Un encuentro: cuando la química altera la física

El estreno de Un encuentro (Une rencontre, 2014) parece confirmar una sana frecuentación: la del cine francés, que ya es un invitado asiduo en la cartelera comercial mexicana (recientemente vimos La familia Bélier y El lenguaje del corazón). Ciertamente aparecen por lo general películas cuya estética y narrativa no son muy lejanas a lo que entrega Hollywood, pero aun así las propuestas galas tienen un toque de singularidad y merecen atención.

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Un encuentro es el más reciente largometraje de la realizadora Lisa Azuelos, responsable de Lol@ (2008) y LOL (2012), el refrito en inglés de aquélla. A partir de un guión de su autoría, la directora recoge los encuentros de Elsa (Sophie Marceau) y Pierre (François Cluzet). Ella es una escritora exitosa, es madre de tres hijos y entre sus principios está no involucrarse con hombres casados. Él es abogado, es padre de dos hijos, es fiel… y está felizmente casado. Los cruces constantes que el azar les depara ponen a prueba sus reglas, mientras el deseo se incrementa a niveles peligrosos.

En la cámara y la puesta en escena Azuelos hace visible un lucidor ánimo lúdico. El buen uso del montaje, por su parte, permite unir los espacios por los que transitan los personajes, por lo que las distancias se eliminan (lo que está alejado de esta manera deviene contiguo). Además, el flujo del tiempo también sufre una alteración y desaparecen las elipsis. Así, tanto los espacios como el tiempo son continuos. Asimismo reserva numerosas coincidencias, por obra de las cuales resulta inevitable que los encuentros se multipliquen, como si el azar se empeñara en reunir a los que (se) desean pero no quieren juntarse. A esto habría que añadir los pasajes que aparecen como falsas proyecciones a futuro (¿o no?) de los personajes. De esta forma consigue a menudo sorprender al ojo y dar un aliento extraordinario a la relación: el amor, que es pura química, altera la física para llegar lo más pronto posible a la biología.

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Azuelos no quiere ¿ni puede? evitar las clásicas exacerbaciones al estilo norteamericano. Así, las alegrías y las diversiones son eufóricas, y es habitual que los personajes se hagan los chistosos: es claro que interpretan un rol en una forma que se ha visto muchas veces. Y si la forma resulta simpática, los personajes no tanto: la francesa se empeña en alimentar una comedia romántica que no resulta tan graciosa ni tan apasionante entre otras cosas porque los conflictos son débiles y porque parece que el curso de los eventos es inevitable, es decir, que con todo y las sorpresas constantes de la física, el asunto se vuelve predecible. Para acabarla, aparece un guiño a la mecánica cuántica elemental, al que saca poco provecho (si bien contribuye para resignificar lo antes visto, para cuestionar su estatus de verdad o falsedad) y que más parece un pretexto para eludir el dilema que se presenta a los enamorados (ese sí, real al final), la decisión que han de tomar. Azuelos parece querer quedar bien con todos (o, más bien, no hacer sufrir a nadie), por lo que fuerza el curso de los eventos y no evita que en su propuesta se imponga cierta superficialidad.

 

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