El francés Laurent Tirard ha explorado diferentes facetas de la comedia, del género que nació para reflexionar riendo (o reír reflexionando): ha hecho comedias históricas (Molière) y comedias familiares (El pequeño Nicolás). Asimismo, ha visitado la comedia con tintes románticos, como en El regreso del héroe (Le retour du héros, 2018), su más reciente entrega. La cinta que formó parte del Tour de cine francés y ahora llega a sacudir la solemnidad habitual de las “salas de arte” de conocido complejo exhibidor.
La acción de El regreso del héroe, coescrita por Tirard, se ubica en la campiña francesa, en 1809, y acompaña a Elisabeth Beaugrand (Mélanie Laurent), una singular joven burguesa. Todo inicia cuando el Capitán Neuville (Jean Dujardin) llega a su mansión a pedir la mano de su hermana Pauline (Noémie Merlant). Apenas lo ve, Elisabeth le hace saber su antipatía, pues el militar es presuntuoso y oportunista. De inmediato Neuville debe partir en campaña, y promete a su prometida escribir todos los días. Pero no lo hace. Y ante su silencio Elisabeth asume el rol epistolar del militar: hace llegar a su hermana una serie de cartas en las que da cuenta de sus hazañas. Crea así un personaje extraordinario, un aventurero osado. Pero todo se va al caño cuando Neuville reaparece, miserable y apestoso… y cobarde. Entonces se hace insostenible la mentira. ¿O no?
Tirard echa mano de la comedia de enredos y saca buen provecho de los equívocos que generan las imposturas de sus protagonistas. A lo largo de la cinta aparecen guiños lo mismo a Molière que a Cyrano de Bergerac, a las personas y a sus obras. Entrega así una cinta que reserva más de un pasaje gracioso y que se desliza con ambigüedad a la comedia romántica. Pero sólo en apariencia.
Los enredos alcanzan además para hacer algunos apuntes valiosos… y vigentes. El cineasta pone en escena a una mujer del siglo XXI, que no sólo no tiene como prioridad el matrimonio, sino que cuestiona y enfrenta la autoridad y la fanfarronería de los machos. Es, además, independiente y creativa. No se niega al amor, pero prioriza otros asuntos, si bien no termina de quedar claro cuál es su propósito en la vida. Tirard exhibe, además, las virtudes del relato: el que escucha –como el espectador en el cine– quiere creer, está dispuesto al engaño porque por esta vía accede a la emoción que no tiene su vida. Convierte así mentiras en verdades que cree completamente. Esta credulidad –y su codicia o su deseo–, por otra parte, lo hace presa fácil del fraude, lo mismo en asuntos de economía que en el sexo y en el amor. No obstante, Tirard no saca mayores conclusiones de todo ello; no deja ver mayores ambiciones ni alcanza grandes profundidades. Así, la cinta no va muy lejos.