En el título, Anatomía de una caída (Anatomie d’une chute, 2023) lleva un programa… y algo más que un guiño a Anatomía de un asesinato (Anatomy of a Murder, 1959) de Otto Preminger. Porque así como hace una crónica de los eventos, también ofrece una buena descripción de la forma y estructura –de la anatomía, pues– del asunto que relata. De la cinta de Preminger* emula entre otras cosas la posición en la que el cadáver aparece en el afiche y retoma el recurso de ir al tribunal para revisar lo sucedido, ¿así como el final?; pero a diferencia de ésta, que posee valiosas dosis de humor y busca aclarar el crimen del título, Anatomía de una caída no posee ni un atisbo de humor, y al cambiar una palabra anticipa la ambigüedad por venir.
* Los créditos de ésta fueron diseñados por Saul Bass, colaborador de cabecera de Alfred Hitchcock, y cuyas músicas son cortesía de Duke Ellington, quien además aparece brevemente.
Anatomía de una caída es la más reciente entrega de la francesa Justine Triet. La historia gira alrededor de Sandra Voyter (Sandra Hüller), una escritora de origen alemán que vive en un paraje montañoso en Francia con Samuel (Samuel Theis) y el hijo de ambos, Daniel (Milo Machado Graner), quien padece severa debilidad visual. Un mal día Samuel aparece muerto después de caer de la parte más alta de la casa, donde hacía reparaciones. Ella, que era la única persona que estaba en la propiedad al momento de la caída, es sospechosa de asesinato. En el juicio que viene un año después también se ventila la posibilidad del suicidio.
Triet lleva a cabo una labor paradójica, algo que podríamos calificar como un acercamiento distante. La cámara juega al fisgón, por lo que la movilidad es frecuente y a menudo, en la mano del operador, tiembla o se “esconde” detrás de algún objeto o persona (recursos que son perceptibles en particular en el registro de Sandra). Y si hay un afán intimista y ocasionalmente hace uso de travels o zooms, así como del close up, que nos acercan al personaje, es también notable el distanciamiento constante. Este último es subrayado por la puesta en escena, que tiende a ser naturalista (la luz rara vez matiza los momentos emocionales que viven los personajes principales) y es notable la ausencia de música no diegética (las melodías o canciones que escuchamos provienen de algún aparato o instrumento presente en la escena). Así, prácticamente ningún personaje resulta simpático.
Esta apuesta estilística se aleja del efectismo tan caro a Hollywood y resulta más que provechosa para ingresar a la vida conyugal como un observador privilegiado; es pertinente para dar cuenta de la caída que se menciona en el título, la cual, me parece, alude más al devenir de la pareja que a la que ocasiona la muerte de Samuel. Hay elementos sustanciales para creer tanto en la probabilidad del suicidio –Samuel no era precisamente feliz con su vida y la dinámica familiar– como en la del asesinato, que resulta más que verosímil, y más aún cuando sabemos que los libros de Sandra se inspiran en eventos que ha vivido y en el más reciente de ellos uno de los personajes alberga intenciones de asesinar a su pareja. Así se abre, además, uno de los asuntos relevantes de la película: el nexo entre realidad y ficción. Pero a diferencia de la cinta de Preminger, que como buena película norteamericana de juzgados busca revelar la verdad, concede la mayor importancia al juicio (aunque el veredicto final es a todas luces errado) y el personaje principal es el abogado defensor, los afanes de Triet parecen más encaminados a explorar ese territorio confuso en el que se puede convertir la vida en pareja que a encontrar la verdad detrás de la muerte: de hecho, como en algún momento señala el abogado de Sandra, el juicio no es acerca de la verdad, sino de quién resulta más convincente, lo cual cobra siniestra vigencia ante tanto juicio que vemos hoy día, tanto en tribunales de adeveras como en los de las redes sociales, lo mismo de celebridades que de simples mortales.
Triet lleva a cabo una disección del deterioro de la pareja, que tiene un detonante en el accidente en el que Daniel pierde buena parte de su capacidad visual, situación que los cónyuges no afrontan de la misma forma: Samuel se culpa, y en algún momento es culpado. Para iluminar este territorio difuso es particularmente elocuente la grabación de una conversación de Sandra y Samuel, en la que entre reclamos y reproches queda claro el distanciamiento entre ambos: si al inicio de una relación los egoísmos se aplacan para formar un provisional “nosotros”, en el final aquéllos recuperan su protagonismo y la pareja no va más. Asimismo, es valioso el desarrollo del personaje del hijo, pues en él reside un conflicto no menos importante. Su testimonio puede inclinar la balanza en contra de su madre, y en su fuero interno encara dos miserias existenciales: el suicidio paterno o el asesinato materno.
Anatomía de una caída obtuvo la Palma de oro en Cannes, el mayor premio del universo cinematográfico al que puede aspirar una película. Ha sido nominada al Óscar a mejor película. Con su presencia en esa competición y en esa categoría la Academia norteamericana se “da caché”. Pero ésta, me temo, le dará las gracias por participar y la enviará a casa con las manos vacías.