El festival de Berlín tiene el buen hábito de premiar producciones que se alejan de la grandilocuencia, y a menudo entrega el Oso de oro a propuestas que llevan a cabo agudas exploraciones de problemáticas sociales. Casualidad o no, en tiempos recientes ha reconocido producciones que recogen el pulso de los tiempos y en mayor o menor medida pasan por el cine policial: la italiana César debe morir (Cesare deve morire, 2012) de los hermanos Taviani, la rumana La postura del hijo (Pozitia copilului, 2013) de Calin Peter Netzer y, el año anterior, la china Tan negro como el carbón (Bai ri yan huo, 2014) de Diao Yinan, que formó parte del programa de la 57 Muestra Internacional de Cine la Cineteca Nacional y por estas fechas aún circula en algunas (pocas, previsiblemente) salas comerciales de Guadalajara.
Yinan inició su carrera como guionista (en particular recordamos El baño, dirigida por Zhang Yang) y es autor del texto que sirve de soporte a Tan negro como el carbón, su tercer largo como realizador. El argumento recoge las contrariedades que vive Zhang Zili (Liao Fan), un policía que en 1999, justo después de su divorcio, sigue la pista de un asesino que desmembra a sus víctimas. En las pesquisas mueren dos compañeros suyos y él cae en las garras de la depresión y el alcoholismo. Cinco años más tarde reencuentra a un ex compañero y se involucra en eventos relacionados con el caso que aún lo atormenta. Y todas las pistas llevan a una mujer que trabaja en una lavandería.
Yinan recorre con fortuna una ruta que tiende puentes con el thriller y el cine negro (con todo y su bella femme fatale): “cuando hay crisis, hay cine negro”, afirma el realizador. No son pocos los pasajes de la cinta que avanzan por medio de persecuciones, en las que se hacen revelaciones sobre el caso policial pero también sobre los personajes. Y el mismo personaje puede pasar del rol de perseguido al de perseguidor, y así va creando una tensión que se resuelve de forma atípica (sin espectacularidad ni corretizas –a veces incluso a ritmo apacible– con algunas balaceras pero sin cortes frenéticos). Como buen realizador oriental, Yinan explota con virtuosismo una paleta de colores intensos que van del rojo al verde y el amarillo. La luz baña rostros y calles, da visibilidad a las pulsiones de los personajes y en más de un momento ofrece atisbos sobre sus miedos y sus secretos. No es raro que el ánimo así empujado vaya de la pasión a lo enfermizo, y que ambos coincidan de forma inquietante.
La estrategia es pertinente para dar cuenta de los cambios en la sociedad china. Para comenzar con el equipamiento de la policía, que da un salto sustancial en los cinco años que cubre la historia. Si al inicio los agentes viajaban en autos viejos y eran limitados sus recursos para investigar, posteriormente se presenta un mejoramiento ostensible (una mejor policía, no está de más subrayar, habla de peores tiempos). A continuación, en la normalización de los abismos económicos, que, por ejemplo, explican uno de los asesinatos que tienen lugar. En todo momento se vislumbra un deterioro en la convivencia y una falta de interés en el otro que acentúa el clima gélido presente en una buena parte de la película. Bajo una superficie que luce relajada y hasta limpia (en las calles, en las ropas), aparece una realidad sórdida (cuando se cruza el umbral del exterior al interior, geográfico y humano) que rebasa incluso a los que tienen estómago profesional para la abyección, como la policía. No obstante, ante una crisis moral de las proporciones que hoy atraviesa China –y la humanidad entera– Yinan apuesta por abrir una ventanita de esperanza, por lo que cobran relevancia la solidaridad y la terquedad por hacer lo correcto. Esta voluntad amerita una celebración con fuegos artificiales, como al final propone Yinan. Lo cual se agradece, cómo no.
Además del Oso de oro, Tan negro como el carbón obtuvo en Berlín el Oso de plata a mejor actor.
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