Alien: Romulus: sin novedad en el espacio

Alien: Romulus (2024) es el séptimo pasajero de la franquicia –o noveno si consideramos los dos rollos que dan cuenta de los encontronazos con Predator– que gira alrededor del ya conocido alienígena, el “xenomorfo” de cráneo alargado, frente pronunciada y dentadura aterradora. Por la franquicia han desfilado realizadores célebres como Ridley Scott, James Cameron, David Fincher o Jean-Pierre Jeunet. Ahora toma el mando el español Fede Álvarez, responsable de No respires (Don’t Breathe, 2016) y La chica de la telaraña (The Girl in the Spider’s Web, 2018), entre otras.

Alien: Romulus ubica la acción en 2142 (20 años después del Alien original), acompaña a un grupo de chamacos que habitan en un mundo sórdido y oscuro y buscan emigrar a un planeta donde aún es posible gozar de la luz del sol. Su plan es posesionarse de una nave aparentemente abandonada para emprender el viaje. Pero en la ruta se encuentren al alienígena, quien tiene un solo plan: reproducirse.

Alien: Romulus en buena medida ofrece rasgos similares a sus predecesoras. Álvarez entrega una puesta al día de Alien (1979), dirigida por Scott, la primera película de la serie y la única que tiene la estatura de “clásica”, y en la que ya aparecen los valores narrativos y temáticos más atendibles. El realizador español replica situaciones y estilo de los primeros rollos de la serie. Al inicio el paisaje es sórdido y oscuro, similar al que ofrece otro clásico de Scott, Blade Runner (1982). Más adelante la cinta instala la acción en atmósferas de terror y presenta situaciones que son ineludibles en las películas cuyo argumento se ve constreñido a espacios cerrados, de los cuales los personajes no pueden salir (como Titanic, por ejemplo).

Álvarez nos recuerda que la reproducción de la vida tiene matices violentos y egoístas. En la ruta toman relevancia algunos rasgos más o menos novedosos. Para empezar, la edad y la formación de los protagonistas (veinteañeros), quienes no tienen mayores virtudes y cuyo conocimiento proviene, al parecer, de videojuegos. Llama la atención un humanoide (Blade Runner again) que está programado para proteger a una de las protagonistas y por cuyo conducto se abre una veta, pequeña ella, para reflexionar sobre las virtudes y los peligros de la inteligencia artificial. Su presencia es pertinente, también, para hacer el que, me parece, es el comentario más valioso de la cinta: cuando la sobreviencia está en juego, las emociones y los sentimientos son un lastre. Así, mientras los aliens se replican con fruición, los humanos (sentimentales y “empáticos”) se van diezmando por consideraciones a los otros. Menos novedoso es el hecho de que la conformación de la tripulación, el elenco, así como la distribución de responsabilidades y jerarquías, obedece a los mandatos de las cuotas raciales.

Álvarez no ofrece pasajes plausibles de acción ni alcanza mayores profundidades en su propuesta. Así, Aliens: Romulus queda a deber en lo que se espera a menudo –casi por definición– de una secuela: acción espectacular y ampliación de los temas previamente tratados. Seis secuelas después, me parece, la franquicia ha añadido muy poco al primer rollo.  

Calificación 65%
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