Truman (2015) es una coproducción de España y Argentina que circula en México con el optimista y “refresquero” título de Una sonrisa a la vida. El título original hace referencia a un perro; el que aparece en nuestra cartelera es una tramposa interpretación (de la historia, no del perro). En todo caso, y bajo cualquier apelación, la película ilustra cómo se puede transitar por asuntos delicados con delicadeza, cómo se puede hacer un guiño al melodrama sin perder verosimilitud, cómo se puede conseguir emotividad sin los recursos facilones de algunas milagrosas producciones.
Una sonrisa a la vida es la más reciente entrega del catalán Cesc Gay, quien mostró su capacidad para ingresar a la intimidad en En la ciudad (2003), en la que explora los altibajos de la vida en pareja. Ahora se asoma a la amistad en tiempos aciagos: Tomás (Javier Cámara) viaja desde Canadá, donde reside, para hacer una visita a Julián (Ricardo Darín), actor de origen argentino que vive en España. El segundo enfrenta el regreso del cáncer y se ha hecho a la idea de que la medicina no le ofrece soluciones reales: se ha resignado a esperar la muerte. Por ello busca quién se haga cargo de su perro, Truman, su compañero de los últimos años. Tomás acompaña a su amigo en sus intentos por conseguir una familia que adopte a Truman, pero sobre todo es testigo de la entereza con la que Julián encara lo que se le viene.
Gay se acerca a sus personajes con una calidez contagiosa. Apuesta por lo que parece casi automático –¿obvio?– y, se diría, por lo que parece más sensato: conceder a los actores el protagonismo. Trabajó con dos actores que manejan un registro sutil y que con gesticulaciones mínimas y entonaciones sin exacerbaciones saben hacer visible y sensible el caudal emocional que habita a los personajes que dan vida. Así, se diría que estamos ante lo que algunos denominan “película de actor”. El desempeño de Darín y Cámara es sobresaliente, y gracias a él la cinta alcanza alturas meritorias a partir de situaciones cotidianas: algunas visitas, algunos encuentros, algunos desencuentros. En la misma línea están los diálogos, que en raras ocasiones poseen dosis de gravedad. La cámara asume el rol de acompañante, y es un testigo atento.
Este marco es provechoso para esbozar las coordenadas de la amistad (un título más congruente, ya que le da a los distribuidores por ponerse “creativos”, sería Una sonrisa a la amistad). Ésta se alimenta del tiempo compartido y se traduce en apoyo y, en primer lugar, en respeto. En la ruta observamos la incomodidad que genera a la gente sana –o que cree tener aún un futuro inconmensurable– la inminencia de la muerte, el rechazo que recibe su calma aceptación de lo inevitable. En la ruta aparece la solemnidad –¿no menos inevitable?–, pero ésta es resuelta con un giro de ligereza. Gay no es machacoso, y si no renuncia del todo a la melcocha, la despacha con con solvencia. Aparecen algunos abrazos en los que se funden distantes intenciones (la del que se despide y la del que se apresta a vivir cada vez más solo); que duelen, pero también reconfortan, que son una forma de comunicación con atisbos de profundidad. Y que se agradecen. Asimismo asistimos, en la penumbra, a un coito de extraña emotividad que termina en un llanto que poco tiene que ver con el placer. Guardadas las distancias y las sensiblerías, Truman es la respuesta a la película francesa que en México recibió el título de Amigos (Intouchables, 2011). En ambas se realiza un giro a la perogrullada que a menudo coloca al perro en un sitio de honor; en ambas podemos constatar que el hombre es el mejor amigo del hombre.
El desempeño de Gay y sus actores va más allá de la media. Eso explica los cinco Goya que se embolsó: mejor actor protagonista (Darín) y de reparto (Cámara), mejor guión original, director y película.
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