La lectura de Cosmos (que forma parte de la colección “Sergio Pitol traductor”), la última novela del escritor polaco Witold Gombrowicz, me resultó fascinante: entre el entusiasmo y el desconcierto, entre muchas dudas y algunas certezas. Servían como apoyo para la interpretación las palabras del diario del escritor que aparecen al inicio así como las que propone el editor en la contraportada. En ellas se habla de la ambición del autor de dar forma a una novela policíaca (pues es ésta un “intento de organizar el caos”) y filosófica (al polaco le gustaba llamar a Cosmos “una novela sobre la formación de la realidad”). Al final queda claro que la obsesión por encontrar un orden, es decir relaciones entre las cosas y los eventos (ya no digamos un significado consecuente), conduce a la locura. La novela avanza a un ritmo frenético y es una experiencia demencial.
El primer acercamiento que tuve al cine de Andrzej Zulawski fue Posesión (Possession, 1981). Es una facilidad retórica afirmar que al salir de la sala había quedado poseído: por un cine poderoso y singular, por una serie de abrumadoras cuestiones relativas a la biología y la antropología. Y, claro, por la belleza de Isabelle Adjani. La película no ha dejado de ser inquietante en las siguientes visiones (así como la de otras películas: Lo importante es amar o La fidelidad): el cine de Zulawsky es inagotable.
La experiencia de la lectura de Cosmos y las sacudidas que han representado cada nueva entrega de Zulawski explican las expectativas que alimenté cuando supe que el cineasta se inspiraría en la novela de Gombrowicz para terminar con una inactividad cinematográfica de 15 años. Después de ver la película puedo afirmar que no he quedado decepcionado. Previsiblemente desconcertado, eso sí.
De Cosmos, Zulawski comenta: “Fue un libro muy importante para mi generación, que vivió bajo un sistema ideológico soviético, cerrado y asfixiante.” El cineasta considera que “cuando un libro es muy bueno […] no se debe tocar”; por eso se preguntó “si era necesario hacer una película de Cosmos”. La respuesta a estas dudas está en cartelera. Eso sí, una vez en el proceso de adaptación, el polaco trató “de ser fiel al espíritu del libro, pero no a sus circunstancias”.
Producida por Paulo Branco –ese inclasificable portugués que lo mismo ha empujado proyectos de David Cronenberg que de Raoul Ruiz–, la cinta recoge las desventuras de Witold (Jonathan Genet) y Fuchs (Johan Libéreau), dos jóvenes que llegan a una pensión familiar ubicada cerca de la costa. De alguna manera ambos huyen: el primero, de la imposición paterna para convertirse en abogado; pretende estudiar para un examen; el segundo, que trabaja para una firma de diseñadores de ropa, de sus jefes. Apenas llega, Witold descubre un gorrión colgado de la rama de un árbol. Posteriormente, ya instalados en una casa familiar que parece una casa de locos, descubre una extraña deformación en la boca de la mujer del aseo. Posteriormente los descubrimientos se multiplican, así como la obsesión por encontrar una relación entre ellos, un orden.
Con una cámara en constante movimiento y una puesta en escena que va de la calidez a la frialdad, de los ambientes hogareños a la hostilidad, Zulawski impone un ritmo ágil, vertiginoso, un verdadero frenesí. A ello contribuyen la movilidad de los actores, su imparable verborrea. Zulawski afirma que “hay un ritmo muy abrupto en la literatura de Gombrowicz. Nunca histérico, pero a menudo surrealista. En la película este ritmo se impuso naturalmente. Había que ir rápido, trabajar como en el rock’n’roll, con pasajes rápidos. Se lanzan a la pantalla ideas y aspectos contradictorios que no responden a una lógica, porque es lo que exige el libro. Me gusta pensar en la estructura de una película musicalmente, de encontrar su ritmo”.
Por otra parte Witold se afana en hacer una redacción pertinente para describir lo que observa y para dar cuenta de lo que siente y piensa. Por ahí puede rastrearse una línea para la interpretación: es el proceso literario el que se esboza, la génesis de la novela; y para llegar a la obra es imperioso establecer puentes y hacer asociaciones, dar cuenta de una causalidad, donde la realidad parece moverse simple y llanamente en el imperio del azar, en la casualidad. Acaso por eso abundan las referencias a la literatura y la filosofía, particularmente a Tin Tin, Tolstoi, Stendhal, Pessoa y… Gombrowicz. Asimismo existen constantes puyas a Sartre; Zulawski anota que “la referencia a Sartre viene de mí: lo detesto y creo que hizo mucho mal al pensamiento francés”.
Así como el orden es el resultado de la voluntad racional, en Cosmos nada parece natural. La cinta se mueve en un registro teatral que bien cabría en la ópera bufa. La exageración en la actuación y los atisbos al absurdo invitan a la risa y en algunos momentos a la carcajada. No es de extrañar que, para Zulawski, “Chaplin es el más grande de todos; el cineasta más grande de la historia”. La propuesta es lúdica, pero no por ello deja de ser lúcida; es luminosa y pesimista, es provocadora. Desfila por aquí una serie de personajes jóvenes y no tan jóvenes que parecen empecinados en evadir el vacío que uno de ellos verbaliza en algún momento. La humanidad parece extraviada en juegos mentales para eludir su miserable existencia. Al ser cuestionado sobre el tema más grande de la película, Zulawski responde: “Ésta: ¿sabemos realmente lo que es la vida?”
Gombrowicz reconocía que no sabía terminar sus obras. La película, como el libro, así, terminan pero no concluyen. Cierta ambigüedad y la posibilidad de dar finales diferentes a la realidad y a la ficción se imponen. Y el desconcierto, por supuesto.
En el festival de Locarno, Zulawski obtuvo el premio a mejor director.
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