Este jardín no lo ilumina ni el Rey Sol

El británico Alan Rickman posee una nutrida filmografía como actor. Tal vez su personaje más conocido es el profesor Severus Snape en la saga de Harry Potter. En 1997 pasó detrás de la cámara: dirigió El invitado de invierno (The Winter Guest), que se inspira en la obra de teatro de Sharman Macdonald. Casi tres lustros después regresa al mismo rol en En los jardines del rey (A Little Chaos, 2014), una producción del Reino Unido en la que también da vida a uno de los personajes principales. Su desempeño detrás de la cámara es correcto. Ni más, ni menos.

En los jardines

En los jardines del rey da cuenta de las actividades de Sabine de Barra, una viuda que hace una propuesta para los jardines del rey Luis XIV (Rickman) en Versalles. El responsable del proyecto, André Le Notre (Matthias Schoenaerts), al principio desecha los diseños de Sabine, pero más adelante la contrata. Conforme avanza el trabajo ella se gana el reconocimiento –y algo más– de Le Notre, cuya vida conyugal es conflictiva. Pero la jardinera se gana, además, el respeto del rey y de la corte. Sí, pues.

Rickman echa mano del arsenal clásico del cine de época, incluyendo ese hábito que hace añicos el realismo y pone a prueba la verosimilitud: el uso del inglés como lengua corriente; aquí ¡en la Francia del Rey Sol! Es evidente el cuidado en la puesta en escena, particularmente en el vestuario y el maquillaje. Además, el realizador apuesta por una puesta en cámara dinámica que reserva algunas sorpresas al ojo y hace fluir el relato con solvencia. Lo que cabría esperar en una producción de esta naturaleza, pues: ni más, ni menos.

A Little Chaos

Por lo demás, Rickman entrega cuentas discretas. Su relato se dispersa entre tres personajes que no terminan de dar rumbo a lo expuesto: ni Sabine, ni Le Notre, ni Luis XIV poseen suficiente encanto o fuerza como para involucrarnos en sus circunstancias; tampoco viven dramas o dilemas que nos pongan al filo de la butaca o que, por lo menos, capturen nuestro interés. Ella encarna algo así como la mujer moderna, independiente y laboriosa; el segundo está atrapado en los códigos y juegos de la corte; el tercero parece más allá de lo mundano. Los tres manifiestan una pasión por la jardinería, que en el mejor de los casos podría ser una metáfora de la expresión y la emoción, y hasta de la paz y la libertad. No obstante esto parece un mero pretexto (como el halago de lo novedoso, que en algún momento se hace, o la virtud de introducir algo de caos en la rigidez, como sugiere el título original) y no tiene un desarrollo valioso. Ninguno evita resultar unidimensional; y sus motivaciones profundas tampoco son del todo claras. Así, los personajes terminan siendo más estereotipos que arquetipos. El rey tiene su encanto y es involuntariamente ridículo, pero no hay crítica al poder ni a las costumbres singulares de la corte. Los problemas de la película, habría que subrayar, son de origen: están en un guión –en cuya escritura participó Rickman– que sin estar constreñido por el curso de eventos históricos que hubiera que respetar, no asume riesgos ni hace apuntes que pudieran ser atendibles a finales del siglo XVII; y menos hoy día. La cinta, en consecuencia, es más anacrónica que atemporal; más superficial que coral. Por otra parte, si Rickman-cineasta consigue un buen desempeño de Rickman-actor, no puede decirse lo mismo de los otros actores, quienes tienen un desempeño poco convincente.

En los jardines 4

Así las cosas, En los jardines del rey no funciona ni como cine romántico, ni como drama social, ni como comedia de costumbres. El jardín que construye Sabine está bonito, eso sí.

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