El británico Sam Mendes no sólo entregó buenas cuentas en su paso por la saga del 007 (es responsable de Skyfall y Spectre), sino que además dejó la vara muy alta. El norteamericano Cary Joji Fukunaga toma el relevo en Sin tiempo para morir (No Time to Die, 2021) y no decepciona: prolonga el crecimiento del espía que surgió de los libros de Ian Fleming.
Sin tiempo para morir acompaña a James Bond (Daniel Craig) en su retiro fallido. Ya no colabora para los servicios de inteligencia británicos y encara un futuro pleno con Madeleine Swann (Léa Seydoux). Pero la aparición de un villano sagaz rompe con su apacible estancia en una isla paradisiaca.
Fukunaga apuesta por una puesta en cámara funcional y lucidora. Con movimientos elegantes y emplazamientos sugerentes, el registro gana en agilidad y claridad, lo cual puede constatarse particularmente en las escenas de acción. Y Fukunaga filma la acción de forma espectacular. Para no variar la puesta en escena es exquisita: las escenografías son monumentales –como las que ofrece Matera, ciudad costera de Italia que se suma a la ya memorable galería de locaciones que sirven de fondo a las persecuciones del 007–; vestuarios y maquillajes ponen el tono a eventos y clases sociales, a situaciones con diversas connotaciones; la luz, cortesía del cinefotógrafo sueco Linus Sandgren (colaborador de Damien Chazelle en La La Land, El primer hombre en la luna y Babylon, que está en filmación) matiza los diversos y contrastantes estados emocionales que habitan el curso de la historia. Las músicas del siempre eficiente Hans Zimmer subrayan la épica y contribuyen a más de un suspiro.
Fukunaga confirma su habilidad para manejar con solvencia diferentes géneros, como es posible constatar revisando brevemente su filmografía: en Sin nombre (2009) imprime tensión y realismo al thriller que protagoniza una pareja de migrantes; en Jane Eyre (2011) emula el rico universo emocional que Charlotte Brontë propone en su novela; en Beasts of No Nation (2015) registra el cine bélico con tonos naturalistas; en Eso (It, 2017), de la que fue coguionista, sigue con rigor los mandatos del terror. Hace tiempo que el 007 aspira al cine total, ese que, como la novela ídem tiene la intención de ofrecer una visión amplia de los afanes y anhelos que caben en el fenómeno humano. Para ello los géneros cinematográficos son una herramienta propicia. Así, a lo largo de sus 160 minutos Sin tiempo morir transita por el drama y la acción, la épica y el terror, el romance y la comedia. Además, entrega una prodigiosa presentación de créditos con tintes oníricos, al estilo Dalí, que anticipa los asuntos por venir: de la genética al valor del tiempo. Fukunaga realiza con soltura y firmeza los cambios de tono, y la visión de la cinta empuja, como decíamos, un flujo emocional diverso e intenso.
El guión de la cinta es rico en referentes, particularmente en los literarios. Marcel Proust guía por momentos el curso del relato: el nombre de la protagonista (Madeleine Swann) remite a la memoriosa magdalena de En busca del tiempo perdido; el apellido, a un personaje fundamental de la saga proustiana; las alusiones al pasado –que alcanzan dimensiones literalmente memorables en la obra del escritor francés– son abundantes, y queda claro que, como Bond dice, “el pasado no está muerto”. No faltan los puentes con el cine, en particular con Batman: el caballero de la noche asciende (The Dark Knight Rises, 2012), con la que se pueden establecer algunos paralelismos y en la que también había nexos claros con la literatura (aquí con Historia de dos ciudades de Charles Dickens). Acá se cita en un solemne momento una frase de Jack London: “La función propia del hombre es vivir, no existir. No voy a gastar mis días tratando de prolongarlos. Debo aprovechar mi tiempo”. James Bond emula a Bruce Wayne, y un puñado de películas después se privilegia la ruta del hombre más que la del héroe. No falta el guiño a un Guasón con causa que juega a Dios –como los villanos de Marvel– y ofrece un curso temático; sin embargo, así como en Batman el miedo es desarrollado en sus múltiples facetas y Wayne entiende qué es lo importante en la vida, Bond toma distancia con el 007 y cobran sentido temas como la confianza y el amor, sin los cuales el ser humano parecería incompleto.
Con Sin tiempo para morir parece cerrarse un ciclo del 007, un personaje que ha evolucionado con los aires de los tiempos, pero que sigue reuniendo las virtudes de la virilidad –sí, aún existe, al menos en la pantalla grande–, y el aplomo, la elegancia, el afán seductor, la cortesía, la fuerza y la inteligencia son fundamentales en el perfil del personaje. Si bien la saga es cada vez más pudorosa (ahora las «chicas Bond» no son meras acompañantes, y pueden ser sexys siempre y cuando disparen armas con maestría y tiren certeras patadas voladoras). Con la agenda “progre” y la complacencia a la corrección política de moda en mente, al parecer queda puesta la mesa para la nueva vida del 007. Ya veremos si sigue creciendo…