Un camino a casa (Lion, 2016) es una coproducción de Australia, Estados Unidos y Reino Unido y el primer largometraje de ficción del australiano Garth Davis. Recoge un asunto inspirado en un caso real, del cual se da cuenta en un libro escrito por su protagonista, Saroo Brierley: “Un largo camino a casa”. La cinta tiene sus bemoles, pero al final se hacen imprescindibles los pañuelos desechables.
El argumento inicia en 1986, en India, cuando Saroo (Sunny Pawar) acompaña a su hermano a una estación de trenes y termina haciendo un viaje involuntario, solo, de 1600 kilómetros. Desciende del tren en Calcuta, donde enfrenta más de un peligro y es “rescatado” de un orfanato por una familia australiana que vive en Tasmania. Por allá crece, y 25 años después a Saroo (Dev Patel) lo asaltan los recuerdos y se instala el malestar.
Davis inicia su propuesta exponiendo la miseria en la que vive Saroo, pero asimismo hace presente el universo asombroso que lo rodea, el que ofrece la naturaleza (con planos abiertos) y su familia (desde la intimidad). Las circunstancias son adversas, pero hay espacio para la alegría porque el acercamiento es cálido. Cuando el niño se aleja involuntariamente de casa, el paisaje deviene de una grisura enfermiza (el tono amarillento de la estación de trenes en Calcuta es elocuente), mientras la hostilidad ambiental se hace presente en el sonido y en la fotografía, con amenazantes claroscuros. Davis presenta los peligros que viven los niños desamparados, que son secuestrados con fines que no se precisan pero parecen terribles. Saroo responde con firmeza y termina en un orfanato que no luce más amigable que las calles. La música suaviza la crudeza y también va dando rasgos heroicos al niño.
La cinta avanza bastante bien, y da cuenta del asombro desde la perspectiva infantil con más de un recurso de origen documental, mientras Saroo es niño. Pero al dar el salto a la adultez la cinta tiene algunos tropezones. Pues si bien el joven tiene un regreso involuntario a sus orígenes por medios proustianos (a su memoria vuelve su hermano protector y el ambiente indio al probar un yalebi –un dulce típico– en casa de unos conocidos), el conflicto que se desata es resulto de forma que genera más desconcierto que emoción. Resulta así porque los posibles orígenes del conflicto apenas son esbozados, porque se desarrolla poco el crecimiento de Saroo en Australia, porque al parecer crece feliz y en un ambiente amigable y parece que tiene todo el apoyo necesario para encarar la adversidad. No falta la clásica escena importada del melodrama norteamericano en la que el personaje tira al suelo todo lo que encuentra. El drama, así, resulta más demostrativo que emotivo. (El conflicto que vivió el Saroo real me parece que alberga bastante fuerza y que ofrece material para abordar asuntos de alcance universal, pero el tratamiento lo hace ver más bien como una pataleta infantil.) El melodrama se desborda hacia la parte final (y aquí sí quiero ver al más renuente controlar el llanto), que reserva momentos de una intensidad valiosa.
Como anotaba al inicio, el balance presenta sus bemoles. Al final queda una gran incógnita que tiene sus dosis de paradoja: ¿quién es Saroo?
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65%