Tokisada no es que esté infravalorada, sino que quedó en el olvido. No destaca entre sus 23 largometrajes. El abordaje del tema del martirio es comparable con Silencio (Chinmoku, 1971) dirigida por Masahiro Shinoda (El samurái espía, Doble suicidio) basada en la novela homónima de Shūsaku Endō y que Martin Scorsese la rehizo en 2016. Creo necesario recuperar de vuelta Amakusa Shirô Tokisada, revalorarla a la luz del Evangelio y en contextos políticos actuales, además de rescatar su valor cinematográfico insuperable.

Oshima fue polémico y censurado por sus escenas violentas y cargadas de erotismo. Filmaba la acción (tortura, violación…), pero el sujeto sobre el cual recaía la acción lo tendía a desplazar fuera de cuadro. De esta manera, sorteaba la censura haciendo las escenas sólo auditivamente explícitas.

Oshima le dedica igual peso al contexto histórico y a la tragedia individual centrando el hecho ignominioso en dos focos: el épico y el moral. El segundo es tal vez el más ilustrativo para quien le interese la evolución de cómo se condujo un cristiano frente a situaciones que planteaban dicotomías morales desde sus fundamentos como pueden ser los mandamientos o el perdón, si lo correcto era entregarse al martirio o si se podía justificar una rebelión en nombre de Dios, cómo se siguen las enseñanzas de Jesús al enfrentar la opresión, el abuso y el sufrimiento inminente, no sólo las que recaen sobre uno mismo sino sobre nuestros allegados familiares y semejantes comunitarios. Oshima hace una controversial puesta en escena del perdón, del sacrificio, del calvario, del martirio, de la obediencia, del poder de la oración y su relación con la fe, todo ello frente a la sobrevivencia a la hambruna, la tortura y la muerte.

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