El Rey de la Comedia (1982): a propósito del próximo estreno de Joker 2

CINESCOPÍA/José Javier Coz

No es otra la razón por la que escribo a continuación sobre El rey de la comedia (The King of Comedy, 1982), dirigida por Martin Scorsese, que el hecho de que, junto con Taxi Driver (1976), se haya citado como abrevadero o inspiración para que Todd Phillips hiciera Joker (2019), razón, por demás, motivada a la mala, como Rupert Pupkin resuelve entrevistarse con Jerry Langford. No contento, Phillips ya rodó Joker 2 (Joker: Folie à Deux, 2024) y en México se está a la expectativa de su estreno.

Repaso algunas constantes en las cintas de Martin Scorsese. En Mean Streets (1973), Charlie está a lo largo de toda la película impaciente por concretar un negocio. Nuestro Taxi Driver (1976) Travis Bickle se le ocurre que puede hacer algo grande que le dé sentido a su vida como matar a un precandidato a la presidencia de los Estados Unidos, jefe de su exnovia. Jake LaMotta en Ragging Bull (1980) gana mayor punch conforme su carrera asciende. Henry Hill avanza a pasos agigantados en el trasiego de cocaína en Goodfellas (1990). The Aviator (2004) cuenta cómo Howard Hughes se catapulta en la industria aeronáutica. La escalada multimillonaria del corredor de bolsa Jordan Belfort la lleva a la pantalla Scorsese en The Wolf of Wall Street (2013). Aspiración, ambición, ascenso, encumbramiento, heroísmo y caída libre son algunas cosas que comparten estas historias.

El rey de la comedia también sigue la obsesión creciente de Rupert Pupkin (Robert DeNiro) por alcanzar el estrellato como comediante, pero quiere hacerlo en un solo paso porque a sus 34 años el tiempo apremia y descarta la posibilidad de empezar de cero. Toma un atajo interceptando al famoso comediante Jerry Langford (Jerry Lewis), siempre asediado por sus fans, entre ellas. Aprovecha una turbamulta, improvisa un papel de guardaespaldas para abrirle el paso al acosado y logra deslizarse al asiento trasero de la limusina de Jerry y sentarse a su lado. Entre disculpas y adulaciones Rupert convence a Jerry de que lo escuche. Mejor dicho, Jerry no ve salida y se resigna a prestarle oídos. Rupert le dice ser un comediante muy bueno, que nunca ha trabajado como tal, que está terminando los últimos detalles de un sketch que quisiera que lo viera y le pide que le haga un pequeño hueco en su programa por ocasión única para darse a conocer. Cuando llegan al hotel donde se aloja, Jerry se lo quita de encima diciéndole que luego le eche una llamada.

De aquí en adelante, una parte de la película constará de tres intentos infructuosos de entrevistarse con Jerry Langford. En el tercero, llega a las oficinas de Langford, la secretaria del productor le regresa un material que Rupert había dejado a revisión, le dice que de momento no les interesa y le desea buena suerte. Ella se retira y Rupert regresa a la recepción y se sienta a esperar sin más. La recepcionista le pregunta que si se le ofrece algo más. Rupert responde:

“Esperaré. No me importa esperar, lo cual me recuerda al hombre que esperó tanto tiempo que se le olvidó qué es lo que estaba esperando.”

Un claro inserto de la postergación infinita en la obra de Kafka, más específicamente a la parábola que le refiere un sacerdote a Josef K en El proceso.

Para la caracterización de nuestros protagonistas, El rey de la comedia se apoya más en el delirio socialmente aceptado de aspirar a la celebridad masiva de los medios, en ese entonces la televisión por antonomasia. Taxi Driver se adentra poco, digamos que lo suficiente, en el deterioro mental del personaje que tiene un perfil un tanto narcisista y paranoide que quedan percibidos con algunos pensamientos en voz en off.

