En su filmografía reciente –que crece con celeridad– el japonés Hirokazu Koreeda ha registrado las vicisitudes de diferentes configuraciones de familia. En Kiseki (2011) acompaña a dos hermanos separados por el divorcio de sus padres; en De tal padre tal hijo (Sochite chichi ni naru, 2013) contrasta dos estilos de paternidad después de que se revela que dos niños fueron intercambiados en la maternidad; en Nuestra pequeña hermana (Umimachi Diary, 2015) sigue a tres hermanas que en el funeral de su padre descubren que éste tuvo otra hija; en Tras la tormenta (Umi yori mo nada fukaku, 2016) registra las contrariedades de un investigador privado que busca recuperar el afecto de su hijo. En todas aparece, en mayor o menor medida, el tema de la paternidad. Y la culpa. Es el caso de El tercer asesinato (Sandome no satsujin, 2017).
La historia sigue a Shigemori (Masaharu Fukuyama), un abogado que es convocado para tomar la defensa de Misumi (Kôji Yakusho), quien ha dado muerte a su jefe. El asesino ha confesado y su caso es grave porque es reincidente. El abogado confecciona una estrategia para evitar la pena de muerte y se da a la tarea de hacer algunas pesquisas. Sus descubrimientos arrojan luz sobre el caso (¿o no?), y lo alejan cada vez más de la certeza.
Koreeda propone una puesta en escena apacible y elegante. La cámara se desplaza ocasionalmente para revelar y acompañar; la paleta de colores va de la calidez (en algunos pasajes familiares) a la frialdad (en lo relativo al caso judicial). En momentos importantes propone composiciones sugerentes, reveladoras. El ritmo, que es de una lentitud prodigiosa, plausible, contribuye a dar densidad, gravedad, a lo abordado.
La estrategia es provechosa para acercarse al gran asunto que ha venido trabajando Koreeda: la paternidad, que, desde su óptica, es inseparable de la culpa. El relato ahora alcanza proporciones filosóficas, dostoievskianas, y tiende puentes lo mismo con Crimen y castigo que con Los hermanos Karamázov. Toman relevancia, así, temas como la responsabilidad, el enjuiciamiento, la determinación de quién merece vivir y quién no (tener esa posibilidad forma parte del “enfrentamiento” entre el abogado y el asesino), la culpa, el castigo, la justicia, la verdad. El asunto judicial es pertinente para construir un “marco teórico”, para problematizar y abonar un campo fértil para la problematización del mencionado tema principal. Todo este asunto es un medio, bastante rico, para regresar y hacer crecer la constante de marras del cineasta. Evaluar el resultado desde las convenciones del cine de juzgados puede llevar a la decepción y me parece inadecuado: al ver el árbol no hay que perder de vista el bosque.
El cineasta, también autor del guión, propone una paternidad atormentada y multiplicada por dos (la filiación es multiplicada por tres): tanto el asesino como el abogado viven en mayor o menor medida las consecuencias del abandono de sus respectivas hijas (ellas, por su parte, incluida la hija del asesinado, sufren las consecuencias de la acción o indiferencia paternas). Ambos, según vamos descubriendo, tienen ahí un pendiente, una fuente de malestar, y encuentran en la hija de la víctima, a la que de alguna u otra forma protegen, la posibilidad de cierta reparación. Por medio de la gráfica, de una composición sugerente, Koreeda ilustra la cambiante posición del abogado con respecto al asesino: va, de manera extraordinaria, de la confrontación al espejo, luego al paralelismo. Los caminos coinciden en la imposibilidad de conocer la verdad, y cada sujeto ve lo que puede ver desde su experiencia, e interpreta en consecuencia; cada quién asume la posición que cree conveniente y le permite seguir viviendo.
Con El tercer asesinato, Koreeda confirma que es un autor tan lúcido como apasionante.
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