Antes de hacer el abordaje de Boyhood: momentos de una vida (Boyhood, 2014) es justo reconocer una cuestión que sin duda influye en la valoración: la pretensión de objetividad que cabría demandar y esperar de la labor crítica estuvo ausente y vi la película como padre y ocasionalmente como hijo (de alguna manera vi mi pasado y pude hacer una proyección a futuro); es decir, en todo momento me sentí identificado con los personajes y terminé profundamente conmovido: hace mucho, mucho tiempo que no lloraba tanto frente a la pantalla. Tampoco está de más asentar, de entrada, que si bien el proceso de rodaje es atípico –la película se filmó a lo largo de 12 años– lo extraordinario está en lo ordinario. Me explico…
Boyhood: momentos de una vida es la más reciente entrega del texano Richard Linklater, quien goza de merecido prestigio por la trilogía que va de Antes del amanecer (Before Sunrise, 1995) a Antes del anochecer (Before Midnight, 2013), entre otras películas. A partir de un guión suyo, Linklater acompaña a lo largo de 12 años a Mason (Ellar Coltrane), su hermana mayor, Samantha (Lorelei Linklater), su madre (Patricia Arquette) y su padre (Ethan Hawke), que están separados. En este período asistimos a los matrimonios de la madre y las mudanzas con sus hijos, a las visitas regulares del padre y las vicisitudes de la pubertad y la juventud. El “marcaje personal” comienza en la primaria, cuando Mason tenía 7 años, y concluye a sus 18, cuando va a la universidad.
Vista con frialdad y cierto distanciamiento –suponiendo que esto fuera posible– se hace evidente que Boyhhod: momentos de una vida reúne una serie de lugares comunes. Los episodios que se presentan los hemos visto muchas veces en la pantalla y fuera de ella: para los hijos el abanico se abre entre los problemas en la escuela por el déficit de atención y la fantasía, entre los buenos consejos de los maestros y los encontronazos con la realidad; vamos de los inicios prometedores a las rupturas impostergables de las relaciones de la madre y las mudanzas no buscadas; el padre va de las apariciones fugaces a la estabilidad, todo en un paisaje de buenaondez permanente.
Pero lo extraordinario aparece con el tiempo (y la cinta condensa 12 años en 165 minutos). Y así como tomaba, aparentemente al azar, diferentes pasajes de la vida en pareja en la trilogía citada, ahora registra, como sugiere el subtítulo que se añadió en español, algunos momentos de la vida de Mason que en apariencia son insignificantes y resultan significativos. Verlo crecer es fascinante y es casi por sí mismo un factor de emoción: sin aviso de por medio se llevan a cabo elipsis de años, y en lugar del niño fantasioso y parlanchín aparece un puberto de pelo largo y hermético; luego el adolescente dubitativo y el joven que se afirma. Las viñetas presentan una progresión cálida y van conformando un mapa de cotidianidad al que el realizador tiene el talento de dar densidad: lo habitual así resulta singular. Lo expuesto, así, sabe a la vida misma.
Linklater le saca la vuelta a la sensiblería y apuesta por una estrategia que sin acercarse a la crudeza sí consigue un realismo plausible; por momentos se diría que coquetea con el documental. Hace una propuesta amable y aun los momentos violentos resultan digeribles. La hostilidad se hace presente en las relaciones que se desgastan, en el alcoholismo de los padrastros, en las mudanzas y los alejamientos. Pero a la larga se impone la afabilidad, la calidez. En la ruta se hacen presente algunas dosis de sabiduría (sobre todo en algunas conversaciones entre padre e hijo o madre e hijo) y se invita, sin hacer mayor hincapié, a la tolerancia, a darle un lugar al otro y respetar sus procesos.
Boyhood: momentos de una vida es una película sobre el crecimiento. Linklater deja ver que también los padres se ven obligados a crecer con sus hijos, y que esto también supone dejar ir: ilustra las penas que se hacen presentes en las fechas que han de llegar y que representan otra separación, que acaso es más dolorosa para los progenitores, que se quedan, que para los hijos, que se van. No ofrece respuestas convencionales a los problemas convencionales que aborda, más bien consigue imprimir una buena cantidad de afectividad a las preguntas que uno se hace conforme el tiempo corre y se acumulan los años. Al final el caudal emocional es considerable; la entrega es entrañable y deja una honda huella en la memoria… afectiva.
Es pertinente saber que:
El rodaje de la película inició en mayo de 2002 y terminó en agosto de 2013. En total fueron 45 días de grabaciones. Cada año Linklater y su equipo tenían reuniones de trabajo y filmaciones.
Al comenzar, los actores principales, Ellar Coltrane y Lorelei Linklater (quien, por cierto, es hija del director), tenían 7 años.
Con todo y los 12 años, el presupuesto fue de tan sólo 4 millones de dólares.
Fue la película favorita del 2014 de Cristopher Nolan.
Actualmente Linklater trabaja en la posproducción de That’s What I’m Talking About (cuyo estreno está anunciado para este año), que es una especie de continuación de Boyhood: momentos de una vida.
En Metactritic tiene una calificación de 100, cifra que también tienen clásicos como Fanny y Alexander (Fanny och Alexander, 1982) de Ingmar Bergman, Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962) de David Lean y El padrino (The Godfather, 1972) de Francis Ford Coppola.
Entre los premios que ha obtenido están el Oso de plata a mejor director en Berlín; la FIPRESCI (Federación internacional de la prensa cinematográfica) le otorgó el premio a mejor película del año en San Sebastián; tres Globos de oro (película dramática, director y actriz secundaria).
https://www.youtube.com/watch?v=TmlzPhwJscc
Una entrevista con Richard Linklater y Ellar Coltrane
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