Pero no es el caso clínico lo que está en cuestión. En Taxi Driver, el guionista Paul Schrader y Scorsese ponen en escena unos cuantos actos sociopáticos para prepararnos a un desenlace trágico, entre ellos la compra de una maleta con armas cortas de varios calibres. También el entrenamiento que se autoimpone Travis sobre la base de que necesita estar “organizizado” (organizized), es decir, organizado para lograr algo cuyos recursos no tiene, y para ello se acondiciona físicamente y retoma la habilidad de manejar rápido las armas que le proporcionaban durante su estancia en el ejército en Vietnam. Sólo contará con los recursos de fuerza y rapidez. El hecho de que Travis no haya podido consumar su magnicidio y en cambio haya liberado a una pequeña prostituta, no nos deja desconcertados. Por el contrario, salimos de la sala gratificados.

En cambio, El rey de la comedia tiene algo inquietante a lo largo de toda la película. Rupert se nos presenta como bonachón, esforzado, creativo, pero obsesivo, tenaz y con potencial agresivo. Cuando toma la resolución de secuestrar a Jerry Langford y después de que vimos Taxi Driver, estamos predispuestos a un desenlace trágico. El secuestro lo hace con la ayuda de Masha (Sandra Bernhard), otra admiradora fanática y muy deschavetada de Jerry Langford. Secuestran a Langford en la calle, lo llevan al departamento de Masha en Manhattan, lo atan, lo amordazan y Rupert prosigue a pedir como rescate que lo dejen iniciar el programa de esa noche y que se transmita con normalidad. Los agentes del FBI aconsejan a los ejecutivos y su departamento jurídico a que accedan a las demandas de Rupert. Acto seguido, Rupert se dirige a los estudios. Entretanto, Masha intenta consumar su sueño de acostarse con Langford. Éste logra quitarle la pistola que resulta ser de plástico. Langford escapa y se dirige a los estudios. En el inter, el número de Rupert fue bien recibido por el público, enseguida es arrestado, cumple una sentencia de dos años por buen comportamiento y al salir se convierte en una celebridad.

Aunque encarnados por el mismo actor y, salvo algunas excelentes sutilezas actorales, Rupert dista mucho de parecerse a Travis. Sin embargo, los une esa ambición que puede terminar en un magnicidio. Y que en Joker sí termina y de manera espectacular y fácil. En cambio, en El rey de la comedia, el asesinato de una celebridad toma un giro cómico con la pistola de plástico.

En Joker, como veremos, han pasado muchos años. Está ambientada en los setenta, pero con mucho de contexto actual. Las películas de acción hollywoodescas han banalizado y dejado sin efecto los disparos. Y es sintomático de una sociedad cuyos civiles están armados, en la que se puede comprar un arma en línea y llega directamente por paquetería.

Haciendo honor al título de la película y del antihéroe, Joker es la broma de que años después un aspirante a cómico mata –ahora sí– a la celebridad que irónicamente se sugiere que es Rupert Pupkin, escondido bajo el nombre de Murray Franklin, también encarnado por Robert DeNiro.

Arthur (Joaquin Phoenix) es un payaso que sufre de depresión; natural, supongo, en alguien que aspira a reírse a fuerzas y, más aún, a ¡hacer reír a fuerzas! Tanto, que necesitará de risas enlatadas (o pregrabadas). Irónicamente padece una tara que consiste en repentinos accesos de carcajadas involuntarias. Vive con su madre, una señora mayor a su cuidado, y en una situación precaria (para los estándares de Estados Unidos). Su madre periódicamente le escribe a Thomas Wayne, actual alcalde y magnate para quien trabajó años atrás. El alcalde está por terminar su período y se encuentra lanzando promesas en aras de una reelección.

