Aún estoy aquí: cuando la felicidad es contagiosa

El carioca Walter Salles ha conseguido atención por algunos de sus largometrajes, en particular por Estación central de Brasil (Central do Brasil, 1998) y Diarios de motocicleta (2004), los cuales fueron nominados por la Academia norteamericana. Y si alguna virtud tuvieron esas nominaciones, fue que dieron fama al realizador, aunque no necesariamente prestigio. (Es más memorable la grosería que recibió Jorge Drexler, compositor e intérprete de una de las canciones nominadas de Diarios de motocicleta, en la ceremonia de premiación de 2005.) Éste lo ha cosechado en Cannes, por donde ha circulado en cuatro ocasiones. Ahora vuelve a escena con Aún estoy aquí (Ainda estou aqui, 2024), con el prestigio del premio a mejor guión en Venecia… y por un puñado de nominaciones de Óscar. Más allá del prestigio y la fama, justo es anticipar, estamos ante una gran película.

Salles se inspira en un conocido caso que tuvo lugar en los años aciagos de la dictadura en Brasil, el de Rubens Paiva. Éste (interpretado por Selton Mello) estuvo involucrado en política y es detenido (o, más bien, secuestrado) por la policía en 1971. Los motivos no parecen claros; después se revelarán las sinrazones policiales que llevaron a la detención. Más adelante también visitará la prisión su esposa, Eunice (Fernanda Torres). Ella no tiene idea de qué está pasando, pero al salir debe hacerse cargo emocional y materialmente de su nutrida prole.

Salles no solo reconstruye con virtud la época, sino que replica con fortuna la pátina del cine setentero, la cual es perceptible además en las películas caseras de los Paiva. Los colores van de la calidez a la sordidez, y de la mano de la cámara en mano multiplican el abanico emocional que habita en la familia: la alegría de la convivencia –en fiestas y en la cotidianidad– y la desazón por la paterna desaparición. En la banda sonora se redondean los tiempos y los ánimos; los diálogos dan naturalidad y van más allá de cubrir su habitual función comunicacional, pues también son portadores de los afectos (sin hacer explícito el amor, el amor palpita en ellos). Mención aparte merecen las músicas. El score, cortesía de Warren Ellis, y las canciones de Caetano Veloso, Gal Costa y Serge Gainsbourg y Jane Birkin, entre otros.

El estilo es bastante provechoso para imprimir espontaneidad y dar verosimilitud a las emociones de los Paiva, en comunidad o en lo individual. Incluso más: logra contagiar al que mira en la sala oscura. Aún estoy aquí es un magnífico ejemplo de cómo el buen uso de la técnica cinematográfica contribuye a que la historia cumpla con creces una de sus funciones primarias: generar emoción. El realizador carioca logra establecer puentes entre los personajes y los espectadores, y uno ríe con ellos al inicio, pero también cuando más adelante posan para una fotografía y no saben reprimir sus risas. Por eso al momento de la detención de Rubens, también compartimos las angustias y el dolor por la ausencia; y a lo largo de una buena parte de la cinta acompañamos a Eunice en los golpes que la aciaga realidad le propina. Así cobra relevancia el caso Paiva, un ejemplo indignante de la mezquindad de los regímenes militares que asolaron a Brasil (y a otros países sudamericanos).

Aún estoy aquí trae a mi memoria –y a mi estómago y a mi corazoncito– El olvido que seremos (2020) de Fernando Trueba, cinta en la que la familia también es emoción. Asimismo, me resulta inevitable convocar a “la conversación” al nipón Hirokazu Koreeda: la familia es calidez y afecto cuando los nexos surgen de la convivencia en el tiempo, el cual hace posible la aparición de los sentimientos (por eso son tan fallidos y falsos los comerciales de la Coca Cola, en los que la emoción es pura demostración; el sentimiento es tiempo, el sentimiento es de quien lo trabaja), y en los ejemplos mencionados es posible vislumbrar algo que podríamos llamar felicidad.

Una recomendación final para el espectador: permanecer en la butaca aún después del tránsito de los créditos finales, pues ahí cobra presencia y sentido el título.

Calificación 85%
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