Para algunos guionistas y para algunos cineastas el cine se trata de “contar historias”. De eso, y estrictamente de eso. De ahí que su único afán es enlazar episodios que sigan ciertos patrones (los actos y los plot points como brújula) y que ofrezcan cierta emoción. Y ya. (Si bien las películas son suficientemente elocuentes al respecto, cuando los susodichos lo reconocen en alguna entrevista les doy las gracias por participar y a otra cosa: ya la vida se encarga de proveer cantidades enormes de insustancialidad como para todavía procurarla en la sala oscura. Si por lo menos contaran buenas historias…) ¿Y la sustancia, apá? Suponiendo que tengan idea de qué es eso, no parecen tener idea de cómo incorporarla a la narrativa. Lo inverso (contar una historia porque tienen algo que decir) es casi inexistente para esta clase de gente de cine. Así, no faltan las películas que en el mejor de los casos presentan historias medianamente entretenidas, que pueden hilar algunas sorpresas atendibles y provocar alunas emociones, pero que al final no dicen mayor cosa sobre asunto alguno. Es el caso de Abigail (2024).
Abigail es la más reciente entrega de Tyler Gillett y Matt Bettinelli-Olpin, quienes han compartido previamente el crédito de realización –con no mucha fortuna, dicho sea de paso– en Scream 6 (2023) y Heredero del diablo (2014), entre otras. Presentan ahora otra película de terror (a ratos, porque es más bien una película de acción) en la que acompañan a un grupo de delincuentes que participan en el secuestro de la chamaca del título. El plan consiste en llevar a Abigail a una vieja casona y esperar ahí que las transacciones para el rescate avancen. Pronto descubren, sin embargo, que es una trampa y que están encerrados… con una vampira.
En términos generales el tándem de realizadores entrega cuentas aceptables. Si bien es cierto que no hay mayores virtudes que consignar, el trabajo con la cámara y la puesta en escena es correcto. La cinta fluye a buen ritmo y las sorpresas se dosifican de forma provechosa: es éste un ingrediente relevante para el curso de la historia, pues conforme avanzan los eventos conocemos los antecedentes de los delincuentes, así como la verdad sobre la identidad de Abigail. De esta forma, entre algunas risas y no muchos sustos, los 110 minutos que dura la aventura fluyen de buena forma.
La queja, como se anticipaba al inicio, se ubica en la ausencia del abordaje de algún asunto atendible. Si bien el vampirismo resulta importante, al final lo que se dice sobre él es puro “refrito”: con algunas dosis de humor se recicla lo que sabemos del tema por medio de otras películas. Al final cobra relevancia la maternidad de una de las secuestradoras, que uno de sus secuaces califica como “cobarde”. Ella se siente culpable, con razón, y en su trato con Abigail (que, para acabarla, termina aconsejándola) nos demuestra que es sensible y tiene idea de cómo ejercer el rol que no ejerce. Todo esto no va más allá de la superficie; no se hacen mayores comentarios o apuntes ni se presenta un desarrollo valioso. En conclusión: la sustancia está en otra parte.