La historia que nos cuenta el director y guionista de Joker, Todd Phillips, nos remonta a una estancia de Arthur en el manicomio. Actualmente asiste a consultas eventuales con una trabajadora social. Toma medicamentos, pero nunca se nos dice si entre ellos está el fabuloso diazepam, tan popular y socorrido en los setenta en los que se ambienta Joker. Una agencia de entretenimiento le provee material y permisos para los números que escenifica en las calles de Ciudad Gótica que, para quienes ya habíamos nacido antes de los setenta, sabemos que se trata de la ciudad más peligrosa y sucia del mundo en ese entonces: Nueva York. Las huelgas del servicio de recolección de basura y las ratas gigantes, no son imaginación de Phillips.

Un día Arthur es fuertemente golpeado por unos pandilleros. Un compañero de trabajo, Randall, le ofrece una pistola para que se defienda. Arthur asiste al programa del animador y comediante de televisión Murray Franklin (Robert DeNiro), a quien admira. Franklin lo llama al escenario y Arthur le confiesa que siempre ha aspirado a ser comediante.

En una ocasión que está divirtiendo a unos niños en un hospital, se le cae el arma. Esto trasciende en la agencia y es despedido. El programa de asistencia social al que Arthur está adscrito es de pronto recortado y se le notifica que ya no tendrá acceso gratis a la medicación.

Se presenta a trabajar en un centro nocturno y su número resulta un fracaso absoluto debido a uno de sus ataques de risa involuntaria. No se percata de que fue grabado por una cámara de seguridad. De regreso en el metro, tres tipos lo golpean (¿otra vez?), y predeciblemente Arthur estrena el revólver y mata a cada uno a quemarropa –un solo tiro a cada uno. En cosa de segundos se ha convertido en todo un francotirador profesional. Llega a su casa y abre una de las cartas de su madre y se entera que el alcalde Wayne es su padre. Lo busca en su domicilio sin éxito. Después se entera que fue adoptado por su madre y que fue abusado por Wayne. Su madre rectifica la versión diciéndole que Wayne la obligó a inventar la adopción y que la recluyó en un manicomio.

Arthur recibe una llamada de la secretaria del conductor Franklin para invitarlo a su programa. Le explica que algunos fragmentos de una grabación (la del centro nocturno) se filtraron y fueron emitidas y comentadas en el programa y tuvieron un eco muy fuerte y positivo entre los televidentes. Esto no lo toma a bien Arthur, pero acepta la invitación. En el inter, Randall y otro ex compañero de trabajo, lo visitan y Arthur mata violentamente a Randall porque en la agencia negó haberle proveído el arma. La escena me toma por sorpresa, demasiado tarantinesca para un payaso depresivo. Por último, en una noche de desesperación, visita a su vecina y novia que se asusta y no entiende cómo ingresó a su departamento. Un sexto sentido nos dice que toda su relación había sido un delirio. Esta cereza corona la serie de desgracias en un colmado y tedioso melodrama: depresión, pobreza, orfandad, golpizas, bastardía, abuso sexual, desempleo, burla, desamor y, por último, alucinaciones por la supresión repentina de los barbitúricos.

Parece que ya se acumularon los suficientes flagelos que puedan justificar a nuestro payaso inocuo y futuro mártir a que ascienda de la noche a la mañana de homicida con puntería certera a matricida y al Elegido Mesías que pastoreará a las masas por la senda de la redención.

Todd Phillips abusa del talento de Phoenix. Recordemos su mejor actuación en Gladiador (Gladiator, 2000). Encarna al emperador Comodo, un personaje muy complejo y que exigió una caracterización y una actuación desafiantes. Aspira a que el pueblo lo reconozca como un héroe que vencerá al insurgente general Massimo. Comodo carga con el lastre de ser un patricida, homosexual, incestuoso y pedófilo. Phillips hace que el personaje de Joker sea el actor mismo con todo su potencial dramatúrgico. Sólo faltó que Arthur fuera negro, homosexual y con alguna discapacidad física para reunir los requisitos de alguien con la pertenencia identitaria propia de una minoría ideal, la más marginada y discriminada. No es una película que aborde la victimización y sus excesos, pero sí victimiza a su protagonista y abusa de una compasión y, para ponernos lingüísticamente en boga, una empatía en la que sólo un espectador distraído puede caer.

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