Privilegios y cegueras en la autocrítica: If… (1968)

CINESCOPÍA/José Javier Coz

If…. (1968) es el segundo largometraje de seis que dirigió Lindsay Anderson, también productor de teatro y crítico de cine, conocido por otras tres películas que fueron nominadas a la Palma de Oro en Cannes: su opera prima El ingenuo salvaje (This Sporting Life, 1963), Un hombre de suerte (O Lucky Man!, 1973) y Britannia Hospital (1975). If…. ganó la Palma de Oro. El Instituto de Cine Británico (British Film Institute) la nombró la duodécima mejor película británica.

En un internado de una escuela pública en Inglaterra, la holgazanería de las autoridades ha ido arrastrando la organización interna hacia otra en la que los bachilleres (preparatorianos) ejercen como prefectos de los alumnos de secundaria, y en la que cada grupo se autorregula espontáneamente de forma tribal con una jerarquía básica propia de un clan: del poder del fuerte sobre el débil. A base de hostigamiento, los subyugados son rebajados a sirvientes personales de los nuevos “prefectos”.

La película contiene un leitmotiv bastante irónico: misas ceremoniosas en una abadía a la que atiende abarrotada toda la institución, se predican sermones con exhortos no del todo religiosos sino castrenses y en las que un coro entona góspels congoleños en latín. En este contexto, la película nos irá presentando a Mick Travis (Malcolm McDowell –La naranja mecánica–) y sus dos compañeros Wally (Richard Warwick) y Knightly (David Wood) con los que comparte dormitorio. Las personalidades de los tres no encajan del todo bien que digamos con la arbitraria disciplina ni con el abuso tiránico que reina en la institución.

Desde el inicio, la película nos va mostrando un mosaico variopinto de acosos que terminan esbozando un panorama de la dinámica entre los sojuzgados y sus déspotas, y entre profesores –con una formación y cátedra erudita que ya no se ve hoy en día– y sus alumnos, dentro y fuera del salón de clase. Todo el ambiente abunda en lastres decimonónicos, algunos rescatables, pero la mayoría anacrónicos en una Europa todavía con las sombras de las grandes guerras. La coerción de los “prefectos” adquirirá un tono cada vez más subido hasta que un día Mick insulta a su “amo”. Citan a los tres. Son fustigados en las nalgas con una vara, pero Mick recibe una cuota poco más que sádica.

Al día siguiente, en la campiña, entre cultivos, colinas y bosques, vemos a alumnos y autoridades en un entrenamiento militar simulando una batalla contra el enemigo. Llevan armas reales, pero petardos como municiones. En cambio, Mick y sus amigos portan balas de contrabando. En un momento de descanso y convivencia, las disparan para amedrentar al grupo. El superior les ordena alto al fuego. Lo ignoran. El capellán se acerca corriendo, se arrodilla y les ruega a gritos que depongan las armas. Mick lo humilla disparándole varios tiros cerca.

Nuestros tres protagonistas ahora son llamados por el superior. En su oficina les echa un sermón que para sorpresa del espectador resulta demasiado indulgente y el castigo es un tibio servicio comunitario: limpiar una bodega entelarañada, copiosa en tiliches inimaginables que incluyen torsos de mármol, un cocodrilo disecado y una provisión de bombas y fusiles de asalto. Una especie de saldos de las colonias.

Por fin, arriba el día de la graduación. Están presentes los padres y demás familiares, un miembro de la realeza y, en el pódium, el director, el obispo y un general condecorado y veterano de guerra que abre el acto académico con un discurso patriotero, con dejos morales sobre el supuesto deber de lo que alguna vez fue el imperio más poderoso del mundo: la Gran Bretaña. En plena oratoria se ve cómo se cuela humo por el piso. Con una reacción retardada, los asistentes apresuran el paso hacia la salida. Mick, sus dos amigos y una chica los esperan en los techos góticos de los edificios, prestos a una masacre.

If…. es una crítica al establishment y a un país que lo goza como lo hace –y lo hizo– el Reino Unido. Comprende cuestionamientos típicos desde una perspectiva interna y por ende privilegiada, así como cegueras cuya develación mejoraría con miradas foráneas. La crítica, consciente o inconscientemente, viene de la incómoda ambivalencia de sentirse cómplice y víctima a la vez de un eximperio avasallador, máxime porque los autores de la película (el director Lindsay Anderson y el guionista David Sherwin) gozaban todavía de los excedentes que hereda la hoy todavía potencia. Es así como hay una constante sorna a todo refinamiento que tomó siglos de conquista en Occidente, al orgullo nacionalista de la cuna de la Revolución Industrial y al deber histórico sobre el destino de Occidente que sabemos que en varias coyunturas históricas recayó sobre el Reino Unido. If…. es una de las válvulas que permitieron desahogar esta carga y no una película sobre la rebelión contra el opresor o sobre el nihilismo y hartazgo de la posguerra. Tampoco es una sátira al espíritu de la revuelta estudiantil ni, en el último de los casos, preconiza el school shooting.

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