3 anuncios por un crimen: entre el calor y el dolor

3 anuncios por un crimen (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, 2017) es el tercer y más reciente largometraje del británico Martin McDonagh, quien obtuvo celebreidad con su ópera prima, En Brujas (In Bruges, 2008). En ambas, escritas por él, da cuenta de un caso dramático con algunas dosis de humor. En 3 anuncios por un crimen da, además, mucho que pensar.

El argumento recoge las contrariedades que vive Mildred (Frances McDormand), una madre madura que sufre por la muerte de su joven hija. Ésta fue violada y quemada meses atrás y, al no haber avances en la resolución del caso, Mildred cuestiona la labor de la policía, en particular del sheriff Willoughby (Woody Harrelson). Lo hace publicando tres anuncios espectaculares en una carretera poco transitada. El asunto cobra notoriedad cuando la televisión lo aborda. Además, Mildred se gana más de una animadversión porque Willoughby es muy estimado… y tiene cáncer.

Con una cámara discreta y una plausible puesta en escena, McDonagh visita un pueblo sencillo y tranquilo que trae a la memoria Holcomb, Kansas, donde tiene lugar el brutal asesinato de A sangre fría. Acompaña a una madre-coraje que encara con tesón la adversidad, que vive en el dolor y no está dispuesta a que el asesinato de su hija quede impune. Lo más notable está, tal vez, en el desempeño que el cineasta obtiene de sus actores principales. Frances McDormand da aliento a un personaje que expresa por la mirada más que por la palabra, que es acción más que diálogo. Woody Harrelson da vida a un personaje sensible, atento, lejos del policía habitual del cine norteamericano. Sam Rockwell encarna a un policía menos sutil y da verosimilitud al cambio de su personaje. Las músicas de Carter Burwell –colaborador de cabecera de los hermanos Coen (abramos una ventana a Ventaneando y recordemos que Joel es esposo de McDormand)– matizan el ánimo nostálgico y cálido que habita la cinta. Porque aquí, salvo el asesino, no hay malos-malos; todos tienen ocasión de mostrar un rostro afable incluso en la adversidad. Mildred no desea remediar su mal provocando otro; Willoughby quisiera resolver el crimen, pero las características de éste dificultan su labor. Entre ambos hay, así, una relación agridulce.

Este marco es pertinente, sin embargo, para exhibir la mezquindad que cabe en la América profunda, los prejuicios que la habitan, el racismo y la homofobia ambientales. El crimen es un rasgo central que rompe con la paz y la armonía, que desencadena los demonios de los pobladores. El guión, es cierto, tiene más de un pasaje inverosímil, mas habría que subrayar el mérito de ofrecer lo necesario para tener una noción más o menos completa del mapa de conductas, de mostrar antes que juzgar, de evitar el maniqueísmo que tanto gusta al cine norteamericano. Y al eludir las conclusiones automáticas, invita al espectador a reflexionar.

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