En poco tiempo Netflix ha conseguido en México algo que parecía difícil: establecer estándares narrativos nocivos, por repetitivos y poco imaginativos; un estilo que pronto ha caído en el adocenamiento. Desde los infaltables planos aéreos grabados con dron, para ubicar ciudades y otros espacios, hasta los ¿obligatorios? relatos no lineales con sus reglamentarias líneas del tiempo que se recorren gráficamente de atrás para adelante (o, más bien, de izquierda y derecha). Pareciera que todos sus guionistas y realizadores han ido a la misma escuelita nocturna. Esto se vuelve más notorio por la cercanía en las fechas de lanzamiento de dos series recientes de no ficción (que no documentales; no me cansaré de subrayarlo: en el mejor de los casos Netflix entrega reportajes, que, cuestión de profundidades y universalidades, lo distancian del documental): El caso Cassez-Vallarta: una novela criminal (2022) y América vs. América (2022).
América vs. América registra en casi cinco horas de duración y seis capítulos (dirigidos por Juan Márquez, Martín Bautista, Rodrigo Alonso Kahlo y Edson Ramírez) la vida y milagros del club de futbol profesional más ganador de México. Recoge testimonios de personas que habitualmente opinan en televisión y de algunos jugadores y exjugadores, de algunos entrenadores. Todo ello acompasado por la odiosa narración con pretensión coloquial de un tal Carlos Ballarta (quien, según pude averiguar, es un estandupero de medio pelo): si el propósito con el narrador es incrementar aquello del “ódiame más”, lo consiguieron. Cada que se escucha la voz del narrador uno odia más… a la serie.
América vs. América tiene serios problemas con el manejo del tiempo. Para empezar, busca ofrecer contexto temporal por dos vías: los regímenes presidenciales y lo que sucedía con Televisa en dichos momentos. Su punto de partida es que el rumbo del América y el de Televisa –empresa propietaria del equipo– son inseparables; o, más bien, que el equipo obedece a los designios generales de la empresa (de hecho, el capítulo inaugural lleva por título “La telenovela perfecta”). Más allá de la pertinencia o valor de dicha hipótesis, el contexto ofrecido es pobre, esquemático, superficial. No corre mejor suerte el registro del curso del equipo. Si hay un manejo bastante desafortunado de la historia nacional, no hay mejores cuentas en la forma, por demás desordenada, en la que se narra una parte de la historia del América (básicamente a partir de 1959, año en el que Televisa compró al equipo), de algunas de sus glorias, de sus abundantes debacles y del “presente” en el 2021. Los eventos, como anotaba al inicio, desfilan por medio de idas y venidas, y se pasa lo mismo del medio tiempo de un partido reciente a las glorias pretéritas sin un pretexto medianamente atendible: se entiende que se busca involucrar al público joven –para ese propósito, mejor hubieran hecho una serie de TikTok–, pero ir de pasajes memorables en los años ochenta al entrenamiento de 2021 resulta contraproducente y rompe el crecimiento emotivo. Estos saltos temporales, a los que se añaden algunas digresiones (como la breve historia del futbol femenil) resultan, a la larga, un verdadero fastidio.
Las quejas –en este texto que habrá de ser una especie de lamento americano– continúan con el excesivo tiempo que, para hablar del “clásico nacional”, se dedica al rival, ese equipo rayado de Zapopan, ese de la auto-reclamada “identidad” (porque todos sus jugadores “son mexicanos”) que viste con los colores de la bandera francesa. Es también excesivo el tiempo que se da a un árbitro nefando para justificar su decisión que perjudicó al América en una semifinal (si el lugar común indica que los árbitros ayudan al América, es justo subrayar que históricamente lo han perjudicado bastante) que terminó con tremenda bronca. Continúan con la mala fortuna de seguir al América del 2021, ese equipo gris que sólo sabía ganar partidos (y de cualquier forma, como cualquier otro equipo). Para cerrar, es justo subrayar que América vs. América es un reservorio de clichés: que si “ódiame más”, que si “los millonetas”, que si el equipo más favorecido por los arbitrajes, que si “el más grande”, que si las obligaciones, que si los fracasos.
No podía ser de otra forma, pues se convocan las voces de una serie de opinadores que han vivido buena parte de su trayectoria televisiva hablando mal o bien del equipo. Y tienen razón sus detractores: el América no es grande… porque en el futbol mexicano la grandeza es diminuta. Pero cómo andarán las cosas de la patada en este país, que los personajes de la prensa son todavía más diminutos, y hay cientos de opinadores en todas las cadenas locales y nacionales, lo mismo en la televisión pública que en la privada, pero sólo hay un periodista: Héctor Huerta. Y sólo en México se puede considerar como una autoridad a José Ramón Fernández o David Faitelson, que se catalogan a sí mismos como periodistas (así lo hayas hecho por treinta años, salir en la tele no te hace periodista), aunque no argumentan ni investigan ni en defensa propia, y en buena medida deben su “prestigio” (pequeñito, ése sí) a hablar mal del América. (Una de las inexactitudes que menciona el “periodista” Fernández es que el América tiene 13 campeonatos locales en más de 100 años de existencia. Se entiende que busca minimizar sus logros –para él sólo es grande el Real Madrid, como si se necesitara saber algo de fútbol para hacer el elogio de ese equipo–, pero tal vez ignore que los campeonatos en México se cuentan desde 1944.)
Cierto es que a lo largo de la serie recordé pasajes emocionantes y tragos amargos, pero América vs. América fue una experiencia tortuosa. Desde los primeros minutos tuve el impulso de abandonarla: llegar al final representó un verdadero reto al oficio de reseñador de audiovisuales. Pero ni hablar, teníamos que hablar de papá.